Por: Stella Salomon
El Ballet del Sur, que dirige el maestro Luis Miguel Zuñiga, retornó a sus presentaciones nocturnas habituales de temporada con seis funciones, en sendos fines de semana, realizadas en su sede: el Teatro Municipal de Bahía Blanca. Se sumaron a esta reaparición escénica algunas actividades de difusión cultural: una charla previa al espectáculo y dos ensayos abiertos.
El programa abordó al ballet desde sus diferentes lenguajes: clásico, neoclásico y contemporáneo. Es sabido que estas tres expresiones conviven y ligadas históricamente marcan una evolución del ballet, una transformación.
Para exponer el clasicismo, Zuñiga eligió y repuso El carnaval de Venecia, coreografía de Marius Petipa con partitura original de Cesare Pugni sobre un tema de Niccolo Paganini. La danza y la música conducen, mientras los antifaces igualan a las personas, tal el contenido que propone la fiesta de carnaval. En ese marco, el respeto a la consigna clásica exige describir la algarabía y el brillo desde el virtuosismo, algo que la creación coreográfica de Petipa muestra en esplendor. La ambientación escenográfica dieciochesca brindó la aproximación temporal necesaria que podría realzarse aún más si se diferencian planos lumínicos. Muy buena labor de Antonella Silva en el rol de Satanella. Acertado, también, la interpretación de Matías Santander como Fabio.
Una expresión neoclásica llegó desde Recuerdos de un lugar querido, creación del director Zuñiga con música de Piotr Tchaikovsky (Souvenir d’un lieu cher, op.42 en orquestación de Alexander Glazunov).Se trata de la belleza lírica en atrapantes evoluciones sin fin. La muy buena ambientación lumínica consigue el clima para abordar el plano espiritual. Excelente actuación de la pareja protagónica: Daiana Álvarez y Boris Zambrano Melo. Los cuatro solistas, Daniela Vselko, Anahí Araujo, Lautaro Muñiz Fredes y Cristian Amprino estuvieron compenetrados en sus roles y se mostraron solventes en su técnica.
Desde afuera, el adentro subió a escena con la impronta del coreógrafo invitado Oscar Farías, quien se inspiró para esta bien lograda obra contemporánea en las vivencias de la pandemia y la cuarentena de tiempos actuales. L’estro armonico, op. 3. Conciertos 2, 3, 9 y 8, de Antonio Vivaldi, es la consagrada composición musical que con vibrantes acentos estimula la expresión. El escenario despojado – iluminado con un buen diseño de Ignacio Farías, parangona la soledad y el desamparo del aislamiento. El temor, la abstinencia y el retorno a la cotidianeidad, tuvo expresión con entrega y potencia por parte de los intérpretes. Anahí Araujo y Matías Santander cumplieron con eficacia sus roles protagónicos. El grupo de los doce bailarines que acompañaron, tuvieron una actuación convincente.
La propuesta general del espectáculo contó también con un adecuado y atractivo vestuario y una correcta aunque perfectible iluminación. El sonido de las obras musicales grabadas, si bien fue bueno desde lo técnico, no consiguió suplir la cálida música que proporciona la presencia de la Orquesta Sinfónica.
El alejamiento del Ballet del Sur de los escenarios se prolongó por un período que excede al de la pandemia, puesto que el Teatro Municipal permaneció cerrado por reformas mucho tiempo más. A pesar de ello, esta reaparición mostró al conjunto en buen nivel de logros. La preparación cotidiana está en manos de la maestra Jorgelina Duca.
Este retorno, tan esperado, plasmó una vez más el profesionalismo y la rica experiencia adquirida por el Ballet del Sur en su larguísima trayectoria de más de 60 años.