Descripción
“Monja, salvaje, barroca, gozadora y penitente, ávida de conocimiento, rupturista consuetudinaria, deseosa de libertad, atada a los seres queridos vivos y muertos”. Tal es la complejidad de Carmen Beuchat, ícono nacional de la danza contemporánea posmoderna. La descripción es de Paula Tapia, profesora de danza que prologa Carmen Beuchat. Modernismo y vanguardia. El libro cuenta la vida de Beuchat como bailarina y coreógrafa, de Santiago a Valparaíso, con un importante paso por Nueva York. Leerlo es recorrer las alegrías y los sinsabores de quienes hacían arte de vanguardia en Estados Unidos y en Chile.
Ernst Uthoff y Lola Botka (creadores del Ballet Nacional Chileno), y los bailarines Patricio Bunster y Joan Turner, aparecen junto a los artistas Robert Rauschenberg y Juan Downey, entre muchos otros que inspiraron y marcaron la vida de la bailarina. Todos aparecen en este libro de la investigadora y gran amiga de Beuchat, Jennifer McColl.
“Yo sabía lo importante que es ella para la danza en Chile y EE.UU. Y creo muy necesario rescatar estos personajes, no sólo como un reconocimiento hacia ellos, sino como parte de la historia de una disciplina”, explica.
En los sesenta fue el boom de la danza vanguardista, y Carmen Beuchat, de 25 años, estaba donde había que estar. Bailaba y aprendía con el Judson Church Theater, grupo informal de bailarines que actuaba en el gimnasio de la Judson Memorial Church de Nueva York, en una pista de patinaje de Washington o en pequeños escenarios. Fue el primer movimiento vanguardista de la disciplina. Allí bailó Merce Cunningham, una de las más importantes figuras de la danza contemporánea. Y allí estaba también Carmen Beuchat.
De allí saltó a la compañía de Trisha Brown, cercana a los principios del pop art y los happenings. Fue alumna y parte del elenco, participando en obras que hoy son íconos de la danza posmoderna, como Walking on the wall (1971). Por entonces Beuchat ganaba poco bailando y se puso a trabajar como ayudante del pintor Robert Rauschenberg: “Entonces pasé a ser ayudante de la casa entera, entre que tienes que lavar el piso y preparar el color”, cuenta. Se volvió tan cercana al artista pop que trabajó diez años con él.
En 1977 vuelve por primera vez a Chile para impartir un taller de contact improvisation, técnica en que los cuerpos se tocan y dejan llevar por el movimiento, nuevo lenguaje de la danza en el país. Después de varias visitas, en 1992 se hace cargo del área académica de la Escuela de Danza de la Universidad Arcis.
Hace seis años vive en Valparaíso. Sigue viajando y bailando entre el puerto y Nueva York, dando clases de danza en la universidad e impartiendo talleres abiertos a la comunidad, tarea poco valorada. “Aunque ha recibido premios aislados, no existe una colaboración permanente a la importante labor que ha llevado a cabo, donde ha puesto toda su trayectoria y experiencia al servicio del desarrollo, crecimiento y difusión de la danza en Chile”, concluye McColl en este libro que quizá sea uno de los mayores tributos a esta figura de la danza.
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