Lo que no se Limita

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Origen desde el que individuarse. Foto: Ignacio Cángelo

En El Portón de Sánchez se presentó El Otro Lado, el último tramo de la Trilogía de las Mutaciones de Ramiro Cortez y Federico Fontán, iniciada con Los Cuerpos (ver Balletin Dance Nº 231, mayo de 2014) y continuada con La Corporación

 

La presencia de alguien, de un cuerpo, da, de suyo, su recorte respecto de lo otro, es decir, enmarca sus diferencias atributivas, simplemente está ahí y se lo reconoce como individuo, pero se es individuo como oposición al resto.

En líneas generales, las mutaciones a que remite la trilogía aluden a cambios en los cuerpos, especialmente a aquellos que hacen de cada uno marcas de quién es. Cortez-Fontán buscan en alteraciones oscuras, construcciones en parte alejadas de las típicas transformaciones que dan cuenta de cómo nos vamos individualizando. En La Corporación, la más legible como relato, y en la que la dupla creativa se dedicó sólo a la dirección de los 18 intérpretes, los cambios corporales, grupales, insistían en algo que podemos caracterizar de tribal o social: relaciones entre personas que hacen a intercambios básicos y que, en efecto, muestran variaciones de actos, formas corporales y conductas.

En las otras dos piezas, Cortez-Fontán además de dirigir interpretaron. Ambas obras presentan rasgos comunes: dos individuos que lo son en la medida en que se construyen como tales. Mientras que en Los Cuerpos, el extrañamiento de gestos y acciones, las irrupciones mutuas de cuidado o violencia cuerpo a cuerpo marcan las líneas directrices, en El Otro Lado, la propuesta redundó en una instancia de deslinde o separación, de individuación en definitiva, pero constantemente atravesada por la necesidad de volver a verificar si ese es el camino.

Lo anterior expone porqué las conductas, simples a la vez que incisivas, hasta sin piedad aparente, en la última coreografía exploran la corporalidad ajena como propia. También, y como otra faceta con un sesgo monstruoso (después de todo, lo monstruoso no es otra cosa que lo definitivamente inesperado), se dan muestras de actos de violencias hacia sí, hacia el otro, o padecidas por el solo hecho de estar adecuándose. Los intérpretes se ajustan y acomodan en la coreografía a las propias posibilidades sobre un patrón de algo impuesto. Tanto la iluminación (Paula Fraga) como la música (Facundo Negri) construyen ámbitos a ser comprendidos por las respuestas corporales. Iluminación y música crudas, directas, a las que las adecuaciones como respuestas de los bailarines resultan en formas agitadas, convulsivas, hasta explosivas, contrapuestas a momentos de expectativa y quietud, hasta de muerte.

En El Otro Lado, con la contundente interpretación en escena de Cortez-Fontán, aquello que define a una persona, los límites que la hacen portadora de sus atributos diferenciales de todo otro, resultaron difusos, imprecisos, remarcando maneras de lograr su fijación imposible, ese lado de ser que no termina nunca de ser.