William Forsythe, Hans van Manen y Jirí Kylián, en una nueva producción del Staatsoper Ballet de Viena
Abrió la noche Artifacts Suite de Forsythe, sobre la Chaconne de la Sonata para Violín N°2 de Bach. En una primera instancia, todos con mallas color piel (ellas con medias negras hasta el tobillo y zapatillas de punta), forman figuras geométricas con sus movimientos (cuadrado, trapecio, triángulo). Una figura central (Iulia Tcaciuc, del Cuerpo de Baile de la Volksoper) en malla celeste, se destaca pues dirige los movimientos que simultáneamente replica el conjunto formado en cuadro. Dos parejas solistas evolucionan en el escenario para turnarse con algunos grupos del elenco.
En una segunda parte, sobre música de Eva Crossman-Hecht con reminiscencias bachianas, se suceden varias escenas que parten de la tradicional clase de ballet, con los bailarines de espaldas al público y el resto con predominio de movimientos de balanceos. La bailarina solitaria desarrolla su propio discurso entre el conjunto (ahora con mallas enteras color azul petróleo).
Las dos parejas solistas estuvieron encarnadas por Madison Young con James Stephen y Natascha Mair con Davide Dato. Mair es de las pocas bailarinas netamente austríacas que tiene la compañía y fue promovida a Primera Bailarina luego de protagonizar Coppelia en la Volksoper (febrero de 2019).
Artifacts forma parte de un espectáculo más amplio que incluye dos actos de performance con danza, recitación y canto; que el propio Forsythe suprimió para crear esta suite.
Siguió un cuadro íntimo de ballet de cámara de Hans van Manen: Trois Gnossiennes sobre partituras de Erik Satie, que se puede denominar Danza para una pareja y piano (Liudmila Konovalova y Robert Gabdulin, y Laurene Lisovich). Porque el instrumento interviene en la escena: sobre una tarima con ruedas, lo transportan tres bailarines y lo colocan en distintas posiciones. Ese desplazarse parece intervenir en la danza, siguiendo coreográficamente de manera fiel los staccatos y las filigranas que Satie imaginó para esta danza.
Luego llegó Solo, también de Manen, un trío de solistas con música de la Partita para Violín Solo N° 1 de Johann Sebastian Bach (Corrente-Double). Una coreografía de una alta exigencia física (con cantidad de saltos y piruetas), que fue ejecutada magistralmente por Denis Cherevychko, Richard Szabó y Gérard Wielik, por turno. Sobre todo el primero, con una elasticidad para el salto que parecía impulsado por resortes. También como hecho característico de este período creativo, es la alta velocidad que le imprimieron a sus coreografías: pareciera que a cada nota le corresponde un paso, aún las semicorcheas, fusas y semifusas; un trabajo especialmente arduo tanto para el cerebro como para los miembros del cuerpo humano. El vestuario continúa con la estética de la danza neoclásica, que surte buen efecto en el espectador, remeras sueltas color violeta, encima de tops de color contrastante (amarillo, rojo y naranja).
El último número del programa fue la imponente Sinfonía de los Salmos de Jirí Kylián con música de Igor Stravinsky. Un collage de alfombras al fondo, desde lo alto hasta el piso del escenario y cuatro sillas como decoración, que van cambiando de lugar, hace de marco a esta enérgica y dramática danza, de ocho parejas, que se van turnando. El vestuario resulta muy atractivo: los largos vestidos de satin beige con reflejos plateados, cuyo ondular añade cadencia y belleza a la coreografía.
El desempeño de solistas y cuerpo de baile fue óptimo. Resultado de horas de trabajo y sacrificio para lograr la satisfacción que los bailarines proporcionan a nuestro gusto y nuestro espíritu.