El Ballet Estable del Teatro Colón, ofreció el segundo programa de su temporada 2017. El Lago de los Cisnes, en versión coreográfica de Mario Galizzi, ante un teatro repleto de espectadores en cada una de sus siete representaciones, del 25 de junio al 2 de julio

El Lago de los Cisnes es un título que vende localidades en el mundo entero, y esta vez no fue la excepción. El Teatro Colón a lleno total, es siempre una gran gratificación, sobre todo cuando de ballet se trata. En esta ocasión, el problema de falta de bailarines se hizo evidente. Es que a pesar de tener casi un centenar de miembros, el tema de la no jubilación cada año se nota más. Por ello, su directora Paloma Herrera, debe recurrir en cada producción a la búsqueda de bailarines que son contratados como refuerzo para cubrir todas las vacantes requeridas, en su mayoría jóvenes provenientes de disímiles formaciones que no alcanzan a amalgamar un estilo identitario propio de la compañía.

La versión de Mario Galizzi reduce el ballet completo a dos horas y media de duración incluido el único intervalo (unidos primero y segundo actos, y luego el tercero y el cuarto), con cambio de escenografía a la vista del público. Para lograrlo: la escenografía es casi minimalista (bastante pobre visual y económicamente, como lo fue el vestuario, cuya combinación de anteriores puestas fue algo confusa). Al maestro le encanta ubicar a todos los bailarines en escena, sobre todo en primero y tercer acto, que requieren un ajustado ensayo para no estorbar la puesta general. Las coreografías son sencillas técnicamente, con variados diseños espaciales, casi siempre simétricos (siguiendo la línea clásica).

Los protagónicos fueron encomendados a cuatro elencos. Los más experimentados: Nadia Muzyca y Juan Pablo Ledo, Karina Olmedo y Edgardo Trabalón; una dupla mixta que unió a la debutante Ayelén Sánchez con Federico Fernández; y la más novata: la misma Sánchez junto a Maximiliano Iglesias. Cada uno de ellos mostró sus propias características y capacidades: los mayores con personificaciones más convincentes y dominio corporal aguerrido, mientras que los más jóvenes aún preocupados por los pasos, tendrán que desarrollar en el devenir de su profesionalización el relato dramático que la obra exige.

De entre los solistas que alternaron diferentes roles cada noche (y además en cada acto dentro de la misma función) se destacaron Jiva Velázquez como bufón, Dalmiro Astesiano como Von Rothbart (personaje que también encarnó Alejandro Parente en reemplazo de último momento), Ludmila Galaverna (pas de trois de primer acto), Paula Cassano (Princesa Napolitana), Natalia Pelayo (Princesa Húngara), Emilia Peredo Aguirre (Princesa Polaca) y Camila Bocca (Princesa Rusa).

La Orquesta Filarmónica de Buenos Aires dirigida por Darío Domínguez Xodo, sonó tibiamente monótona en todas las funciones que presenció quien escribe.