Informe | Ludmila Pagliero
De vez en cuando la vida, nos regala momentos irrepetibles, que permiten conocer y compartir vivencias de seres únicos. Así fue el sábado 5 de agosto, en el precioso Anfiteatro Lago Llanquihue de Frutillar, cuando pareció necesario andar en puntas, por no romper el hechizo
La conversación de casi dos horas de duración, arrojó momentos encomiables, que serán publicados en forma más extensa en la página de internet de Balletin Dance (https://balletindance.com). Aquí, en la revista impresa, se presenta una versión limitada debido al espacio de estas páginas. Anunciado como Encuentro con Ludmila Pagliero, conducido afectiva e inteligentemente por Carmen Gloria Larenas, la entrevista pública, incluyó -por unos instantes- a otros dos compatriotas que trascendieron las fronteras en el mundo internacional del ballet. Paloma Herrera (American Ballet Theatre actual directora del Ballet Estable del Teatro Colón) y Luis Ortigoza (Ballet del Teatro Municipal de Santiago), que habían sido invitados como espectadores. Con algunos puntos en común, y pocas diferencias, las tres estrellas confiaron a los presentes aspectos artísticos, profesionales y también personales, sobre sus talentosas carreras, desarrolladas en diferentes épocas y países.
La visita de Ludmila Pagliero al Teatro del Lago, marcaba también su regreso a Chile, donde comenzó su carrera profesional a los dieciséis años en el Ballet del Teatro Municipal de Santiago. La charla siguió su carrera, acompañada de proyecciones, con el fondo del lago a través de los amplios ventanales. Su formación en el Instituto Superior de Arte del Teatro Colón, su maestra Olga Ferri (la misma que Paloma Herrera), sus inicios en Chile, la elección entre el contrato en Estados Unidos o el de Francia. Su vida en la Opera de París, los concursos para ascender de categoría, su presente como étoile. Su mamá apareció en varios momentos de la conversación, como pilar fundamental a la hora de tomar decisiones, de acompañarla y de dejarla partir a temprana edad. Hecho que coincidió en los tres argentinos.
Larenas llevó la conversación de manera amena, organizando sus recuerdos en teatros y en obras. Cantidad de consejos para estudiantes del sur de continente, dejaron en los asistentes (entre ellos cantidad de alumnas de la escuela de danzas) la ilusión de que las utopías se cumplen.
Al llegar a Francia, Pagliero tuvo que “aprender otra forma de sentir mi cuerpo, otras formas de analizar el paso para lograr el movimiento que necesitaba realizar”. Otro momento memorable de la charla, fue una actuación en el Teatro Mariinsky de San Petersburgo, a raíz de una fotografía proyectada: “tengo una sonrisa de alegría… ese momento fue muy mágico. Lo que más me impresiona cada vez que voy a Rusia, es la cultura que tienen con respecto a la música clásica. Forma parte de ellos. Cuando empezó el espectáculo, me empezaron a aplaudir como para decir ‘bienvenida’, y ese calor, es muy, muy agradable”.
Por su puesto se proyectó el instante en que fue nombrada étoile (que está en internet), que irremediablemente hace llorar a quien lo mira, porque se trata de la máxima distinción que otorga la Opera de París a sus bailarines. Que solo unos pocos privilegiados de cada generación llegan a ostentar el cargo y que lo hubiese conseguido una argentina era impensable hace poco tiempo. Esa noche, subió al escenario sin haber ensayado la obra, en reemplazo de otra bailarina, “Olga Ferri me decía: ‘tenés que tener las zapatillas siempre listas para entrar al escenario, por cualquier cosa que pase, y aunque no conozcas la coreografía, tenés que salir’. Eso me quedó grabadísimo (…) No era la primera vez que me pasaba en la Opera de París”, aseguró.
Pagliero también habló sobre las variables que comprometen la evolución de un artista, y aseguró: “lo que mata es el conformismo. A veces uno trabaja técnica, técnica, técnica, asegura un paso. Está bien. Pero si se conforma solamente con las piruetas y no va en la búsqueda de lo artístico, hay un vacío. Y esto lo pienso en la vida. El conformismo, te lleva a tener un techo”.
Entre las preguntas del público, las más curiosas fueron: ¿Qué tienen los argentinos que no tienen los chilenos? A modo de broma ellos mismos expresaron: ‘También tienen al Papa, tienen a Messi, tienen una reina’. Los tres artistas coincidieron en que la diferencia está en aquellos grandes maestros, que enseñan con pasión, porque eso se ve en el escenario.
La otra pregunta que se reproduce aquí, provino de una de las alumnas de la escuela, y resultó estimulante: ¿Qué sienten cuándo bailan?
Pagliero: “Es un momento de mucha libertad, que me permite poder expresar sentimientos. Las emociones que tengo que vivir en el escenario son diferentes según la historia, por ejemplo tengo que vivir un sentimiento de amor, una carcajada, una alegría, quizás que me ponga a llorar. Eso, para mi, es un gran momento de libertad. Subo a un escenario, me ponen luces, me ponen trajes, y me dicen ‘bueno, ahora viví las cosas como quieras’. A veces se me pone la piel de gallina en el escenario, a veces lloro de verdad, a veces me emociono como si estuviera viviendo esa historia en mi vida real. Y es lo que más me gusta: bailar”.
Ortigoza: “dejé de bailar hace un año, pero justamente si tendría que definirlo en una palabra sería libertad. Ese momento en el que uno está solo consigo mismo y consigue una paz que solamente se vive arriba del escenario. Y mucha felicidad. Es una libertad que a uno, como persona, lo hace muy feliz”.
Herrera: “yo me retiré hace dos años. Cuando estaba en el escenario disfrutaba muchísimo, muchísimo, muchísimo, muchísimo, pero ahora que estoy del otro lado, puedo disfrutar al ver bailar a otros bailarines y me parece realmente maravilloso. Con todo tipo de arte. La vida es totalmente diferente con arte”.
Para finalizar el encuentro, Ricardo Alfonso, director del Ballet del Sur de Bahía Blanca, agradeció en nombre de la compañía que lidera: “Es este un momento histórico para el Ballet del Sur, tener una estrella en lo máximo de su esplendor como Ludmila Pagliero. Que haya tenido la generosidad de estar compartiendo escenario con nosotros, que haya dado su tiempo, su entrega, su predisposición para amoldarse a todas las circunstancias que son diferentes, a las distintas realidades que tenemos en Argentina. Y que hayamos podido compartir esta experiencia extraordinaria nuevamente en el Teatro del Lago (tengo que agradecer a Juan Lavanga por esa quijotada de decir ‘vamos adelante con este proyecto’), ha sido una especie de paralelismo con La Sylphide: esa búsqueda del mundo de los sueños que parece que no se puede conectar nunca con la realidad, propia del romanticismo; pero que en este caso, los sueños sí se hicieron realidad.