Dos coreógrafos británicos y sus obras para el Royal Ballet y el English National Ballet en 2016 propusieron reflexionar sobre la evolución del ballet clásico y el viaje transcurrido en una década hacia lo que hoy sería el futuro planeado entonces. Algo difícil de predecir, a menos que sea creándolo
McGregor y el Royal
En 2006, a raíz del éxito de la obra Chroma que desafió a bailarines y público por igual, Monica Mason, directora del Royal Ballet, nombró a Wayne McGregor coreógrafo residente de la compañía, posición que ocuparon Frederic Ashton y Kenneth MacMillan. Sólo que McGregor venía de una extracción contemporánea. Mason creía que representaría el futuro del Royal Ballet en la danza y atraería un nuevo público. En diez años McGregor creó quince piezas para el conjunto ahora bajo la dirección de Kevin O’Hare; algunas con acierto (Infra, Woolfworks) y otras no tanto (Raven Girl). La última fue Multiverse, para celebrar el decenio con un programa triple junto a Chroma y Carbon Life.
Multiverse con música de Steve Reich lleva todas las características de un McGregor: movimientos veloces y segmentados en cada articulación, como cintas, fluidos, vertiginosos, a veces repetitivos y de bellas formas.
Para el coreógrafo los cuerpos de los bailarines hoy difieren de los de hace cincuenta años. Comen mejor, entienden mejor su biomecánica, son más rápidos, giran más y saltan más alto. Así los empuja a un lenguaje desconocido, de desequilibrio y desafiando su resistencia. Según el bailarín principal Steven MacRae, McGregor “permite que el cuerpo haga cosas que uno no creía posibles”. Por su parte, Marianela Núñez dijo a Balletin Dance, que el creador es muy inteligente y crea muchísimo material en cada ensayo sacando lo mejor de cada bailarín.
En Multiverse, hay dos partes, dos universos paralelos, dos estilos musicales, abstracción y alusión al mundo actual, proyección de imágenes en pantallas electrónicas y luego sólo colores. La extraordinaria técnica de los bailarines materializa el mundo imaginario de McGregor. La crítica suele ser dura con él, pero la sala siempre está llena.
Balletin Dance consultó al presidente del Círculo de Críticos de Danza del Reino Unido, Graham Watts, sobre cómo McGregor contribuyó al ballet clásico.
“La búsqueda incesante de nuevas dimensiones para presentar sus coreografías han expandido el horizonte del ballet clásico en Londres y, a través de la exportación de sus trabajos, en el mundo entero. Un aspecto innovador de McGregor es el énfasis en un amplio rango de diseños multi-media más la ecléctica y provocativa selección musical”. Watts considera que varias obras permanecerán en el repertorio del Royal Ballet como “piezas básicas”. Otra observación es que sus creaciones de “estilo hiperflexible cambiaron la dinámica del Royal Ballet exigiendo una nueva habilidad de movimiento que naturalmente influenció a otros coreógrafos que trabajan allí”.
Khan y el English National
A su vez, el English National Ballet, que dirige Tamara Rojo, eligió también trabajar con un coreógrafo que no proviene del ballet clásico sino del kathak, una de las seis formas de la danza hindú de origen religioso, usada para contar historias: Akram Khan. En 2016 reinterpretó el clásico romántico por antonomasia, Giselle. Tal vez, el mejor espectáculo de ballet de la temporada en Londres, que se perfila para convertirse en un clásico moderno, como Chroma de McGregor.
Khan le dio una vuelta de tuerca a la historia de la paisana enamorada del señor feudal que muere traicionada, pero salva a su amado.
Su propuesta se inspira sutilmente en el incendio de una fábrica de ropa en Bangladesh en 2013. Pero, Giselle, es un personaje fuerte, líder de los trabajadores inmigrantes de la factoría que cerró. Hilarión es un negociador entre los dueños y los trabajadores, con calle y hasta parece que fuera quien mata a Giselle. Mientras que Albrecht sufre con la culpa del daño causado, los espíritus están allí para vengarse.
El efecto de la puesta de Khan, con música recreada sobre la original de Adam por Vincenzo Lamagna, la escenografía de Tim Yip con una pared que se desplaza hacia el proscenio y gira sobre sí, y la pasión de los bailarines (con destaque de César Corrales, Tamara Rojo, James Streeter y Stina Quagebeur) es hipnótico. El primer acto en media punta acentúa el sesgo terrenal, y el segundo, en puntas con wilis de cabello suelto y blandiendo bastones de intimidación, es fantasmagórico. Hay escuadras y ondulaciones, saltos de derviche, manos y dedos en poses informadas por el khatak. Khan es un narrador natural. Debió comprometerse con cuerpos de ballet y llevarlos a su lenguaje y estética sacándolos del confort de hacer un “clásico en automático”, algo buscado por Rojo.
Para el crítico Graham Watts, Khan es el “líder de una nueva generación de coreógrafos foráneos al ballet, que lo están influenciando, ampliando sus límites y ganando una nueva audiencia más joven, aunque la receta no siempre tenga éxito. Esta evolución es parte de un largo viaje que comenzó con Fokine a comienzos del siglo XX en Rusia, pasó por Balanchine en Estados Unidos, Cranko y MacMillan en Gran Bretaña y Alemania, Roland Petit y Maurice Béjart en Francia, Bélgica y Suiza, y Leonid Jacobson y Boris Eifman en Rusia, explica. McGegor y Khan son importantes conductores de la próxima etapa de ese viaje”.