Tres tigres comen trigo

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Bailarines: Teresa Marcaida, Sol Rourich y Matías Galitelli. Ph: Matías de Cristóbal

Por Gustavo Friedenberg

Si había gacetilla de prensa acerca de este espectáculo, quien escribe estas líneas, nunca la recibió. No sería un detalle menor, porque supondría que Carlos Trunsky, creador de La ofrenda a tres, está dejando que la pieza hable por sí misma sin indicarnos hacia dónde mirar o qué relaciones deberíamos poner en juego; y es precisamente en ese silencio, dónde se puede escuchar todo lo que la obra tiene para decir.

Son varias las cartas que Trunsky tiene bajo la manga, empezando por sus tres magníficos bailarines. Sol Rourich, que recientemente celebró su retiro del Ballet Contemporáneo del San Martín, bailó en esa compañía durante dieciocho años, de modo que resulta difícil que el público de la danza porteña no la haya visto alguna vez en escena. Sin embargo, en el contexto del palermitano teatro El grito, es como si la descubriésemos por primera vez. Y es que, ciertamente, no estamos acostumbrados a ver este tipo de bailarines en la intimidad de una sala pequeña. Rourich no sólo es técnicamente impecable, sino que se nos brinda como una intérprete convincente; si su mirada se posa en alguna esquina del espacio, no hay quien no gire la cabeza para ver él vacío que ella está mirando: creemos en su mirada y entonces queremos mirar con ella. Teresa Marcaida hizo la mayor parte de su carrera en el extranjero, y en ese sentido, también puede resultar una novedad tenerla sobre nuestras tablas. Los domingos de julio estará presentando la segunda temporada de Ser, su propio espectáculo, y será una gran oportunidad para descubrirla en escena a través de dos universos creativos muy distintos que revelarán la versatilidad de una bailarina que implica hasta la propia piel en cada movimiento. El trío se completa con Matias Galitelli, quien proviene de otra gama de la multicolor escena dancística porteña. Muy cercano a prestigiosos coreógrafos como Margarita Fernández, Laura Roatta,  Noemí Coelho y Rodolfo Olguín, Galitelli se mantiene a la altura de sus partenaires, componiendo un personaje que por momentos nos recuerda a Stanley Kowalsky  de “Un tranvía llamado deseo”(en la versión de Elia Kazan que popularizó Marlon Brando), pero desarrollando una masculinidad que navega por aguas muy distintas, e integrándose con sus compañeras para construir un mundo que sólo parece posible a través de ese encuentro triádico cargado de tensiones y sutilezas.

Bailarines: Sol Rourich y Matías Galitelli. Ph: Matías de Cristóbal

Trunsky es un coreógrafo experimentado que sabe habitar los escenarios más extremos; lo mismo monta una obra monumental en el teatro Colón que una pieza de cámara en la escena independiente y en cada caso aprovecha al máximo los recursos que se le ofrecen. Coreográficamente se imprime en sus bailarines dejándoles respirar sus singularidades y desarrollando un lenguaje que pertenece tanto al dominio del movimiento como al de la mímesis y, en ese sentido, poniendo de relieve la fisicalidad que habita todo hecho teatral y volviendo inútil cualquier distinción entre danza y teatro.

Presenta su pieza como un cuento coreográfico a partir de La ofrenda musical de J. S. Bach, lo que no debería amedrentar a ningún espectador pues no es necesario saber nada del gran músico barroco ni de su ofrenda para disfrutar de la obra. La propuesta de Trunsky se expresa con una claridad que no requiere subtextos (ni gacetillas): las tensiones naturales de un tercero en discordia, el instinto sexual como pulsión de vida, planteado de forma más básica en el hombre y mucho más compleja en la mujer, y una animalidad encarnada en Marcaida que compone una mujerbichoente, que provoca aún cuando se oculta tras la ausencia de movimiento.

Durante el transcurso de las escenas y viendo a Rourich fugar hacia foro, es inevitable preguntarse cómo se vería esta pieza en un espacio con mayor profundidad, pero al mismo tiempo, disfrutamos de esa suerte de interior de hogar que Trunsky construye mediante unos pocos elementos escenográficos y la incorporación de una misteriosa maqueta que nos hace pensar en una suerte de muñeca rusa en cuyo interior, podríamos estar situados. El vestuario de Jorge López se convierte en una parte fundamental de la narrativa por aquello que cuenta de los personajes pero sin imponerse, aportando carácter y continuidad kinética a la propuesta de cada bailarín.

Posiblemente el gran hallazgo de Trunsky no radique tanto en la exploración del lenguaje de movimiento sino en  apostar por bailarines muy sólidos que le han permitido dar cauce a su propia estética y vuelo creativo, haciendo esa transferencia sobre un escenario para el que la propuesta no resulta habitual, y ese combinación mantendrá al espectador atento en su butaca, pendiente de descifrar aquello que lo interpela más allá de todo lo que le sea posible decir.

Funciones: durante los viernes 1, 8, 15, 22 y 29 de julio, a las 20.30 hs, en el Teatro El Grito, Costa Rica 5459 de CABA.

Las localidades podrán adquirirse a través de @alternativaescena