Conocer a los portadores del Son de Negros Cimarrones de Mahates, oírlos cantar y explicar en forma fluida cómo han podido conservar sus cantos, bailes y tradiciones, fue una de las grandes experiencias que proporcionó la tercera Bienal Internacional de Danza de Cali
Fue un privilegio escuchar la voz de Eugenio Ospino, pescador, sabedor de la tradición Son de Negros de Mahates, traída desde la región del Canal del Dique, en el Departamento de Bolívar en Colombia, a una mesa del espacio teórico Diálogos de Danza, coordinado por la bailarina e investigadora Ana Ávila. Como los cantos de la Tumba Francesa, que en el oriente de Cuba tiene un refugio seguro.
Colombia es uno de los países latinoamericanos que ha sabido conservar su folklore, en una nacionalidad multiétnica, con una centena de idiomas o lenguas (80 son lenguas vivas y 20 están extintas), además de un número impresionante de danzas típicas de pueblos indígenas y asentamientos africanos, distribuidos a lo largo de todo el país. Así pudo comprobarse en las largas jornadas de esta edición de la Bienal de Danza de Cali, encuentro gigante, sobre todo en la programación que ofreció en el escenario del Boulevard del Río Cali, donde se presentaron grupos de folklore colombiano procedentes de las más diversas zonas geográficas de ese país. Distribuida en tres galas: En Cali se Baila Así, Noche de Danzas Folklóricas y Noches de Danzas Urbanas, la propuesta totalmente gratuita, puso en evidencia esa necesaria labor de rescatar y mantener los componentes culturales e históricos que conforman y hacen única cada nación.
Con una ambiciosa agenda bajo el lema Otros Mundos, Otras Danzas, se realizaron tres ciclos con invitados extranjeros de altísimo nivel, como Les Ballets de Monte Carlo (Mónaco) en mayo, con la pieza La Cenicienta de Jean-Christophe Maillot; Armentum, una coproducción entre el Joven Ballet del Conservatorio de Lyon (Francia) e Incolballet de Cali luego, en junio; y la Compañía Käfig, CCN Créteil & Val-De-Marne (Francia), con Pixel en julio.
La programación de la Bienal tuvo el Focus Asia y, de un solo plumazo, el público pudo enfrentarse a propuestas diversas como la Korea National Contemporary Dance Company, la japonesa Sankai Juku, y la china Guangdong Modern Dance Company. En otro ángulo apareció la compañía española de María Pagés, que tuvo la responsabilidad de la noche inaugural, el Ballet Perljocaj de Francia, la Kibbutz Contemporary Dance de Israel, la agrupación de Ian Kaler, mezcla de Alemania y Austria, y la propuesta Abraham in Motion de Estados Unidos, completaron una muestra internacional de lujo para cualquier espectador exigente. La curaduría, cuidada por Juan Pablo López, posiciona a la Bienal de Cali como un foco de fuerza en el área.
La selección nacional mostró un amplio panorama de compañías folklóricas, bailes populares y agrupaciones de corte contemporáneo. En el Focus Chocó estuvo invitado el departamento del mismo nombre y su capital Quibdó.
Entre las propuestas colombianas se destacó El Silencio del Tambor del Laboratorio de Danza de Providencia, dirigido por el coreógrafo Rafael Palacios con dramaturgia de Leyla Castillo, en el Auditorio Centro Cultural Comfandi. La obra descansa sobre “la indagación de historias de vida de personajes representativos de las Islas de Providencia y de Santa Catalina”; los bailarines y los músicos, gente de la comunidad convertidos en artistas, comprometidos con salvar la memoria y la tradición de su isla. La música tradicional de Mr Alban fue uno de los regalos del encuentro caleño, ejecutada con instrumentos autóctonos y otros adaptados a sus necesidades sonoras. A su lado, la danza descubre a esos hombres y mujeres del mar, anclados en su memoria colectiva. Proyecto singular, desprendido del Área de Danza y la de Emprendimiento del Ministerio de Cultura de Colombia.
En una cuerda opuesta llegó desde Bogotá el grupo Dosson Arte en Movimiento, con su obra, Chulos, que mostró un material que exhibe el sello de lo urbano en acercamientos múltiples a esa otra Colombia, oculta y latente. La coreógrafa, Natalia Reyes, tiene un amplio y jugoso recorrido por residencias y becas, y en esta entrega se posiciona dentro de una responsabilidad social, que se desboca al hurgar en problemas acuciantes de un país que susurra: “El día que me iban a matar, me levanté a las 5:30 de la mañana”. Chulos tiene ese problema de querer decir muchas cosas a la vez, que siempre es preferible a aquellas obras vacías.
Los aplausos más fuertes fueron para Atabaques de Cartagena y su obra Revuelo, fruto de la Beca de Creación que entrega en cada edición la Bienal, con dirección y coreografía de Wilfran Barrios, junto a la colaboración de un equipo grande. Presentada en el Teatro Calima, fue una de esas pocas obras que dejan al espectador suspendido de principio a fin, en una relectura de la tradicional danza colombiana del Son de Negros de Mahates. La fusión de bailarines entrenados profesionalmente con los pescadores que han luchado por mantener el legado de sus ancestros, es de esas generosidades que ofrece la vida para no olvidar nunca. De hecho semanas después, las secuencias de las imágenes allí vistas siguen dando vuelta en la cabeza, mantenidas en la piel de espectador activo. Música y danza definen las esencias de una nación que se comienza a amar desde su cultura.
Los días en Cali fueron suficientes para comprobar que la Bienal de Danza abre una puerta a la inagotable cultura danzaria de Colombia, excelente muestra de cómo se puede trabajar para preservar y visibilizar la danza de un país, incluso en tiempos de difíciles conflictos, pero mirando al futuro de la paz.