En el Centro Cultural Sábato se ofreció Arquitecturas, de Jazmín Ferrari y Laila Gelerstein, espectáculo que apunta a recorrer, trazar y expandir ese tipo de armado, aparentemente trivial, que constituye la continuidad vital

 

Armar algo supone relaciones y engarces entre sus partes, estructuraciones y regímenes de organización, todo ello para dar con un todo que es ese algo que se arma. Aunque todo lo que armamos, directa, indirecta o al menos tangencialmente, remite a la vida, no siempre se alcanza a notar el encadenamiento de tramos de vida que se dan en simultáneo en cualquier construcción

La obra se sustenta, fundamentalmente, en la insistencia y repetición de actos nimios, de variaciones sobre lo mismo. Lo que la vuelve muy interesante es que Ferrari y Gelerstein apuntaron a seleccionar faces aparentemente inconexas de la cotidianeidad. Un relato trivial que se repite, dicho en vivo o escuchado en grabación, acciones simples sobre las que se insiste (caminatas, corridas, saltos, estiramientos, equilibrios), se integran a un dispositivo escénico que se complejiza a medida que avanza la pieza. A estos juegos que aluden a la memoria presente (el relato “recuerda” una y otra vez lo mismo), por superposición de marcas en el espacio (con cuerdas y cintas adhesivas), se le imponen giros de corte onírico, si se quiere, o de sesgo de abstracciones para dar cuenta de la confusión en aumento.

Como al comienzo no hay cuerdas ni cintas recortando el ámbito, tras cada repetición y abundamiento de aquellas, se asiste a una profundización de lo mismo como si se expandiera la mirada de cuánto se arma en el mismo armado. Se puede considerar casi un acto de deconstrucción el comienzo ya que, a medida que discurre la obra, por sus repeticiones puede asociarse que el inicio es una muestra o limpieza de ese origen difuso de lo que se arma. Bien, lo que se arma, en su simpleza, resulta así un recorte, una auténtica abstracción de factores y elementos que participan de organizarse. Se trataría de un organizarse en el mundo, en ese mundo que se dispone, que se erige y que señala, insistimos, en su llaneza, lo que es armar/organizar/se en la vida.

También, y con cierto rasgo de humor absurdo y capricho, aparece otra repetición tan trivial como las caminatas o el relato pero más antojadiza: se transporta un huevo, varias veces, en equilibrio. Esto puede comprenderse como un efecto de abstracción más riguroso: el recorte alude a una acción realizable casi por cualquiera aunque casi nadie la haga. Lo que es equivalente a aquellos actos privados, propios, que todos hacemos y que, aunque sencillos, no son de todos. Y eso es también tramo de vida que nos organizamos.

El impacto más potente del trabajo se da en su final en el que se termina por construir una destrucción del hábitat (cosa que, además, se replica en el hall de la sala al abandonarla, multiplicando el efecto). Como si se intentara dar cuenta de que en cada armado de la vida, en cada tramo que significamos por estructuraciones, en el fondo siempre subyace un desorden, un fenómeno entrópico en lo vital. Por más que se insista siempre hay más variaciones no controlables en lo mismo que tratamos de organizar.

En función, Ferrari (intérprete además de creadora), sostuvo con notable eficacia y una expresividad hierática el transcurso. Sus dinámicas y variaciones, precisas y potentes, mantuvieron un tempo que parecía no acontecer mientras ocurría. Acompañada en escena por Manon Lila Marie Cotte y Pablo Hernández, una dupla técnica que colaboraba en lo sonoro y el armado del dispositivo escénico, quedaba expreso que todo cambio o toda complejidad sumada se daban sobre la repetición de un igual despliegue de la acción.

Arquitecturas, como maneras de hacer, armar, organizar y sostener el acto de estar con lo propio, por vía de abstracciones en recortes de situaciones, imágenes, secuencias y operatorias, propuso un estudio de la complejidad del acontecer.