Con la colaboración de: Laura Chertkoff
El coreógrafo romano Mauro Bigonzetti estuvo en Buenos Aires preparando Cantata obra que estrenó el Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín, el viernes pasado en el Teatro Coliseo.
“La comunicación entre los cuerpos quedó interrumpida como si alguien hubiera desenchufado algo”, durante la pandemia, evaluó el coreógrafo en diálogo con Balletin Dance. Bigonzetti fue director de la célebre compañía contemporánea Aterbballeto, de Reggio Emilia, Italia.
Comenzó a crear coreografías hace tres décadas. Desde 2007 se dedica a eso en exclusividad. En esa trayectoria creativa se ha encontrado en varias ocasiones con bailarines argentinos, a quienes les reconoce “una alquimia única”.
Las primeras dos funciones de Cantata se realizaron el 11 y 12 de marzo en el Teatro Coliseo y contaron con música en vivo del Grupo Assurd – voces, panderos y su acordeón. A partir del sábado 19 se ofrecerán funciones en la Sala Martín Coronado del Teatro San Martín.
Cantata es pura energía en ebullición. La música y los gestos llevan la huella de identidad del sur de Italia. Y aunque esa localía podría sonar lejana, hay algo tan familiar, que nos refuerza la idea de que Argentina es la mayor colonia italiana del mundo.
– Lo italiano, y sobre todo, lo del Mediterráneo, tiene influencias de muchas otras culturas también. Cantata tiene algo muy africano…
Es que el sur de Italia es el norte de África. Tenemos mucha influencia de su música y su baile. Y también de medio oriente. Cantata es una obra muy viajera. La creé en 2001 para el Ballet Gulbenkian de Lisboa, Portugal, y a lo largo de los años la fueron bailando muchas compañías del mundo.
– Tiene gestos apasionados y viscerales que hablan de seducción, pasión, peleas, celos. En los veinte años desde su estreno ha cambiado mucho el modo de ver las relaciones humanas. ¿Qué sucede con la violencia dentro de la obra?
– Cantata elude el tema de la violencia de género. Porque muestra a la mujer en todas sus facetas. Desde la vulnerabilidad hasta la fuerza. Incluso haciendo referencia a la cultura matriarcal que hay en el sur de Italia. Aparece una mujer fuerte, aparentemente sometida por el hombre, pero siempre manifestando una mayor capacidad de fuerza y resistencia.
Bigonzetti nació en Roma y allí comenzó su experiencia artística, donde estudió y trabajó desde 1972 hasta 1983. Al año siguiente, se incorporó a Aterballetto, compañía en la cual trabajó como bailarín durante diez años, hasta que en 1997 se le encomendó la Dirección Artística, que condujo hasta 2007. En 2016 asumió la dirección del cuerpo de baile del Teatro Alla Scala de Milán. Pero el centro de su carrera es su trabajo como coreógrafo autónomo. Sus obras han sido representadas por las compañías de danza más importantes del mundo. Muchas veces en simultáneo. En el último World Ballet Day de 2021 se mostró el detrás de escena de Les Grands Ballets Canadiens de Montreal ensayando su Cuatro estaciones.
El coreógrafo dispone de un equipo de asistentes coreográficos que viajan por el mundo para iniciar los procesos de montaje. Para este estreno el elegido fue Roberto Zamorano, nacido en Cali y habitual repositor de las obras de Bigonzetti en América Latina. También fue así en 2015, cuando el Ballet Estable del Teatro Colón interpretó su Sinfonía Entrelazada mientras él romano montaba otra obra en Nueva York. En esta oportunidad Zamorano viajó un mes antes del estreno para comenzar el proceso con el Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín.
– ¿Cómo ha sido el trabajo con esta compañía?
Roberto me mandó muchísimos videos. Casi me colapsa el celular con tanto material (ríe). Para mí era importante ver a los bailarines en acción. Pero él desde el principio me iba informando cómo la compañía se comprometía con el trabajo. ¡Son tan distintos entre sí! No me gustan las compañías donde todos son iguales. Tienen hambre de hacer cosas nuevas, una gran curiosidad que es fundamental para hacer este trabajo y además mucha generosidad. No una generosidad del cuerpo como músculo. Es una generosidad de entrar en el trabajo con un compromiso emocional, con el alma. Es una compañía muy emotiva. Está hecha sobre todo de personas que se implican. Y son bailarines de gran calidad. Son bellos y cuando bailan se vuelven aún más bellos. Y no me refiero a la estética sino a su belleza expresiva.
La letra en movimiento
La primera composición coreográfica de Bigonzetti es en 1990. En sus obras hay evidentes cruces entre la danza y la literatura. Hizo ballets con varias obras de Shakespeare, con Alicia en el País de las Maravillas, con los cantos de Dante Alighieri y recientemente creó Madina para el ballet del Teatro Alla Scala de Milán, basándose en la novela La chica que no quería morir de Emmanuelle de Villepin. Obra basada en la historia real de una joven chechena que decide no inmolarse en un acto terrorista.
– Madina fue un proyecto muy grande y muy dramático. ¿Cuál fue la respuesta del público?
La respuesta fue muy buena. A pesar de lo dramático del tema del terrorismo, de que tenía mucha sangre y sufrimiento, Madina tuvo un éxito increíble. En el estreno hubo más de diez minutos de aplausos. El público celebró el reencuentro con los artistas después del encierro a causa de la pandemia. Noto que hay una necesidad de interactuar con otros cuerpos.
– Los próximos proyectos ¿también se relacionan con la literatura?
Sí. Estoy trabajando con un dramaturgo en un ballet muy teatral inspirado en un novelista italiano, Pier Vittorio Tondelli, que murió muy joven. Tondelli escribía historias que se referían a las nuevas generaciones de los jóvenes de la década del ’80. Este autor nació en la Reggio Emilia, que es una de las regiones del centro, donde yo trabajé 30 años, con Aterballetto. Forma parte de mi vida y por eso quería homenajearlo, al poeta y también al mundo que él relata. Algo biográfico, pero ficcionado. Y con la música que él amaba: Frank Zappa y el pop italiano de los ’80.
– Volverá a trabajar en Praga en 2023 con el Ballet Nacional Checo. Y ha trabajado con bailarines de todo el mundo ¿Qué tiene de distinto los bailarines argentinos?
– Son muy especiales. Hay una mezcla cultural importante, que crea una alquimia única. Esta mezcla de culturas y de sangre les da características muy particulares. Son únicos. Como Marianela Nuñez.
– ¿Trabajó ya con Marianela?
– No aún, pero la amo. Me encantaría trabajar con Marianela. He trabajado con Julio Bocca y con Maximiliano Guerra. Y con Herman Cornejo y con su hermana Érica.
– Julio Bocca trabajó con Ud. en 1996 en Sinfonía Entrelazada. ¿Siguen en contacto?
– Sí, tenemos una relación de verdadero afecto, aunque nos veamos poco. Recientemente nos volvimos a encontrar en persona hace poco, en Milán, después de 15 años. Es una persona bellísima, fue un encuentro muy emocionante.
– ¿Qué estaba trabajando en República Checa antes de este viaje a Buenos Aires?
En Praga estuve participando en una película para televisión francesa sobre El Proceso de Franz Kafka.
– ¿Tiene verdaderos momentos de descanso?
Cuando no estoy en algún lugar del mundo trabajando con una compañía, estoy viajando para ir hacia otro lado. Por eso disfruto mucho estar en mi casa que tiene una colina y el mar atrás. Vivo hace treinta años en una casa vieja refaccionada, que no tiene teléfono ni tiene gas. Sólo wifi satelital. Amo la naturaleza. Estoy con mis perros, tengo un poco de tierra y trabajo el trigo y unos olivares. Hago aceite de oliva. Y amaso pan, como cualquier italiano.
– ¿Cómo fue estar en casa durante el encierro más estricto de la pandemia?
¡Fue fantástico! No me había pasado estar más de seis meses en casa desde mi adolescencia. Comencé a ser bailarín a los diez años. A los catorce empecé con las giras. Creo que, sumando todos los regresos, estoy en mi casa, como mucho, cuatro meses al año. Y nunca son tantos días seguidos, como lo fueron durante la peor parte de la pandemia.
– ¿Los cuerpos que encuentra después de aquel encierro son distintos? ¿La distancia social afectó la corporalidad de los bailarines?
Sí, muchísimo. La comunicación entre los cuerpos quedó interrumpida como si alguien hubiera desenchufado algo. Es como si los cuerpos se hubieran vuelto vírgenes de nuevo. Veo una necesidad ansiosa de recuperar eso perdido. Pero hay que tomarse tiempo para encontrar ese equilibrio. Porque esta ansiedad por recuperar el tiempo, no es buena y tampoco es posible hacerlo a toda velocidad. Hay que volver, pero son procesos lentos.
– Volviendo a la idea del encuentro, ¿qué va a encontrar el público en Cantata?
Va a encontrar una inyección de vida. La vida se resignificó con la pandemia. Siempre fue una obra que se vivía como una experiencia de alegría, aunque que hay momentos de tensión y otros más melancólicos. Pero en general el público salía con carga de energía. Por casi dos años hemos tenido miedo del cuerpo del prójimo, nos hemos olvidado de nuestros cuerpos. Los hemos metido en un cajón y hemos mirado el cuerpo del otro a dos metros de distancia. Y Cantata es un ballet muy físico, donde los cuerpos interactúan fuertemente.