Carlos Rivero
De ser la oveja negra en Tucumán, a la estrella de los tablaos en Madrid
Estamos en Madrid, sentados en un bar junto a la Plaza Mayor, disfrutando de un café con hielo. El clima aún sigue cálido a pesar de que se precipita el otoño. Hace unos días visité el tablao La Cueva de Lola, donde me encontré con Carlos Rivero, un talentoso bailarín argentino que deslumbra con su sensibilidad, su técnica precisa y su pasión que brota a flor de piel, conquistando al público en los tablaos flamencos de de esta capital. A pesar de su juventud, su vida ha estado marcada por una intensa trayectoria. A los 12 años ya había fundado su primera academia. Ha estudiado, ha creado su propio ballet, organizado concursos en su ciudad natal y es autor de varios espectáculos.
Hace dos años lo ha dejado todo por cumplir con su sueño en Madrid. Hoy, su vida transcurre entre tablaos, sale de uno y corre al siguiente. También dicta clases en la escuela de La Truco, una de las maestras que lo apoyó en sus primeros pasos en la ciudad. Entre trenes, viajes y actuaciones, Carlos Rivero sueña con hacer realidad su propia visión artística. “Si algo tenía en claro de pequeño, era que mi destino sería bailar”, confiesa. Ha ganado varias becas y es uno de los pocos argentinos (si no el único) que ha tenido el honor de participar en una residencia en el Ballet Nacional de España.
Mientras el café se enfría, hablamos en una extensa entrevista sobre Tucumán, el flamenco y Madrid. Su historia es el testimonio de perseverancia y amor por la danza.
Aquí se comparte un breve resumen de esta entrevista, De ser la oveja negra de Tucumán, a la estrella de los tablaos en Madrid.
¿Cuándo comenzaste a bailar?
Empecé a bailar a los 4 años, porque mi familia iba entera al coro de la sociedad española de Tucumán: mi papá cantaba, mi tía cantaba, mi tío cantaba, y mi mamá también cantaba, poco, pero cantaba.
La Sociedad Española es un espacio de encuentro y socialización. No se trata solamente de asistir a una actividad, sino de compartir y conectarse con los demás, una costumbre profundamente arraigada entre los inmigrantes en Argentina.
Allí iba todo el mundo, los martes y jueves, toda la sociedad española, desde las 6 de la tarde hasta las tantas. Porque se quedaban comiendo y tomando alguna cosita.
Mis primas iban a danza, al Ballet de la Sociedad Española que dirigía Ana Sancho Miñano. Me acuerdo que todas ellas subían a la clase de danza, mientras el resto seguía en el coro, y yo jugaba. Como no me gustaba jugar solo, en un momento empecé a subir también y me quedaba sentado mirando. Eso se me quedó grabado. Cuenta mi mamá, que un día andando alrededor de la mesa de mi casa, en el salón, decía: punta, Taco, punta, Taco, punta, Taco, Pita, Pita, Pita. Como no sabía qué era lo que decía, le preguntó a mi tía quien le respondió: “A lo mejor es por la clase de danza a la que van las chicas”.
En fin, un día le dice la profesora: “el niño se ve que tiene condiciones para bailar, pero yo no sé si ustedes quieren que baile”. Mi papá trabajaba mucho, era decano de la facultad de educación física de Tucumán, viajaba mucho, estaba todo el día fuera de casa. Imagínate, profesor de educación física, en mi casa reinaban las pelotas de fútbol, de tenis, de rugby, de todo. Él no quería saber nada con que el hijo baile. Pero empecé ahí un poco a las escondidas. Mi mamá me llevaba. Si yo estaba bailando en casa y sentía que venía el auto y escuchaba que se abría la puerta del garaje, agarraba las zapatillas de media punta, las castañuelas y las botas y las metía debajo de la cama. Pasó el tiempo y mi papá vio Billy Eliot y entendió que su hijo también podía bailar, aparte de hacer deporte.
Me contabas el otro día, que después de pequeño, fuiste a bailar con otros profes en Tucumán y empezaste a ir a Buenos Aires. ¿Tenías idea de dedicarte a bailar o era un juego?
Cuando era pequeño no, no era un juego. Me cambié de escuela. Terminé la carrera de danzas en Tucumán y empezamos a juntarnos con mis propias compañeras de clases, un par de sábados en la casa de una, otro sábado en la casa de otra y así íbamos rotando. Cuestión que un día dicen “mi mamá ha conseguido un lugar para bailar”, bueno, “¿cómo nos presentamos?”, éramos 4 y llamamos al grupo Arte Español. Al principio bailábamos lo que sabíamos, pero luego empezamos a montar los bailes. Esa presentación fue el motivo de decir: “vamos a jugar un poquito, a ser profesor”, porque aunque yo había terminado la carrera, no tenía idea.
Seguimos armando cada vez más baile más coreografías y un día dijimos ¿por qué no hacemos un espectáculo?. Yo tenía 12 años. Mi mamá tenía una muy amiga que trabajaba en aquel entonces en el gobierno de Tucumán, que podía conseguir gratis la sala del Partido Justicialista, que tiene un anfiteatro precioso de 500 localidades. Obviamente, no nos imaginamos llenar eso, lo hicimos en un espectáculo que se llamó “Pasión Gitana”.
Al año siguiente, nos seguíamos juntando los sábados, pero una de las chicas me dice que una amiga suya quiere probar clases de iniciación. En realidad yo quería seguir ensayando, no me sentía como para dar clases, pero han insistido tanto y tanto que los garajes de las casas, ya no nos servían, así que alquilamos una sala. Un día la mujer de la sala, que se llamaba Roxana, me preguntó si quería dar clases para adultos, porque cinco mujeres habían dejado sus números de teléfono para empezar, luego de haber escuchado la música española, las castañuelas. Y así empecé a dar clases, ya era el segundo año e hicimos otro espectáculo.
¿Cómo fue tu llegada a Buenos Aires?
Sabía de Sibila Miatello en Buenos Aires, pero era muy chico para hacer la carrera con ella (era una carrera terciaria). Entonces ella me propuso hacer sus cursos intensivos de verano o de invierno. “Tú lo puedes hacer, es intensivo y si quieres de paso, tomas clases con otros profesores también”.
Allí fui y tomaba clases con Claudio Arias, Yanina Martínez, Diego Ferreira, Andrea De Felice y veía muchos espectáculos, consumía mucho tablao, mucho todo. Y así fue mi comienzo en Buenos Aires. El segundo año ya iba a cursos con profesores que venían de España: Marcos Jiménez, María Juncal, Rafaela Carrasco, Manuel Liñan, Alfonso Losa…
En 2019 empecé a hacer la carrera a distancia que tenía Sibila, hasta 2021 cuando terminé. Y llevaba paralelamente mi escuela, que había empezado con ese espectáculo de chiquitito, donde éramos cinco arriba del escenario, hasta llegar a ser 96 arriba del escenario. Creé mi propia escuela, que se llamaba Instituto Coreográfico Carlos Rivero, donde teníamos la carrera, incluso venía Sibila a tomar los exámenes. Luego formamos el Ballet Español.
Un día te fuiste. Decidiste dejarlo todo y venirte a Madrid.
Me salió una beca para venirme a los veranos flamencos de Amor de Dios. Me presenté de forma virtual a Ibérica contemporánea en 2021 y allí gané media beca para venirme a estudiar un mes. Me enamoré absolutamente y supe que quería quedarme aquí, me costó muchísimo volverme. pero me dije: “la próxima vez, me quedo”. Vine al año siguiente y aquí estoy. Lo pensé muchísimo por las alumnas, por no dejar y no abandonar todo lo que me había costado construir.
Volví a ganar otra beca en los cursos de Verano Flamencos, allí tuve de maestros a Rubén Olmo y Arantxa Carmona, que me dieron una beca para el Real Conservatorio Profesional de Danza y una residencia en el Ballet Nacional de España. Estando en los cursos, también se organizaba cada dos sábados un show, allí bailan algunos alumnos elegidos. Una de las veces me tocó bailar a mi y esa misma noche estaba sentada en el público Laura Badía, que es quien lleva el tablao Cardamomo y Tacha González con Ana Romero que llevan Las Carboneras. Eran los 10 años de Verano Flamencos ellas decidieron regalarle a uno de los niños y niñas que bailaban esa noche, la posibilidad de bailar en el tablao. Así me tocó un día bailar allí. Empecé en Las Carboneras, luego me ofrecieron trabajar en otro tablao Ziryab y así sigo hasta hoy bailando en varios lugares.
¿Cómo es el mundo de los tablaos hoy en Madrid? Porque hay muchos y también hay muchos bailadores: hay mucha competencia o existe un poco de camaradería entre los artistas
Creo que es un poco y un poco, una de cal y otra de arena. Porque, a ver, somos tantísimos bailadores y bailadoras los que hay, y tal vez haya unos 24, quizás alguno más, pero no en todos se puede trabajar, porque algunos tienen su plantilla fija. Después de la pandemia se renovó mucho el equipo en los tablaos y ahora son casi todos muy jóvenes, hay una nueva generación de bailaores.
Bailar flamenco en Madrid siendo un extranjero.
Puedo decirte que me siento un afortunado de trabajar de lo que hago siendo extranjero. Primero que nada viniendo de fuera, llevando tanto tan poco tiempo acá y tener ya mi espacio. Aquí hay mucha gente, no solamente de Madrid, sino del sur, de otras regiones de España, que lleva 5 años en Madrid y que no, que no trabajan, que a lo mejor se tiene que dedicar a otra cosa.
Compañía no hay, en este momento, solo el Ballet Nacional al que se presentan a audiciones 500 personas y solo entran 30 y el nuevo Ballet de la Comunidad de Madrid que de 600 postulados solo tomaron a 16.
¿Cuál es tu proyecto a futuro? ¿Cómo te ves trabajando?
Me veo en Madrid viviendo y trabajando de lo que hago, a lo que me dedico, sin dudas. Porque es algo que he tenido claro desde el primer momento, desde que empecé a crecer y tenía 11 años. Había entrado a la secundaria y yo iba al colegio salesiano de varones (risas). La profesora de tutoría pregunta un día a qué nos íbamos a dedicar cuando fuéramos grandes. Uno dice abogado, médico, veterinario, “y vos, Carlitos, ¿a qué te vas a dedicar?”, A bailar -contesté-, se hizo un silencio. Imagínate el colegio de varones… Yo era como la oveja negra del curso.
Te gustaría solo bailar o montar una compañía.
No sé, creo que siempre he ido como viviendo del día a día. Por ejemplo, me ha salido la posibilidad de tener mi escuela y la puse. Me ha salido la posibilidad de crear una compañía, pues me puse la compañía. No lo sé, estoy abierto a lo que el universo y el destino me quiera dar. Me dio la posibilidad de venirme y empezar de cero y aquí estoy bailando.
Y Volver a Tucumán
Sí, a visitar a mi familia, a visitar a las niñas que han sido alumnas mías durante mucho tiempo.