La versión de Don Quijote de Bazilis-Candal devuelve el tono de comedia al clásico de Petipa, mientras los diferentes repartos confirman la excelencia del Ballet Estable
El Teatro Colón vivió días de gloria con Don Quijote, el ballet que confirma por qué esta obra de Marius Petipa sigue siendo garantía de éxito después de más de 150 años. La versión creada por Silvia Bazilis y Raúl Candal para el Ballet Nacional Sodre de Montevideo en 2017, llegó después de ocho años al Ballet Estable del Teatro Colón. Está nueva puesta, no solo rescata el espíritu de comedia del original, sino que lo potencia con un enfoque más sintético y veloz que mantiene al público cautivado durante los tres actos.

La propuesta coreográfica de los ex primeros bailarines del Colón se distingue por su construcción dramatúrgica del segundo acto y por la elaboración minuciosa de cada personaje. Donde Petipa creó espectáculo, Bazilis y Candal agregaron matices interpretativos que elevan la obra más allá del virtuosismo técnico, recuperando aquel tono de comedia del estreno original que tanto cautivó al público moscovita en 1869.
El elenco local brilló en la función del 25 de julio
Matías Santos como Don Quijote y Leonardo Reale como Sancho Panza se adentraron en sus personajes con naturalidad, logrando el carácter acorde a la época sin caer en sobreactuaciones. Camila Bocca fue una exquisita Kitri que dominó la técnica con maestría: jugó con los equilibrios, brilló en los rond de jambe fouettés y se entregó completamente al personaje durante los tres actos. Jiva Velázquez, en el papel de Basilio, estuvo a su altura como partenaire ideal, luciendo sus saltos, piruetas y picardía escénica.
Facundo Luqui interpretó al Torero con sobriedad y corrección, mientras Ayelén Sánchez como Mercedes desarrolló el rol con profesionalismo, aunque sin alcanzar el brillo habitual de ambos intérpretes.

Romina Vázquez y Rocío Agüero acompañaron a Camila Bocca como las amigas de Kitri con genuina soltura y complicidad. En el segundo acto, Maricel De Mitri destacó como la Gitana por su peso escénico, junto a Luciano García como Jefe de los gitanos.
Mención especial merece el cuadro de las Dríades, lo más hermoso del espectáculo, no solo por la impecable coreografía de Bazilis, sino porque las bailarinas lograron un clima que transportó al espectador a un lugar encantado. Milagros Niveyro fue una Reina precisa técnica e interpretativamente, mientras Stephanie Kessel como Cupido interactuó con precisión musical, aunque con algunos detalles técnicos por pulir.
La elegancia de Losa y Motta Soares conquistó a Buenos Aires

La función del 30 de julio presentó a María Celeste Losa, solista de La Scala de Milán, junto al brasileño David Motta Soares, primer bailarín del Ballet Estatal de Berlín, quien viajó desde Europa como reemplazo de último momento.
Losa supo interpretar una Kitri jovial que sorprendió con sus grandes saltos, equilibrios y la frescura que irradia al bailar. Sus piernas kilométricas y su técnica pulida cautivaron al público porteño. Motta de gran porte y elegancia fue un noble partenaire, mostró en los tres actos una sólida técnica y una complicidad actoral notable con su compañera y el resto del elenco.
Fernando Haziel Gonzálvez fue contundente como Torero, mientras Victoria Wolf como Mercedes supo transmitir la pasión que el personaje requiere. Camila Bocca y Mora Capasso brillaron como las amigas de Kitri, y Vinícius Vasconcellos desarrolló un Camacho histriónico adecuado al rol. Jiva Velázquez se desempeñó con maestría como Jefe gitano junto a una destacada Rocío Agüero como la Gitana. Elena Duarte encontró en la Reina de las Dríades un rol perfecto para lucir sus bellas líneas y sólida ejecución artística.

Marianela Núñez: la función que nadie olvidará
La función del 3 de agosto, con Marianela Núñez y Patricio Revé, transformó el espectáculo en acontecimiento. La argentina del Royal Ballet de Londres infundió al personaje de Kitri una naturalidad y frescura extraordinarias que van más allá de su técnica deslumbrante. Sus equilibrios eternos, giros perfectos y grand jetés magníficos quedaron en segundo plano ante la manera en que juega con su compañero, se divierte, conversa y ríe, haciendo que todo parezca sencillo.

El cubano Revé correspondió con grandes saltos de caídas insonoras, piruetas en attitude y una desfachatez constante que confirma su calidad como bailarín y actor. Lucas Matzkin (Torero) y Milagros Niveyro (Mercedes) conformaron una de las mejores duplas del esta producción.
Mora Capasso, con su deslumbrante juventud, demostró ser una bailarina dúctil que transitó con solvencia el rol de Reina de las Dríades. Yoshino Horita como Cupido brilló en todo momento con agilidad, musicalidad, hermosos brazos y técnica fina, confirmando que esta nueva incorporación tiene un futuro promisorio en la compañía.

El fenómeno Núñez trasciende lo artístico: entradas agotadas el mismo día de venta, banderas argentinas colgando de lo más alto de la sala, seguidores que copan la salida de artistas, encuentros improvisados desde una mesa con rueditas en plena calle Cerrito para firmar miles de programas de mano, zapatillas de puntas y también camisetas argentinas. Y Marianela, que siempre ha regresado a Argentina y a su barrio de San Martín, agradece en cada oportunidad con sentido cariño, demostrando su sensibilidad también fuera del escenario.
La Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, bajo la batuta de Manuel Coves, acompañó con tempi desafiantes que exigieron al máximo a todos los intérpretes.

En el aspecto escenotécnico, si bien la escenografía y vestuario diseñado por Hugo Millán cumplió su función dramática, resultó modesto para las dimensiones y posibilidades del escenario del Teatro Colón. El diseño de iluminación a cargo de Pablo Pulido, por el contrario, acompañó eficazmente la propuesta escénica. Un detalle organizativo que merece consideración fue la ausencia de información completa sobre los diferentes elencos en el programa de mano, donde el código QR propuesto como alternativa no logró suplir adecuadamente esta necesidad del público.

Este Don Quijote se consolidó así, como el espectáculo que supo conjugar tradición académica, renovación dramatúrgica y esa conexión única entre artistas y público que define al gran ballet.