Por Marta Bernazano
Traducir en movimientos los textos de Boquitas Pintadas desde el lenguaje de lo corporal pero también de los rostros, la gestualidad, los climas (y clímax), luces y sombras, he ahí la tarea a la cual se ha abocado el Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín, en esta reposición de la obra coreográfica de Oscar Araiz y Renata Schussheim, con dirección de Andrea Chinetti y co-dirección de Diego Poblete.
En el teatro se puede siempre re-crear. Las épocas- no solamente la de la ficción (que no es sin la realidad)- sino también la de la creación de la obra coreográfica y la de su reposición dialogan constantemente. Es decir, la obra se ve desde el hoy.
Por un lado, Boquitas Pintadas del ballet contemporáneo, nos lleva al pasado al retratar la vida de mujeres atravesadas por la fantasía del amor idealizado que propone el radioteatro, pero por otro lado también, seducidas y en acto de seducción, ceden ante la realidad de la vida que desmorona ese mundo mágico de un plumazo. Escenas que interpelan al presente, como el rebobinado del recuerdo, la violación y la predicción del destino fatal, encuentran su climax en la notable interpretación de la sirvienta (Lucía Bargados) y su desesperada venganza de sangre.
Todos los bailarines merecen ser nombrados, pues aúnan sus esfuerzos para la construcción de la obra y es de remarcar cómo los hombres trabajan en esta puesta para realzar los movimientos escénicos y escenográficos de las divas, y cómo son absolutamente colocados en función de estas boquitas pintadas, aunque no sean más que la máscara de una sonrisa que se deshace en llanto o rabia.
Las mujeres son los centros estereotipados de este melodrama que, a través de la codificación del movimiento, teatraliza y baila cartas, crónicas y reflexiones que se desgranan desde el off, código a la vez preciso y precioso a la hora de expresarse para cada bailarín, desde la energía de la gitana (Paula Ferraris) a la sutileza de Mabel (Fiorella Federico) o la dulzura triste de Nené (Ivana Santaella), las tres excelentes en su roles.
Extrañamente, en esta obra donde todos pierden, los hombres son los grandes perdedores: el malogrado Juan Carlos (Emiliano Pi Álvarez) y el policía matón, (David Millán) ambos con actuaciones remarcables.
Llena de melancolías y de paraísos perdidos, desde las luces y demás elementos escenográficos, nada se disputa al texto: tenues y sobrias hacen resaltar los negros del luto, el rosa de las enaguas, los blancos de los hospitales y el rojo de lo prohibido.
La profesionalidad del ballet da solidez a la puesta: sobre el escenario un mundo de odios y rencores, hipocresías y mentiras, transgresión y represión la vuelve la necesaria y presente en el verdadero radioteatro: el de la vida.
El nuevo reparto continuará con las presentaciones de viernes a domingo a las 20 hs.