La desesperanza no solo indica que lo esperado ya no será; también muestra ocultando cómo aún se yace en el deseo. En Café Müller se presentó Esta, con dirección e interpretación de Soledad Pérez Tranmar

 

Más allá de la consideración teórica de si el programa de mano es parte o no de la obra como tal, de si es texto o paratexto, en el caso de Esta es decisorio. Al leerlo, sea antes o después de ver la pieza, surge una aparente incongruencia. Aparente porque no hay literalidad o descripción más o menos precisa de lo que en acciones hay en el trabajo. Y esto merece ser mencionado así pues las acciones son simples en su mayor parte. Por esto vale transcribir lo que en el programa de mano se imprimió: “Yo siento que esto es lo que tengo que hacer:
Me revolcaré en la tierra y con mi cabeza haré conductos subterráneos, me convertiré en
lombriz, comeré tierra y construiré mi casa, dejaré que mis secreciones rieguen mis pasos y que las raíces me succionen. Sé que me estás esperando, pero yo seré la mujer del recuerdo y su recuerdo en pasado. El cuerpo dado vuelta, fondo de sedimentación, la memoria dada vuelta, el olvido peligroso. Mi ojo espera al otro.”

En el espectáculo Tranmar caminó perimetral y enérgicamente el espacio escénico vacío. Muchas vueltas, tal vez cincuenta, de unos veinte metros cada una. Su presencia y actitud, notablemente potentes, taconeando sus botas, con miradas fugaces a público, algunas desafiantes, otras casi risueñas, las más temerosas. Y luego detenciones súbitas, secuencias fuertes variando dinámicas, exigiéndose, yendo a piso o sentándose en una silla que entró, en otra donde escuchamos música desde un celular. También ofreció su presencia de frente, en escorzos, de espaldas, agachada, a piso como fustigándolo. Algunos actos rozaban, no sin toques de humor, un patetismo entre erótico y llano y agotado y quieto.

Por supuesto: ninguna lombriz enterrándose, ni raíz succionándola. Sin embargo, en ese cuerpo se señalaban maneras de negar el darse en cómo se daba. Se proponía abierta a ser vista a la vez que se sustraía esa entrega. Un dolor, una forma de la angustia, un resquemor dominaba cada gesto, cada movimiento. Quizá, y siguiendo la lírica de las líneas del programa de mano, todo se trató de negarse a alguien que se supone que espera pero que, en definitiva, no está ahí, o solo en recuerdo, como será ella para quien “espera”. Esto puede ir de la mano con el deseo, con aquello que impulsa y también angustia.

Se puede asociar que quien esperaba es el público: en rigor se estaba allí y se esperaba verla, y esto, incluso, mientras se la veía. ¿Qué hay en esa espera, en ese darse de ella? ¿En esa negativa?

Tranmar puso en juego algo así como a alguien que quiere romper lo que no se rompe cuando eso es, como en Esta, una condición eminentemente actual que se reconoce fuera del deseo, al tiempo que lo anhelado, o simplemente el anhelar, persiste.