Austria
El Wiener Staatsballet presentó nuevamente coreografías de John Neumeier, director del Hamburg Ballet, en doble homenaje a Vaslav Nijinsky: Le Pavillon d’Armide, una recreación de la puesta de Fokine de 1909, y su (genial) versión de La Consagración de la Primavera
En este programa se pusieron de relieve, la extraordinaria capacidad de John Neumeier para contar una historia y meterse en la piel de sus personajes (en Pavillon), y su don para hacer viva la música a través del cuerpo de los bailarines (en Le Sacre).
Le Pavillon d’Armide (con música de Nikolai Tcherepnin), fue estrenado en el Teatro Mariinsky en 1907 con Ana Pavlova y Nijinsky en los papeles principales, y se destaca en la historia del ballet por su concepto de mantener una unidad dramática y una evocación clara del período histórico que representa, en este caso doble: el s. XVIII en la historia del visconde de Beaugency y el renacimiento en su sueño sobre la leyenda de Armida, además de haber sido una de las primeras creaciones breves que los Ballets Russes de Serge Diaghilev mostraron en el Châtelet de París en 1909.
Neumeier ha tomado el material histórico a fin de representar las fantasías y alucinaciones que podría haber tenido Nijinsky durante su internación en la clínica suiza. Su interpretación da lugar a una síntesis admirable entre realidad y fantasía, pasos clásicos, neoclásicos y variadas expresiones bailadas de la angustia y soledad que el genio habría pasado en su enfermedad.
En la puesta actual, aparece el pas de trois clásico que Nijinsky estrenó en su momento con Tamara Karsavina y Alexandra Baldina, y evoluciones del cuerpo de ballet de la compañía de Diaghilev. Resulta trascendente el cuadro en que cuatro personificaciones de Nijinsky bailan al mismo tiempo en el jardín de Armida (copia de la escenografía original de Benois): Nijinsky mismo (Mikhail Sosnovsky en genial interpretación), su caracterización como esclavo de Armida (Denys Charebychko), Nijinsky como príncipe siamés (Masayu Kimoto) y como alumno de la escuela del Mariinsky (Richard Szabó), en pas de cinq con Diaghilev. Resulta muy conmovedora la danza de Nijinsky con Diaghilev, que expresa el amor que alguna vez se tuvieron.
Y por último, un final electrizante, cuando Nijinsky queda de pie en medio del escenario luego de una danza de movimiento impetuoso, y se va quitando la ropa lentamente mientras culmina la música de Tcherepnin y resuenan las primeras notas de Le Sacre du Printemps de Igor Stravinsky.
Le Sacre de Neumeier
La Consagración de la Primavera, después de su estruendoso y escandaloso estreno (1913), ha ocupado a no menos de doscientos coreógrafos. En esta versión de John Neumeier se pone de relieve lo que hay de primitivo en la composición de Stravinsky, imaginada como un rito tribal.
Acá los seres humanos están despojados de todo adorno, son cuerpos recubiertos de mallas color piel. Los movimientos son replicados por el agitar de las cabelleras femeninas, cortas y largas, rubias y morenas.
La composición musical, en el concepto de Neumeier, resultó proféticamente alegórica de las grandes catástrofes que sacudieron al s. XX. Su coreografía se inicia con una caminata en silencio de figuras a contraluz en el fondo del escenario, al frente se encuentra un hombre acostado. La música arranca cuando algunos se acercan al hombre y descubren que está muerto. Neumeier lo concibe como el pasaje de la inocencia a la realidad de la muerte y la destrucción.
Hay en toda la pieza una alternancia de momentos de danza sincrónica en todo el espacio, y momentos en que el grupo se compacta. Del grupo compacto surgen todos los brazos pidiendo socorro, o señalando el futuro.
También está presente el motivo del sacrificio de la víctima que había ideado Stravinsky, el grupo, todos juntos en apretado montón, eleva hacia lo alto a una bailarina de largo pelo rubio, la suben, la bajan, la deslizan por un túnel que hacen con las piernas.
La obra culmina con un aniquilamiento total, todos salen de la escena salvo una figura trágica, interpretada por la intensa Rebecca Horner quien baila una larga secuencia de enérgicos pasos y saltos.
Extraordinario fue el trabajo, tanto de ella como de todo el conjunto, en ambas piezas ofrecidas, sin lugar a dudas la influencia que trajo consigo Manuel Legris para favorecer la calidad de este cuerpo de baile continúa siendo de excelencia, a la vez que Neumeier despertó lo mejor de su aptitud interpretativa.