El francés Gilles Brinas bailó a las órdenes de Maurice Béjart y en el Ballet de la Opera de Lyon. Sin embargo, un día el folklore argentino se cruzó en su vida y lo llevó a montar un espectáculo que hoy sigue recorriendo el mundo: Che Malambo

 

“¡Pechio! ¡Pechio!”, reclama Gilles Brinas, a voz en cuello, a los catorce bailarines -todos varones- que posan pacientes para la fotógrafa. Se refiere a una postura corporal pero, más aún, a una actitud enérgica, altiva, que pretende transmitir a través de la imagen. El cuerpo erguido, los puños crispados, el mentón firme y la mirada desafiante: esto es Che Malambo, una suerte de Seleccionado Nacional del zapateo, el bombo y las boleadoras, que se prepara para salir a la cancha.

Brinas es francés y a pesar de su ligazón de varios años con la Argentina la marca de origen se hace evidente en el modo en que pronuncia las palabras. Su dialecto es motivo de bromas entre él y el elenco, que dos días después de esta sesión fotográfica y de la extenuante filmación de un video promocional emprendió una nueva gira europea, con escalas en Polonia y en dieciocho ciudades de Holanda.

¿Cómo llegó este hombre con pasado de bailarín clásico a dirigir una compañía de malambo? Mientras madura la respuesta, Brinas redobla la apuesta: “El verdadero misterio es cómo apareció la danza a mi vida”, dice en un alto de la producción audiovisual, momento que el resto del elenco aprovecha para almorzar. Lo cierto es que, no sin esfuerzo, alcanzó el cénit de su carrera como bailarín en las filas del Ballet del Siglo XX, de Maurice Béjart, y en el Ballet de la Opera de Lyon, a instancias de Vittorio Biagi, otro niño mimado de Béjart, que fundó esa compañía francesa en 1969.

Fue en aquellos años que Brinas forjó una amistad con varios bailarines argentinos radicados en Europa, entre los que recuerda especialmente a Noemí Coelho y Rodolfo Olguín, a Susana Agüero y su hermano Luis, y a Gustavo Mollajoli. A través de ellos conoció el mate, las empanadas y el malambo; y hasta se enamoró de una argentina. Visitó por primera vez nuestro país en 1975.

En 1972, Coelho lo invitó al Lido de París, donde una de las atracciones era el conjunto Los Indianos, con Juan Saavedra. Quedó fascinado con su fantasía de malambo. El interés por “hacer algo” vinculado con el folklore argentino fue macerando en él durante varios años, casi veinte. Llevado apenas por su intuición volvió a Buenos Aires en 2005 con la idea de reclutar bailarines capaces de crear “una sinfonía rítmica” hecha de bombos y zapateos. “Estás loco”, recuerda que le dijo Nydia Viola, por entonces directora del Ballet Folklórico Nacional. Pero, sin embargo, tanto ella como Mario Bustos lo ayudaron a conformar el primer elenco de Che Malambo. Desde entonces no han parado de girar por el mundo.

Matthew Bledsoe, responsable del área de danza de la agencia IMG Artist, de Estados Unidos, conoció a la compañía a través de una amiga que la descubrió en Chicago y le envió un video para recomendársela. Desde enero de 2015 es el manager de Che Malambo, grupo que a lo largo de este año ha recorrido ya 32 ciudades de diversos países. Bledsoe, quien además programa por el mundo al Ballet del Bolshoi, al English National Ballet, Les Ballets Trockadero de Montecarlo, e intervino en la reciente visita de Momix a la Argentina, asume que “hasta entonces no sabía qué era el malambo, y la mayor parte de los estadounidenses tampoco lo sabe”.

 

¿Cómo se ‘vende’ internacionalmente un espectáculo de estas características?

Es un verdadero reto. Che Malambo es baile, es canto, es una danza de gauchos pero no es completamente folklore. Tampoco es un show al estilo Las Vegas. Es difícil de transmitir la idea. Pero el público se vuelve loco, terminan de pie, gritando, pidiendo más. Son todos artistas muy redondos y eso al público le gusta mucho. De manera que tanto puedo venderlo a una sala de conciertos (donde el público tiene un gran conocimiento musical) como a prestigiosos festivales de danza (como el Jacob’s Pillow, donde actuaron este año). O bien puedo venderlo para teatros más comerciales que atraen a los espectáculos que andan de gira.

 

Este tipo de propuesta ha recibido muchas críticas en la Argentina de parte de los tradicionalistas…

Creo que no se deben cerrar puertas, las dos cosas están bien. La estética de Che Malambo está bastante alejada del gaucho, es cierto, pero si uno los ve bailar logran transmitir esa impronta. Yo represento a Farruquito, que es la raíz pura gitana del flamenco, y ahora vengo de la Bienal de Sevilla, donde estuvo, por ejemplo, Manuel Liñán, un hombre que baila en bata de cola. Hubo mucha polémica en torno a esto, pero Liñán triunfa porque su espectáculo es impresionante. ¡Y cómo maneja la bata, Dios! ¿Y por qué no? Nos encanta poner todo en cajas, pero al final eso cierra muchas posibilidades.

 

¿Hay riesgo de que el malambo se convierta en una moda pasajera?

No lo creo. Los teatros del mundo están buscando siempre algo nuevo y el malambo está ahí, al alcance de la mano. Estamos abriendo mercados y confío en que el malambo pueda llegar a alcanzar la trascendencia internacional que tiene hoy el tango. Este es recién el comienzo.

Suena en el set Alma de Rezabaile, una de esas chacareras que incitan al movimiento, y la compañía toda se mueve para las cámaras. De pronto, a alguien se le escapa una arenga en el fragor de la danza y el rostro de Brinas se desfigura. Detesta lo que llama “grititos”, a los que refiere acompañando las palabras con un inequívoco gesto amanerado. “Que no les pinte la Salamanca”, traduce uno del grupo por si hiciera falta.

Muy seguro de su visión sobre el folklore argentino, Brinas dice que si escuchara “las críticas de la gente no haría nada. Algún bailarín de los conocidos me ha dicho ‘vos sos francés, no podés entender mi trabajo’. Es que los folkloristas son muy cerrados y yo quiero hacer algo internacional”, justifica. “El gran aporte de Gilles -interviene Bledsoe- ha sido juntar a estos bailarines para hacer un espectáculo de malambo, desviándose un poco de la base del folklore y añadiendo elementos más contemporáneos. Gilles es muy consciente del envoltorio, cuida mucho el trabajo de los pies y el dibujo de las coreografías, algo que le viene de sus raíces de bailarín clásico”.

 

Brinas, ¿por qué no hay mujeres en el elenco?

La mujer no tiene la fuerza de los hombres. Este es un estilo que quiero imponer: una compañía sólo de varones. Tuvimos dos mujeres en París, en el primer elenco, pero ya no. Tampoco me gusta que los bailarines sean todos iguales, de la misma estatura; prefiero las diferencias. Hay gente de todas las fisonomías porque quiero que el grupo sea un reflejo de la sociedad.

“¡Cara de Laborde!”, reclama uno de los muchachos para unificar la actitud que adoptarán en la siguiente toma. “Por más que sea una fiesta, acá el cuerpo no se desarma”, los alecciona el director, que mueve los hilos de la puesta como si de un gran titiritero se tratara. “Yo, como productor, entiendo que hay que ser creativo en cuanto a aportarle a la idea original eso que necesita para poder salir al mundo -añade Bledsoe-. El malambo tiene un lugar ganado en la Argentina, que está muy bien, pero esto es un espectáculo y requiere de algunos cambios para que verdaderamente lo sea”.

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Licenciado en Periodismo (USAL). Es Subjefe de Redacción y Editor de la sección Espectáculos del Diario La Prensa, de Buenos Aires. Además, es responsable del sitio web de noticias de Radio Meridiano (Mercedes, BA). Escribió en las revistas Fortuna, Danza Europa y Américas (Reino Unido), Destino Zero (España), Buenos Anuncios, Ohlanda, Buzz, OrientAr, TravelArg, Off, y en el Diario Perfil. Ligado a la danza desde su niñez, fue integrante del Ballet Salta y realizó giras al exterior con distintas compañías de tango y folklore. Es jurado de los Premios Hugo al Teatro Musical y miembro de la Asociación Premios Chúcaro a la Danza Folklórica.