El engaño tiene (siempre) consecuencias
Giselle es un clásico reanimado por el corógrafo Jorge Amarante. Reanimado. Vuelto a la vida, inyectado de flujo vital, como la mismísima Giselle.
Amarante se propone pensar aquí el alcance de la trampa, el engaño, y de lo que genera la mirada y los juicios morales sobre las conductas humanas. Y más aún sobre las conductas muy humanas.
El personaje central del ballet que subirá a escena el martes 23 de agosto en el Teatro El Nacional de Buenos Aires (Corrientes 960, 20.30 hs) podría ser la heroína de una serie de televisión actual.
Una niña ingenua que es partida al medio por un evento traumático, un engaño, que la conduce a la muerte. Y a una condena que incluso trasciende la muerte. Una escatología (sí, esa es la palabra, lo que existe después de la muerte) del engaño.
Amarante juega con códigos sutiles, hábitos cotidianos, para darle volumen psicológico a su personaje, interpretado por la bailarina-actriz Sofía Menteguiaga, ex Tulsa Ballet, Royal Ballet of Flanders, Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín y del Teatro Colón.
Giselle no está entre nosotros, sin embargo. No es un “tipo” psicológico en el que podamos encontrar a mujeres de nuestro entorno. Es más bien una sublimación poética de un arquetipo.
El dilema existencial, narrado coreográficamente, del desengaño amoroso, del trauma que se produce en el roce de lo real con una fantasía de vida hiper protegida, es algo muy próximo a nuestras experiencias cotidianas.
Las malévolas Willis de Amarante sí se parecen al juicio de una moralina de resentimientos, que observa, juzga, “se mete” como chusma en la esfera privada de los otros. De “nosotros”.
Amarante cuela, apenas, en su puesta “clásica” elementos oníricos y rupturas del espacio teatral tradicional. Lo hace desde la puesta en escena, cambiando de frentes dentro de la caja a la italiana, pero sobre todo con el baño de luz.
Le agrega muy discretamente componentes tomados de supersticiones, de la vida cotidiana y de la fantasía mainstream. Algunos códigos de historias de fantasmas. O de vampiros. En vez de ajos, luz y cruces, serán los círculos de sal con los que la madre de Giselle pretenderá crear un campo protector del sepulcro para impedir que unas willis particularmente satánicas puedan perturbar el descanso de su hija.
Pero los empeños de esta cristiana progenitora por continuar (sobre)protegiendo a su hija frágil, serán rotos por la propia Giselle, que vuelve a exponerse al riesgo y la amenaza.
El decantador de la tragedia es el engaño, efectivamente. El ocultamiento es la naturaleza misma de la infidelidad. Las promesas no correspondidas son la mentira misma. Pero Amarante no quiere contar lo que todos hablan con el psicoanalista. Quiere hablar de un sistema de relaciones, el engaño, que no por rutinario y ancestral, deja de tener consecuencias, a veces fatales.
La jovencita no muere por un colapso nervioso en esta versión. Se quita la vida. El shock fatal ante la evidencia de la traición, tensiona su formación moral cristiana y la lleva al colapso.
“Cuando empecé a trabajar con Giselle no le di una muerte espontánea… no quise que el corazón no resistiera… mi Giselle termina matándose. Un suicidio. Porque Mathilde y Albrecht están esperando familia… Traigo la tragedia un poco más a nuestra época. Para correrse de ese triángulo amoroso, Giselle opta por una salida radical”, explicó.
Esta Giselle que se verá la semana que viene y también el 6 de septiembre en El Nacional es la reposición de la primera obra completa de Amarante como coreógrafo y director de un elenco independiente. Luego hizo el éxito de El Lago de los Cisnes y Carmen. El creador conversa en su mente permanentemente con estas obras suyas. Las compara. Pone en unas, quita en otras.
Ahora vuelve a la carga con Giselle, clásico menos conocido del público en general, pero sellado con fuego en el imaginario de los bailarines.
“Tuve que realizar una verdadera desintoxicación para sacarme las imágenes de lo que tanto había bailado para poder avanzar en mi propia creación”, señaló Amarate a Balletin Dance.
Durante dos meses, esa “cura” consistió en escuchar intensivamente la música y conectar con esa naturaleza.
“Traté de no pensar más en lo que yo había bailado. En sacármelo de encima. Porque se me venía encima. No la podía matar. Se me venía el andante de la entrada del segundo acto de Albrecht. Por eso lo convertí en un solo de Giselle. Albrecht no tiene entrada en mi Giselle. Entra y ya” explicó.
“Uno termina disfrutando lo penoso, la parte trágica de la circunstancia. Mi Lago de los Cisnes es más directo y frontal. En él hablo de la trata de personas, el delito aberrante e invisibilizado del siglo XXI. Giselle tiene una trama interior muy particular. Quise preservar en el segundo acto el dominio que logra Giselle a través de la tranquilidad, de la paz y del amor” explica.
Esta sensibilidad de Giselle es encarnada por la excelencia del elenco de bailarines que Amarante recupera con meticulosidad de ingeniero.
No es sencilla la logística de los elencos independientes, en los que cada componente tiene obligaciones alimentarias, trabajos dispersos, horarios desencontrados. El resultado es un proceso de ensayos duplicados. Amarante mismo se encontraba en la Universidad de General Roca, en la provincia de Rio Negro, montando unos movimientos con el ballet local en base a piezas para piano de Mozart y Chopin, cuando habló con Balletin Dance.
El coreógrafo cuenta con el apoyo de Karina Battilana para la producción, logística y la relación con el teatro. “A nivel artístico contamos con el apoyo de las salas del Ballet Studio y antes de la Fundación Julio Bocca. Los bailarines tienen muchas actividades propias. A veces tengo que ensayar un rol dos veces. Para llegar al escenario en condiciones óptimas y que los artistas puedan entregarse a disfrutar lo que hacen. Y yo también”, señaló.
Pero el eje central de su universo actual sigue siendo Giselle. “Con ser llana y directamente simple, es uno de los ballets clásicos argumentalmente más interesantes” enfatizó.
A diferencia de los Tchaikovskys, Giselle tiene menos implantación en el público que conoce Lago por el film de Disney o la saga de Barbie.
Por eso esta apuesta es comercialmente osada, aunque el año pasado, en el escenario de ebullición inmediatamente pos pandemia, haya despertado el interés de cantidad de espectadores.
“A Giselle la conocí desde el otro lado. Había bailado junto a ella. Me gustó ahora meterme más en ese personaje, ficticio y real a la vez. Giselle está entre nosotros. Es más íntima al tiempo que más poética que los personajes realistas que puse en Lago. Es un personaje hogareño. No en cuanto a los pasos o estilo de la danza, pero si a los conflictos de engaños. El accionar que desencadena en cada uno de nosotros ser objeto de una trampa”, dijo Amarante.
“El engaño… a veces uno empieza por una pequeña mentirita y se va potenciando… La complejidad de sostener una mentira es que requiere otra”, deja flotando Amarante y activa una secuencia de memorias que repercuten en la experiencia de cada uno.
La Giselle y sus amigos, son más bien infantiles en el primer acto. No es la criatura etérea y romántica de la visión de pureza blanca que el siglo XIX proyectaba sobre el mundo monacal del medioevo. “En el momento que descubre el engaño, Giselle madura, y al morir, se transforma. Los grandes problemas activan la madurez para sobrellevar conflictos”, completa el perfil psicológico Amarante.
El coreógrafo dispone de un gran instrumento en el cuerpo y el carácter histriónico de la bailarina Sofía Menteguiaga, así como en la solidez técnica y dramática de la ex Ballet de Graz (Austria), Lorena Sabena, una de las willis ubicuas y dañinas.
“Las willis mantienen su perfil del ballet romántico… no son tan presenciables dentro de nuestra sociedad. Son, sí, las miradas de la sociedad, de los terceros. El entorno que señala. Un entorno moralista. Cuando uno necesita un apoyo tiene que poder encontrarlo. Las willis son los ojos de resentimiento, hacia Albrecht, hacia los hombres de la obra en particular. Son un poquito más demoníacas que las del ballet tradicional. Mirtha toma el eje central, pero funciona más en equipo”, señala.
En esta versión Amarante agregó más Willis, serán 10 en total sobre 19 del elenco completo.
Duplica las apuestas. Busca público sin concesiones. La Giselle del 23 de agosto y 6 de septiembre es una oportunidad (de las pocas que hay) de acceder a la re-visión y reversión de un clásico en registro académico y a la vez entretenido y profundo.
Staff:
Bailarines: Sofía Menteguiaga, Benjamín Parada, Iara Fassi, Marcone Fonseca, Agostina Sturla, Lorena Sabena, Manuela Llavalle, Sofía Carmona, Guadalupe Ojeda, Victoria de la Barra, Jazmín Yerio, Clara Quinteros Patron, Fiona Álvarez Peralta, Paula Bruck, Fernando Nobre Duarte, Francisco Camino, Nicolás Alberto Flores, Francisco Gabriel Martínez y Gastón Bongiovanni.
Coreografía, vestuario y puesta en escena: Jorge Amarante
Asistente de ensayo: Gilda Aguirre
Asistente coreográfico: Analía Sosa Guerrero
Diseño de iluminación: Martin Rebello
Producción general: Karina Battilana
Producción ejecutiva: Rita González del Solar
Operador de iluminación: Christian Richards
Realización de vestuario: Stella Maris López
Fotografía: Máximo Parpagnoli