Hace unos días recordaba el año 1994. Yo era un estudiante de baile español en una academia de Rosario, pero también era voluntario de Lalcec (Liga Argentina de Lucha Contra el Cáncer). Un grupo de jóvenes que colaborábamos con la institución recaudando fondos en los teatros para la ONG, éramos quienes repartíamos los programas de mano y veíamos las funciones.
El 6 de octubre de aquel año llegaban para actuar en el Teatro del Parque España de la ciudad la familia Pericet, difusores de la escuela bolera del siglo XVIII. Mi maestra estaba ilusionada, incluso hasta preparaba una pequeña recepción para la compañía. Yo que era un chaval, que me enteraba de poco en ese tiempo, estaba también emocionado, no sabía muy bien qué era lo que representaba esta familia, entre la danza bolera, el flamenco, el folklore, esta suerte de recorrido histórico danzado en un espectáculo. Yo me vestí con un traje y con corbata, me arreglé el cabello largo y me fui para el teatro.
Al llegar a la sala, antes de incorporarme al grupo de voluntarios pasé por los camarines, yo tenía que conocer a aquellos bailarines que llegaban de España. Para mi sorpresa el escenario estaba habitado de gatos siameses, varios dando vueltas, marcando su territorio y sobre uno de los extremos estaba Amparito, la hermana menor de la familia jugando con uno de los gatos o quizás peleando, el recuerdo a veces puede ser traicionero.
Llegó Ángel, cabeza de la compañía, para probar el escenario, los gatos se fueron con él. Amparito que estaba con una bata larga y pantuflas volvió a su camarín para maquillarse. Yo volví a mi trabajo de recibir al público, estaba emocionado, ansioso, no sabía qué preguntar cómo dirigirme a ellos que representaban toda una institución para la danza. Antes de que comenzara la función, con una compañera de Lalcec volvimos al escenario. Llevábamos el libro de firma que los artistas que visitaban la ciudad autografiaban para nosotros y le pedimos a cada uno de los hermanos Pericet que dejen allí su recuerdo.
Hace unos días volví a ver ese libro, volví a recordar el momento y a recibir la triste noticia de la partida de Amparito, la menor de una familia dedicada a la danza, heredera de una tradición y portadores de una parte de la historia de la danza de España y de Argentina.
Amparito era una mujer que estaba por fuera de los círculos de la prensa, de los escaparates o los grandes eventos, ella vivía en Buenos Aires hacía mucho tiempo. Llegaba al teatro cada vez que sus hermanos se juntaban para alguna gala especial. Era partenaire de Eloy y otras veces de José Zartmann, cuando el hermano no podía llegar de Madrid a Buenos Aires para actuar. Ha recorrido todos los grandes escenarios con la compañía familiar y ha dejado su recuerdo marcado en su entorno más cercano y en todos aquellos que alguna vez la vimos sobre los escenarios del Teatro Avenida, del Cervantes, del Lola Membrives, del Liceo o de aquel recuerdo del Parque España.
Varios años después de ese primer encuentro, tuve la posibilidad de empezar a bailar en la compañía que los Pericet formaron en Buenos Aires. Allí pudimos compartir actuaciones, ensayos, cenas, giras, charlas, amigos invisibles, juegos y risas. Siempre la recuerdo haciendo el Café de Chinitas con su bata de cola y acompañada a la guitarra por Manolo Yglesias y el cante de Rafael de Triana.
Hace apenas unos días nos dejaba la menor de esta familia, esperemos que la historia no la deje en el olvido. Ahora, sólo nos queda ese recuerdo de los momentos vividos o quizás estas palabras para volver a revivirlos.