Torombo regresó a la Argentina, para cumplir con una gira con la que recorrerá varias ciudades de nuestro país. Balletin Dance lo entrevistó en el estudio Vaya Alboroto de Córdoba, donde estaba junto a un grupo de personas descalzas, en círculo y con piedras en las manos haciendo compás. Risas y sonidos salían de la clase con todos sus alumnos manteniendo una misma sintonía
Sobre las paredes del estudio, había carteles con las leyendas soleá, toná, cantiñas (nombres de distintos palos flamencos), y sobre una mesa muchos objetos que utiliza para enseñar una didáctica para entender el universo flamenco, o quizás el universo Torombo. Un estetoscopio, un cerebro de goma, un Aladín con su lámpara mágica, pinceles, piedras de colores, centímetro, broches, un pequeño acordeón de juguete.
¿Para qué es el acordeón? “Tu llegas a la clase y lo primero, es quitar las trabas”, dice mientras quita los seguros que lo mantenían cerrado. “Saber que abrir y cerrar cuesta mucho y que lo primero que nos pasa es esto”: el fuelle respira, “inspirar y expirar”. Luego aprieta una tecla y logra un sonido que él llama tuuuu y yoooo. “Eso es lo primero: destrabar, respirar y emitir un sonido”.
Este encuentro con Torombo fue un diálogo profundo y amable, con un sentido crítico sobre lo que muchos españoles vienen a ofrecer a estas tierras y con una reflexión sobre el propio flamenco que quizás inaugura una nueva revolución.
¿Cuál ha sido su mayor descubrimiento en esta gira argentina?
“Cada vez que he venido, descubro que hay muchísima gente enamorada de este arte. Recuerdo cuando vine la primera vez a Buenos Aires y Rosario, con Mario Maya, yo tenía 14 años y tuve la oportunidad de ver esa otra Avenida de Mayo (en los años ’80), ver lo que ha crecido hoy… no es normal. Me siento muy feliz de que tengamos una familia tan grande y que la pasión de este arte se siga comunicando”.
Luego de enseñar en Mendoza, Río Negro, Bahía Blanca, Rosario y Córdoba, a Torombo le sorprende que en la mayoría de las academias, se enseñe folklore y algunas otras danzas, historia, jota aragonesa, “pero del flamenco, no tienen ni idea. Hay maestros que apenas conocieron el flamenco pero ahora lo están enseñando”, y acompaña su decir con varios gestos de asombro. Habla de docentes formados en las décadas de los años ‘50 y ’60, cuando lo que exportaba España era sólo lo permitido (el flamenco estaba prohibido, y ciertamente cambió considerablemente en la Argentina en los ’90). Otra de las cuestiones que lo ha sorprendido, es que “a las niñas a los 16 años le dan un título de maestra, y esas niñas empiezan a enseñar”, aunque remarca que “todo esto no es negativo”, remarca cuestiones importantes, como el ritmo. “Creo que si uno tiene ritmo lo tiene que tener con todo, con Michael Jackson, con Tomatito, con James Brown o con Terremoto de Jerez. Yo propongo un paso y la gente tiene que poder hacerlo con la música que sea. Pero si no tienen ritmo, es incompatible para este arte”.
Por otro lado, “si tu vienes, después que has estudiado la antropología de todas las danzas y la historia del flamenco, por lo menos tienes que tener compás. Esto es una cultura que se ha llevado a la academia, pero es un arte de la calle. Es un arte que se canta con falta de ortografía: no se dice Cádiz sino Cai, no se dice Granada sino Graná. Que está medido, sí. Es un idioma a través de los ojos y tiene sus códigos. No es mirándose en el espejo, estamos de espaldas bailando uno con otro mientras que es un arte que tiene que ser mirándose a los ojos. Tienes que mirarte con el otro para hacerle compás (no al espejo). Esto es para disfrutarlo y hay que tener relación uno con el otro”.
Otras de las herramientas que utiliza el maestro, es ofrecer proyecciones de grandes artistas del flamenco, para explicar y comprender lo que va a enseñar. “Sólo conocen a los actuales, como Miguel Poveda, pero no saben quiénes fueron Fernanda de Utrera, la Niña de los Peines, Chacón o Manuel Torre”.
Cuando llegó a Buenos Aires en el año 2000, me dijo en una entrevista: “aquí comienza una revolución en el flamenco”. ¿Qué fue de la revolución?
“La revolución es que no te canses. Porque el sistema intenta cansarte. Yo he creído siempre en lo que trabajo”. Inmediatamente el artista recuerda cómo llegó entonces a nuestro país: “yo estaba en mi escuela en el Pelícano [Sevilla] y vinieron a buscarme unos norteamericanos diciendo que habían escrito un artículo sobre mí en Wallstreet, y que creían en mi trabajo ‘lo que tu trasmites en este lugar de tu trabajo y de tu vida, y por qué tu bailas, y cuál es tu pellizco’ (porque el baile es un pellizco). Y que antes de iniciar la gira iríamos a Buenos Aires donde había un público precioso. Vinimos a la Trastienda, un lugar pequeño pero cerca de la gente y eso nos abrió las puertas para después volver al Teatro Avenida. Eso era nuestra revolución, ahí empezaba”.
“Mi revolución también es demandar lo que hoy estamos padeciendo, que es la coreografía al estilo Michael Jackson, mis respetos para él, pero están llevando el flamenco a esa dimensión, mientras que yo quería presentarlo en estado puro. Mi revolución me llevó a conocer mi interior, a conocerme a mí mismo, a ver a cada uno de mis maestros, para aprender de ellos y todo lo que depositaron en mí. Cómo Farruco me enseñó a bailar a través de la mirada, él decía que la esencia del baile es estar sentado, tener la visión de todo lo que sucede antes de salir a bailar, estar muy seguro y muy presente para bailar, y lo que tienes para decir. Y tienes que decir tu ADN, darlo todo. Luego vino Mario Maya, que se fue de su Granada con los textos de García Lorca y fue también perseguido en aquellos tiempos, él también fue mi maestro. Pero ¿cuál es mi revolución personal? Que el arte que me trasmitieron mis maestros yo no lo vendo ni por oro, ni por plata, a un mundo que vivimos de shopping, y que yo siga ofreciendo las simples cosas que me han enseñado. Hoy estamos sometiendo a la gente a doctrinas flamencas, a contar, a coreografiar, pero a la hora de decir tóqueme usted las palmas, genéreme usted lo que yo necesito para levantarme de esta silla para salir a bailar… te das cuenta que la gente no sabe acompañar…y si no sabe acompañar qué estamos haciendo”.
El maestro
“Un maestro no se mide por la cantidad de pasos que tenga, ni de coreografías, ni de talento virtuoso. El maestro se tiene que calibrar por una experiencia, por un bagaje, que le permita ponerse frente a los alumnos y experimentar con ellos. El maestro tiene que darle luz a sus estudiantes, iluminarlos, la letra de Camarón de la Isla dice: ‘El espejo donde te miras, te mira como tú eres, pero nunca te dirá los pensamientos que tú tienes’. Se deben enseñar las cosas más orgánicas de este arte. Esa es la revolución. Mucha gente va a España a comprar pasos y el suvenir, pero no buscan el arte auténtico. Y se los venden… y yo vengo a su país y me da pena, lloro. Qué pena que algunos alumnos no tengan ritmo, qué pena que no tengan conocimiento de contratiempo, que solo sepan bailar una coreografía, pero que no sepan escuchar el cante. Qué pena que cuando los sacan del espejo no saben qué hacer, que pena que no sepan compartir mirando a los ojos”.