El 6 de agosto se estrenó, Un Día Uno, de Juan Jesús Guiraldi, que se presentó durante dos meses en el marco del Ciclo Danza Sub-30 del Centro Cultural Ricardo Rojas. Balletin Dance asistió al estreno y entrevistó al bailarín, coreógrafo y director de 28 años

 

Un Día Uno se desarrolló sobre diferentes tipos de pisos sobre los que Guiraldi pasaba variando los estilos de movimiento. Sobre las cerámicas: folklore, sobre la alfombra: una caída sostenida, sobre el pasto: suelo, sobre la goma eva: parkour, sobre la esterilla que simulaba ser parquet: una caminata. Con aportes del hip hop y del breaking, y por supuesto, de la danza contemporánea, el propio creador encarnó el repliegue reflexivo, la mirada sobre las propias experiencias.

Acompañado por una iluminación tenue y música que alternaba típicas canciones del folklore con diseños sonoros realizados en computadora, el artista, vestido de gaucho atemporal, fue configurando un mapa de emociones y vivencias de otros tiempos, como viejas fotografías puestas una al lado de la otra. Entre cada secuencia, Guiraldi se tomó un par de mates.

Unas semanas después del estreno, el artista recibió a Balletin Dance en su casa, un pequeño departamento en el corazón del barrio de Almagro. En su sala de estar, lo necesario: una barra, unas espalderas, una computadora y una bicicleta. Y con unos mates de por medio, Guiraldi habló de su obra.

 

¿Cómo surgió Un Día Uno?

La obra es un resultado sobre mi vida, es mi recorrido. Es el primer solo que hago. Hace mucho que quiero hacerlo, lo vengo pensando, charlando. Realmente necesitaba un apoyo económico, ganar el subsidio fue la excusa perfecta. Igual el dinero no alcanzó, y algunas cosas no se pudieron hacer. No es una obra de danza sino más bien de arte en cruce, multidisciplinaria.

 

¿Qué representan los diferentes pisos?

Son los pisos de mi vida. Para mí los pisos, o el suelo, tiene que ver con la raíz, con lo identitario de cada uno. En mi caso, hay mucha cuestión con el folklore, ese “de dónde uno viene”, o “a dónde uno pertenece”. También tiene que ver con no quedarse nunca en el mismo lugar.

 

¿Y por qué eligió piso de cerámica para lo folklórico?

Porque me hace acordar a mi familia, al calor del hogar, a la intimidad, a la empatía con lo más simple. Como la teta de la mamá.

 

También hay una alfombra en la que no termina de caer.

Es el momento más oscuro de la obra; la muerte está ahí, al borde… Es un momento que viví por muchos años. Yo soy epiléptico, y en ese entonces el movimiento era el único lugar en el que me sentía presente, o despierto.

El pasto es una instancia de transición, de dejar de ser niño y pasar a existir como adulto, reconocer realmente el cuerpo. Allí no hay nada instaurado. Reconozco que el mundo es más grande de lo que yo creo, y que está reflejado en mi propio cuerpo. Es la creación en mí de la propia sociedad, es lo tangible.

Luego, sobre el piso tipo madera, el momento de la pisada. Es lo que uno empieza a caminar, a construir. Por eso aparece el malambo. Es empezar a salir hacia afuera: o salís para que no te coma todo el aparato social, o te quedás para adentro. Y yo me animé a salir.

Por último, el piso de goma eva es lo más urbano, como si fuera de cemento. En la ciudad, el cuerpo está en otro estado. Uno aprende a hacerlo funcional y a volver amigable el piso.

 

¿Qué lugar ocupa la filmación en tiempo real?

Es el ojo que nos ve, el ojo del otro. Está la cámara y está el espejo, el reflejo. Además se filma lo filmado, y así al infinito: hay una cantidad de ojos y de dimensiones en nuestras propias vidas. Y mi sombra sobre la proyección, el rastro que dejamos. Creo que la situación de estar con el otro es lo más difícil de nuestra existencia. Pero a su vez no existimos sin el otro, somos insignificantes.

 

¿Por qué considera que no es danza contemporánea?

Odio la danza contemporánea off en Argentina. Es totalmente ajena a la realidad del movimiento. O están los grandes coreógrafos de lo off y se maneja todo desde un lugar, o está la danza comercial, que es todo lo mismo. Todo cerrado, todo hecho para… Yo laburo con la crew de parkour más antigua de Argentina, con los de circo, con gente que se mueve, que se sale un poco de los márgenes.

Odio la institucionalidad del movimiento, a pesar de que vengo del Instituto Universitario Nacional del Arte (IUNA) y de un ambiente académico. Tuve que salir de ahí para darme cuenta de que no es la única manera. El estudio, los espejos, la clase de tal… Eso hace a un tipo de cuerpo. El espacio condiciona, y yo, al contrario, busco abrir.

Este año empecé a dirigir una especialización en movimiento, un área de creación, y busco que los pibes puedan sentir lo que les pasa en la vida, que lo puedan llevar al cuerpo sin estar atados a si se ven como bailarines o no.

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Natascha Ikonicoff nació en París y es residente permanente en Argentina. Estudió Filosofía en la Universidad de Buenos Aires y actualmente cursa un máster en Filosofía, Educación e Infancia. En paralelo, transitó por distintos estilos del campo de la danza, siendo su predilección el jazz y la salsa cubana. Hoy se dedica a incursionar el mundo de la acrobacia, particularmente en tela. Se desempeña como redactora freelance de la revista Balletin Dance y también realiza trabajos de edición y corrección de textos para distintas editoriales. Es tallerista en el Dispositivo Ambulatorio de Niñas, Niños y Adolescentes del Ce.Na.Re.So., donde realiza encuentros de filosofía orientados a la promoción de la salud con grupos de chicos de entre 10 y 16 años.