Belleza Alejada de Formas Vacías

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El Bosco: irreal pero siempre poético - Foto . Sylvie-Ann Paré

En el marco del interesante Festival Opera Estate realizado en la ciudad veneta Bassano del Grappa, tuvo lugar el estreno italiano de El Jardín de las Delicias de Marie Chouniard. Una de las más bellas propuestas del encuentro

El Teatro al Castello Tito Gobbi albergó esta obra que une la danza con el arte pictórico, interpretada por diez excelentes bailarines de la compañía canadiense, con creación y dirección coreográfica de Marie Chouinard, sobre partituras de Louis Dufort, con quien ha trabajado por espacio de veinte años.

La première mundial había sido el 27 de julio de este año, en Hertongenbosch, ciudad natal del pintor Jheronimus Bosch (El Bosco) en los Países Bajos, al conmemorarse los 500 años de la desaparición del célebre artista holandés, precursor del surrealismo y del lenguaje mismo de las artes escénicas contemporáneas. Para la celebración, la Fundación Jheronimus Bosch invitó a la coreógrafa a crear este espectáculo, inspirado en el cuadro El Jardín de las Delicias, la obra que data del año 1500-05 aproximadamente, es considerada una de las más fascinantes, misteriosas y atrayentes de la historia del arte, y se encuentra exhibida en la colección permanente del Museo del Prado de Madrid, desde 1939.

Marie Chouinard, tenía una gran pasión por este artista desde muy pequeña, por lo que se sintió siempre cercana al espíritu de esta obra, que recreó en una coreografía de 75 minutos, auxiliada por la proyección, en el telón de fondo, de imágenes que recorren los tres paneles. En el primer acto para la tabla central El Jardín de las Delicias, el segundo acto para El Infierno (a la derecha) y el tercero El Paraíso (a la izquierda), los laterales están pintados en sus dos lados.

Los bailarines con mallas color piel, semidesnudos y cubiertos con una niebla blanca, parecían los personajes salidos del cuadro -sin faltar algunos bizarros-, todo con movimientos desestructurados, jugando con agua o con el pasto en pequeños grupos, cabalgando en extraños animales de formas divinas, ligados al subconsciente humano.

Se trató de un diálogo estrecho entre distintas disciplinas artísticas, con vinculación temática, estética y estilística, donde se logró una colaboración profunda entre uno y otro arte, para la interpretación simbólica del cuadro, con la música que guardaba el fondo de su espíritu. La puesta en escena resultante es un canto al movimiento, a la belleza -con mayúscula-, a la poesía y a la sutileza. Una danza lejana a las formas vacías, a los movimientos estereotipados y a la acrobacia circense, muy próxima a la honda teatralidad, al movimiento auténtico y a lo esencial, que se trasluce en los movimientos, el uso del espacio, las dinámicas y en el vestuario, llegando al público como una marea de sensaciones fuertes, emocionantes y purificantes.