Del Teatro Colón al MIT de Cambridge

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Florencia Siciliano en "Isolda & Tristan" de Olga Roriz, con la Companhia Nacional de Bailado. 2012 Teatro Camões (Portugal)

Desde Portugal, la argentina Florencia Siciliano se comunicó con Balletin Dance, para “compartir un poco de mi historia con otros compañeros, con el público en general, y sobre todo para llamar la atención a los jóvenes bailarines, para que cuiden mucho de su cuerpo, pues un accidente puede cambiarlo todo…”

“Son muchas las veces que se cuentan historias de bailarinas… Esta no es diferente” asegura Siciliano. Casi todas las niñas de pequeñas sueñan con ser bailarinas, “y yo también”. Aunque recién pudo comenzar a estudiar a los 13 años (para algunos sería demasiado tarde), al año siguiente ingresaba al Instituto Superior de Arte del Teatro Colón. “El grupo en el que trabajé era potente, de allí salieron bailarinas como Ludmila Pagliero (etoile de la Opera de París)”.

La argentina recuerda a Antonio Truyol, como padrino artístico, “hasta los últimos días de su vida. A quien estaré siempre agradecida, incondicionalmente”. Y a Rina Balver, Katy Gallo, Raúl Candal, Loipa Araujo, Víctor Ullate y Menia Martínez, entre otros.

A los 18 partió rumbo a La Habana, donde luego de algunos años de estudio, se convirtió en aprendiz del Ballet Nacional de Cuba (BNC). Al tiempo se dirigió a Europa. “Comencé como bailarina freelancer en diferentes países y fue en España donde conocí a mi mentora artística: Menia Martínez, bailarina del BNC y etoile de la compañía de Maurice Béjart en Lausanne (Suiza). De su mano fui a trabajar a Bélgica, donde realicé varios espectáculos”.

Cambio de rumbo

Fue después de audicionar en Portugal, cuando Florencia Siciliano siente que tuvo la posibilidad de cumplir su sueño: “¡Ser una bailarina!”. Ingresó a la Compañía Nacional de Bailado. “Ese sueño duró 12 años”.

Un trágico accidente de trabajo, en el escenario, cuando interpretaban Giselle, “catapultó mi vida para otras historias”. En tan solo un día, pasó a tener una incapacidad física del 100 % para bailar. “Nunca me hubiese imaginado que me iría ocurrir algo semejante, que me impidiera continuar con mi carrera profesional hasta el final. Fui operada. Estaba convencida que volvería a bailar. Dejar la danza nunca había sido una opción. Pero ese día llegó, y de repente, la sensación de que mi castillo de sueños se había derrumbado. Estaba desolada. Mi vida había perdido sentido sin la danza en su camino”.

Un nuevo comienzo

Sus sueños se desvanecían, sin que ella pudiera hacer nada, explicó a esta revista. “Pero esa bailarina que tanto había luchado para llegar al Colón e incorporarse años después al Ballet Nacional de Portugal, no estaba dispuesta a dejarse caer. Las bailarinas tienen una importante fuerza de superación.

¡Las bailarinas tienen resistencia y fortaleza!”, afirmó.

Se trataba entonces de buscar “diferentes caminos para encontrar una motivación”. Lo primero que hizo fue comenzar a estudiar. “Para mí fue encontrar un nuevo sentido, así que puse manos a la obra: comencé con osteopatía, después psicología, un master en ciencias de la educación, una pos-graduación en el MIT (Instituto de Tecnología de Massachusetts, Estados Unidos) y actualmente me encuentro realizando mi doctorado en psicología clínica”.

“Tuve la gratificación de ser premiada por el MIT con el premio Fire Hydran Awards de 2020. Un reconocimiento que se me concede por haber demostrado alguno de los valores importantes para esa institución, como excelencia, valentía, humildad, curiosidad, pasión por resolver problemas difíciles y un fuerte deseo por realizar el bien en la sociedad”.

Más allá de esto, la argentina asevera: “Soy una bailarina, aunque nunca más pueda danzar”.

Coronavirus

Como le ha pasado a muchos, el proceso de la pandemia Covid-19 ha tenido un impacto importante para esta bailarina, que ya ha demostrado su fuerza de superación, como señala con sus propias palabras. “Es un momento tan único, que es vivenciado por cada persona de una forma diferente. En realidad, cada persona es un mundo y cada mundo es diferente. De hecho, adaptando el pensamiento de Tolstoi, podría decirse que cada individuo infeliz es infeliz a su manera.

Como siempre ocurre en la vida, muchos son los caminos que se cierran, pero también muchos otros los que se abren. Y yo que creía que después de mi accidente, nunca más podría aproximarme al mundo de la danza, ahí me encontré en la madrugada de esta pandemia, desvelada, buscando saciar mis miedos… y contenida por aquellos bailarines de todo el mundo que están en mi tv. Al final, la danza no se había acabado en mí, todavía hay un fuego en mi interior que surge al ver un bailarín.

Un luto que estaba dispuesta a arrastrar, por un amor que nunca dejaría escapar (la danza). Es que cuando esto comenzó, fue necesario encontrar herramientas internas para equilibrar los estados de ánimo. Y nada podría haber sido más gratificante que ¡Volver a soñar mirando ballet! La danza le estaba dando un sentido a este tiempo. Cuando la actividad es autotélica, diría Mihaly Csikzentmihaly, el tiempo pierde su sentido y orientación, dictadas por el reloj. El tiempo es vivido subjetivamente ¡No interesa el tiempo!

Así me siento al ver a los artistas en mi televisión, con ellos siento cómo la música vibra en mis músculos (aun estando yo sentada en el sofá) y me otorga el placer de observar a cada bailarín que expresa una historia… la suya.

¡La danza técnicamente es indivisible del alma y de su historia!

Ahora consigo regresar a mis memorias… entre ellas la primera vez que vi bailar a alguien, y no fue a cualquiera: Maya Plisetskaya en “La Muerte del Cisne”. Eso marcó mi comienzo en el mundo del ballet. Yo también iría a soñar la muerte de un cisne.

El presente

Las catapultas de la vida nos llevan a explorar los caminos más remotos. A veces, ni nosotros conocemos bien nuestro propio potencial. Comencé a formarme en diversas áreas, pero en todas las que me especialicé, tuve algo claro: sería dedicarme a investigar los potenciales y beneficios que la danza puede brindar a la sociedad y a poblaciones específicas, como los síndromes depresivos, aunque hay otras afecciones en las que la danza tiene muchas recompensas todavía por demostrar.

Actualmente estoy realizando mi doctorado en psicología clínica, en Europa. Junto al Dr. Jorge Leite de la Harvard Medical School, estamos desarrollando un proyecto innovador de mi autoría, en neurociencias aplicadas. Se trata de un estudio de escala mundial en el cual abordaremos temáticas específicas sobre los mecanismos del dolor corporal en bailarines profesionales. En la búsqueda de producir un novedoso avance científico de calidad. En este momento, nos encontramos formulando las hipótesis de trabajo y formando un equipo de expertos en el área de la danza y el dolor.

Sabemos que tenemos mucho trabajo por desarrollar, que aprovechará mi propia experiencia como bailarina profesional, como contribución importante para una visión más científica.

Hacer ciencia también es una gran misión“.