Fisura en movimiento

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Igual todo se iba a romper, de la compañía 65 grados. Ph: Florencia Fernández.

El grupo 65 grados presentó en el teatro El Extranjero la obra Igual Todo se iba romper bajo dirección de Sol Figueroa. Trabajo que resignifica desde la grupalidad y la danza los quiebres dentro de un cuerpo fisurado.

Igual todo se iba a romper, de la compañía 65 grados y bajo la dirección de Sol González, se presenta como un viaje de redención o, al menos, de maduración del cuerpo frente a límites y excesos. Desde una introducción que remite a la llegada de una persona al bajón posterior a una noche de fiesta, el cuerpo aparece ya fisurado, atravesado por una experiencia límite.

Si bien el inicio se apoya en una representación relativamente literal, el desarrollo de la obra desplaza esa anécdota inicial hacia preguntas que los cuerpos en escena se encargan de tensionar: ¿qué es un cuerpo fisura?, ¿es posible recomponer lo quebrado?

Tradicionalmente pensamos la fisura como aquello que deja la fiesta cuando el brillo se apaga. Ph: Florencia Fernández.

Tradicionalmente pensamos la fisura como aquello que deja la fiesta cuando el brillo se apaga: el cansancio, el quiebre producido por el alcohol y/o las sustancias, pero también por el deseo de pertenecer, de sostener una intensidad que inevitablemente se vuelve insostenible. En ese sentido, la fisura no aparece como un accidente aislado, sino como una condición compartida.

De hecho, uno de los cuerpos asume una cualidad casi larvaria, como una oruga que consume lo brillante de la escena: fragmentos de papel aluminio que también se encuentran repartidos en la sala. Esta secuencia parece reforzar la idea de un ser que se alimenta de los restos del exceso y de los límites que lo rodean.

El uso de objetos es frecuente en la obra y funciona como un recurso para ubicar al espectador dentro del universo de la fiesta. Aparecen así distintos simbolismos, como los pétalos de flores, que parecen aludir a una pérdida de la inocencia.

Asimismo, se despliegan secuencias de partenaire contemporáneo cuya narrativa inicia desde tomas y contactos torpes, bruscos y desprolijos. Sin embargo, con el correr de la obra, la grupalidad alcanza una mayor cohesión y armonía. En particular, una escena construida desde el contacto sostenido entre dos intérpretes logra condensar una sensación de amor y cuidado mutuo.

Finalmente, la música y la fraternidad emergen como un posible sostén: los cuerpos se acompañan, se organizan, se responden. La obra parece sugerir que, aun en la fisura, existe una potencia colectiva capaz de reorganizar el daño y producir otra forma de estar juntos. Aquí cabe destacar el trabajo de los cinco intérpretes: Carla Amado, Ornella Fabricius, Sofía Muñoz, Marti Rosas y Melina Ansai. Esta última despliega, a través de un solo, la energía latente del grupo, funcionando como un gesto que arenga la danza.