Así lo señaló la bailarina Natalia Pelayo que fue parte de una nueva edición de Balletango. La compañía, dirigida por Matías Santos, se presentó en el Auditorio de la Fundación Beethoven, el 30 de septiembre y brindará una nueva función el 26 de octubre.
El grupo, integrado por destacadas figuras del Ballet Estable del Teatro Colón, fusiona la sensualidad y la picardía del 2×4, junto con la delicadeza y elegancia de la danza clásica. La musicalidad pasó por distintas instancias a través de piezas más destacadas. La escena se concreta con un piano de cola en una esquina y la capacidad de interpretación de los bailarines que atraviesan una fusión constante.
El director de la obra, en entrevista con Balletin Dance, explicó cómo se originó el trabajo. “Surgió como un camino de regreso a mis raíces, a mi verdadero niño. Empecé a bailar folklore en Entre Ríos, es un ritmo muy a tierra. El tango se danza en los festivales, las provincias y ciudades, por tanto me permite volver a ese lugar, donde, además, llevo al equipo”.
¿Y eso lo encontrás todavía?
¡Claro! Y es lo que me hace feliz en este momento de mi vida. La propuesta para la compañía es regresar a un contexto más terrenal. Aquello que se identifica con lo etéreo, lo tenemos incorporado. Se trata de jugar con esa mixtura y así, logramos cosas hermosas.
La creación comprende particularidades que se unen para generar armonía. El cambio en el cuerpo de los intérpretes se refleja en la sensualidad y la manera en que se dirigen al público o entre ellos. “Como grupo, coincidimos energéticamente y estamos atravesados por un mismo propósito en nuestras carreras”, contó Santos.
El artista entrerriano explicó, además, cómo se adquiere la unidad que se transmite: “En el conjunto hay un factor humano, que es fundamental. Estamos en sincronía personal y profesional después de años de trayectoria. Tener la posibilidad de hacer lo que nos gusta es un placer, un privilegio y todos nos unimos en eso ¡Es increíble!”.
¿Cómo fueron las variaciones de la obra en el tiempo?
Los cambios tienen relación directa con el espacio en donde nos presentamos. No necesariamente tiene que ser un teatro diseñado a la italiana, podemos actuar en cualquier lugar. Un claro ejemplo es nuestro presente trabajo con Lizzie Waisse que realiza la puesta en escena. Ella tiene una visión más amplia y sugiere diferentes situaciones, como las transiciones de los personajes.
Y si un ocho en puntas fuera poco, el jeté tanguero de Marisol López Prieto, mantiene al balletómano y al tanguero, con la misma expectativa e ilusión. El cuadro de Matías Santos y Nahuel Prozzi retomó una costumbre arrabalera, cuando se lucieron en una milonga entre variaciones complejas y una riña que culminó en un beso robado.
Cabe destacar el trabajo de los músicos (Lucas Iriarte, Nicolás Muñoz y Pablo Sánchez) que dialogaron en total armonía con los bailarines. Además, posterior a su presentación se mantuvieron en escena sólo como parte de la estética, lo que podría asemejarse al ballet o bien a las calles que marcaron a los compadritos que bailaban en Florida y Lavalle.
En este marco, Natalia Pelayo, parte del cuerpo de baile, afirmó que “estamos en el siglo XXI, y el tango siempre nos lleva a un lugar evocativo de otro tiempo. Sin embargo, es importante acercarlo al momento actual y mantenerlo vigente. Tenemos la posibilidad de fusionar toda la poética y el lirismo de la danza clásica. La conexión más grande y principal referencia es Piazzolla. Él logró hacer que dialoguen estos dos universos. Esa es nuestra puerta de entrada, lo que nos habilita a ahondar en ese diálogo y crear nuevas poéticas”.
Pelayo es una referente, desde lo popular y en el ámbito específico, entiende que hay una amplitud de herramientas en el ballet. “En el Teatro Colón, preparamos La fierecilla domada. Es una obra que requiere teatralidad, independientemente del nivel de técnica. Siempre trabajamos como profesionales que somos, sin embargo, el espíritu de investigación está vivo”.
“La posibilidad de explorar herramientas, netamente teatrales, fusionarlas con el bailarín y crear desde ese lugar, cada vez toma mayor relevancia. Este proceso es posible gracias a que la formación, ya está incorporada en el ADN, después de practicarlo por tantos años y eso, funciona como punto de partida para explorar”, explicó la intérprete.
Entre los espectadores participó la bailarina y coreógrafa Mora Godoy que se veía fascinada con el espectáculo. “Me encantó, es una obra hermosa”, afirmó la artista.
Un trabajo que conjuga lo mejor de cada intérprete y su musicalidad sencillamente reconocible por quien lo transite.
Bailarines: Eliana Figueroa, Marisol López Prieto, Natalia Pelayo, Nahuel Prozzi, Matías Santos
Músicos: Pablo Sánchez, Lucas Iriarte y Nicolas Muñoz.