En líneas generales, algo que caracteriza a una instalación artística es la conceptualización que pretende poner en acto y la interacción consecuente con el público que participa
En el Centro Nacional de la Música, sede de la Compañía Nacional de Danza Contemporánea, se presentó Leche Negra, una video instalación viviente, así definida por Juan Miceli, artista plástico responsable de la misma, espectáculo puesto en acción por integrantes de la citada compañía (María del Mar Codazzi, Magalí del Hoyo, Victoria Hidalgo, Nicolás Miranda y Rafael Peralta).
Leche Negra resulta ser un título tomado de un verso de Paul Celan (expresamente se aclaró esto en el programa de mano), de uno de sus poemas más difundidos: Fuga de la Muerte (1948). Exégetas, críticos literarios, incluso filósofos no alcanzan a explicar acabadamente qué se denota con “leche negra” en ese texto, pero su connotación es rotunda: el poema versa sobre los campos de exterminio nazi (en uno de ellos estuvo recluido Celan y en otro murieron sus padres) y, en su discurso se insiste en que bebemos la leche negra por la mañana, por la tarde, por la noche, siempre. Así, de la simple lectura del poema, la leche negra podría asociársela con la muerte alimentando, un oxímoron. Para el caso también podría citarse, a modo de analogía, como oxímoron cultural, que la civilización produzca un exterminio como la Shoah.
En el espectáculo, en la Sala Guastavino, ocurría que había dispuestas cintas magnéticas en diversos lugares, amontonadas a modo de parvas o en desorden, o colgaban desenrolladas de carretes por los intérpretes reproduciendo imágenes de cascadas imposibles, oscuras, brillantes, casi negras y líquidas; o bien las cintas cobraban movimiento en tanto constituían el vestuario que ocultaba completamente a otros intérpretes desplazándose entre el público que deambulaba libre. Estos cuerpos cubiertos de cintas bajaban o subían escaleras, o se aquietaban conformando objetos que eran despojos, desechos de esa tecnología. El público andaba o se detenía entre ellos, miraba a los intérpretes encintados o viejas pantallas de TV encendidas, algunas con antiguas imágenes institucionales o anodinas, otras sin señal, una con proyección de lo que sucedía en el momento, cosa que también era vista en una pantalla alta. La gente hablaba, se sentaba o jugaba con las cintas sueltas, cintas que necesariamente llevaban a considerar que contenían registros de audio, de video o sólo datos magnéticos. Archivos, allí, en la vieja Biblioteca Nacional. Recolecciones de lo que ya no será parte de ese archivo.
“Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie”, tal la famosa frase de Theodor Adorno (Crítica Cultural y Sociedad, 1951). Y debe entenderse barbarie como opuesta a esa civilización que dio Auschwitz. Una poesía bárbara, es decir, sin la forma de la poesía como aquella anterior, que quiebre y denuncie.
Quizá sea arriesgado suponer que la pretensión de Leche Negra, como obra crítica, apunta a cierta conceptualización iconoclasta respecto del estado de lo cultural, en cuanto remite a su situación actual en lo que hace a lo artístico, pero esa noción emergió como posible en la instalación, a pesar de que el público, simplemente, trataba de entretenerse mirando y tocando las cintas.