
Hay artistas que, con el paso del tiempo, se vuelven previsibles. Mónica Fracchia no es una de ellas. En Conversaciones imaginarias con el público, presentada en el íntimo ámbito de Área 623, la coreógrafa vuelve a recordarnos que la danza puede ser tan aguda como lúdica, tan reflexiva como juguetona, tan libre como ella decida que sea.
Fracchia se toma la licencia —necesaria, urgente— de cuestionar ciertos dogmas del campo artístico. Afirma que el virtuosismo no alcanza para hacer arte, que el miedo es un obstáculo cotidiano, que la intuición sigue siendo un instrumento subvalorado. Y tiene razón. Su obra funciona como una declaración amistosa y feroz a la vez: una invitación a revisar prácticas, hábitos, automatismos que muchas veces vacían la escena de sentido.

El público celebra esta honestidad. No es solo que la propuesta entretenga —que lo hace—, sino que habilita un espacio de pensamiento que rara vez aparece en las salas pequeñas del circuito independiente. Hay humor, sí, y hay nostalgia, pero también hay una mirada crítica sobre el lugar de la danza en la cultura contemporánea, tan frecuentemente relegada por los discursos dominantes.
El elenco —Valentina Martínez, Mateo Mohr, Catalina Villamayor, Melanie Van Assche, Giselle Cánepa, Martina Roldán, Milagros Gima, Brisa Velardez y Thomás Blanco— se entrega con convicción a ese juego de complicidades. Son intérpretes que sostienen el pulso de la obra, capaces de deslizarse entre lo absurdo y lo poético sin perder precisión ni frescura.

El diseño lumínico de Fernando Muñoz acompaña con exactitud los climas creados por Fracchia, mientras el vestuario de Laura Torrecilla aporta una paleta ecléctica que acentúa la identidad singular de cada intérprete. La selección musical —Fradkin, Kameruns, Tchaikovsky, Secret Garden, María Elena Walsh, Devendra Banhart, Philip Glass y Carson Park— funciona como un mapa emocional que estructura el recorrido, complementado por los textos de Juanjo Sáez que irrumpen con una mezcla justa de ironía y ternura.

Hay, finalmente, algo profundamente valioso en esta pieza: su capacidad para recordarnos que la danza independiente sigue viva, inquieta, buscando formas nuevas incluso cuando no tiene el espacio ni la visibilidad que merece. Una hora luminosa, inteligente y sin concesiones, guiada por una creadora que no se repite y no se detiene.






