Como todos los años, desde que Manuel Legris asumió la dirección del Ballet de la Wiener Staatsoper, al cierre de la temporada se ofreció una Gala en homenaje a Rudolf Nureyev, que este año contó con la participación de la argentina Ludmila Pagliero

 

Con estos homenajes, Manuel Legris expresa su reconocimiento a quien fuera su maestro y mentor, Rudolf Nureyev, que lo elevó al rango de premier danseur mucho antes de que le tocara su turno, cuando dirigió la Opera Nacional de París.

Tal como en las anteriores galas, se reveló el arte del director para conformar un programa con piezas grandes y pequeñas, de manera que las cuatro horas de representación (incluidos dos intervalos) parecieron cortas al punto de estar dispuesto a quedarse para ver algunas más.

Ludmila Pagliero ofreció Tchaikovsky Pas de Deux de George Balanchine, junto a Jakob Feyferlik, uno de los más jóvenes solistas de la compañía. La partitura de Tchaikovsky originalmente integraba el tercer acto de El Lago de los Cisnes, compuesto especialmente para la bailarina Anna Sobeshchanskaya, pero había estado perdida en los archivos del Teatro Bolshoi de Moscú hasta ser descubierta en 1953. Balanchine la puso en danza en 1960, con su estilo característico, bajo la forma de un pas de deux clásico.

Fue admirable la perfección técnica, la gracia y souplesse de movimientos de la danseuse étoile de la Opera de París, Ludmila Pagliero, con vestido de gasa rosa, sobre un telón de fondo de cielo con tenues nubes del mismo color. Ambos fueron convenientemente celebrados con aplausos y bravos.

El plat de résistance de la jornada fue el acto blanco de La Bayadére, en la recreación de Nureyev, que se representa por primera vez en la Ópera de Viena, precedida por una parte del primer acto de la versión de Malakov de 1999, con escenografía y vestuario de Jordi Roig. En el Acto de las Sombras, la entrada de las bailarinas en arabesque fue perfecta, como así también su distribución en el escenario. Las intérpretes de Nikia fueron de la casa: Ioanna Avraam (solista) en la primera parte, y Liudmila Konovalova (primera solista) en la segunda, y de Solor, respectivamente Robert Gabdulin (primer solista) y Wladimir Schklyarov (invitado). Este último también tomó parte en el adagio de Espartaco y Frigia junto con Maria Shirinkina (invitada), otro de los puntos ciertamente intensos de la gala.

Maria Yakovleva (primera bailarina), encaró Proust ou les Intermitances du Coeur, coreografía de Roland Petit con música de Saint Saëns, una bella pieza, junto a Roman Lazik.

Continuó la interesante With a Chance of Rain sobre el preludio en sol mayor y la elegía en mi menor de Rachmaninoff, rítmico y festivo el primero, melancólico el segundo. Fue bailado por Alice Firenze, Mihail Sosnovschi, Nina Polákova y Eno Peci.

Sobre el final, se presentó parte de la Sinfonia en Do de George Bizet y un fragmento de Murmurations (que habían integrado el programa Balanchine, Liang, Proietto, ya comentado en las páginas de Balletin Dance). Del programa de Neumeier se repitió el final de Sacre en la interpretación de Rebecca Horner, quien volvió a desplegar sus dotes físicas y dramáticas, muy de acuerdo con la partitura.

Como apunta un crítico local, la palabra “consideración” no pertenece al vocabulario de Manuel Legris: la compañía trabajó duro y parejo. Él junto con ellos y los diversos directores de ensayo. Los resultados fueron excelentes y admirables, la compañía brilló en todo su esplendor, mostrando lo que sigue creciendo bajo su conducción.

Lamentablemente Davide Dato colapsó en medio de Stars and Stripes de Balanchine con Nikisha Fogo, como si lo hubiera abatido el enemigo. Al instante corrieron dos señoras de la platea hacia el escenario (las médicas de guardia, seguramente) y como consecuencia tampoco pudo verse el adelanto de Peer Gynt (que se estrenará en la próxima temporada), junto a Nina Tonoli (solista). Ella bailó en esta misma gala (con Feyferlik) en El Magnificat de John Neumeier.

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Vive en Viena, tiene un marido, dos hijas y dos nietos. Ama la música, la danza y la ópera. Aprendió guitarra de chica y piano de grande. Tomó clases de danza con Ana Kamien. Era economista pero al llegar a Viena prefirió escribir sobre sus tópicos preferidos. Así llegó a Balletin Dance que es su segundo hogar.