“Me importa el arte porque es mi vida”
El prestigioso creador alemán recibió a Balletin Dance con el entusiasmo y la humanidad que lo caracteriza. Su imagen es lánguida, llena de tatuajes y rebosa una sonrisa expectante por el estreno de la reposición de su obra en Buenos Aires, Windgames. El coreógrafo destacó que en el elenco están “trabajando duro”, hizo hincapié en que le “gustaría más” y que “hubo una evolución enorme de los bailarines cuando subimos el nervio”.
Te gustaría más tiempo…
Uno siempre lo quiere, eso es la vida. Deseamos más años para vivir, más amor, queremos más y siempre más. Pero es una cosa bonita para generar un punto de melancolía, me gusta.
Hablabas anteriormente sobre la construcción de tus obras desde foja cero ¿Cómo fue ese proceso de creación con los tres movimientos de Windgames?
Resultó algo muy especial porque nunca me pasó antes, estuvo atravesado por un desarrollo multicultural e internacional. En esta obra hago honor a los tiempos gloriosos de la danza del Ballet Ruso: (Serguéi) Diaghilev, Tamara Karsavina, Ana Pavlova, (Olga) Spessivtseva y claro, el gran (Vaslav) Nijinski. No obstante, está pensado para esta época.
Me encanta trabajar en Rusia porque hay una filosofía de vida en el mundo del ballet, y del arte en general, que es realmente gloriosa. Los teatros están llenos, los Ballets Bolshoi, Mariinsky y los bailarines son equivalentes a los futbolistas. Eso no pasa en muchos países.
Cuando hacés referencia al Concierto para violín de Tchaikovsky que musicaliza a Windgames, lo describís como “hecho por los dioses” ¿Cuál fue la primera emoción que te despertó?
Algo imperial. Yo soy muy old school, si bien no lo parezco por mis tatuajes y los
pendientes. Creo que nací en el tiempo equivocado, tendría que haber vivido en el 1900, que amo con locura. En ese momento artístico todavía existían los mecenazgos, que aún están presentes en Rusia. Si bien soy consciente de la situación a nivel mundial, estoy fuera de eso. Soy artista, no político y nadie me lo va a impedir. Me importa el arte porque es lo que sé hacer, mi vida y por lo que sacrifiqué mi infancia.
¿Y cómo eran esos años?
Mi madre no representaba la típica madre de ballet y eso es bueno. Las mamás de ballet, muchas veces consiguen que los hijos (resopla) se harten y se frustren. Ella me enseñó el camino hacia la escuela de ballet y me dijo: “Ya sabes dónde tienes que ir a partir de hoy, si realmente quieres bailar”. Nunca, nunca, nunca me forzó u obligó porque no tuvo tiempo. Claramente, el arte es mi vida, por eso lamento la situación que ocurre ahora…
¿Cuál es?
El tiempo. Creo que el gran “veneno”, es Internet y el acceso fácil a todo. Está matando la belleza en el mundo del arte. Si una persona tiene hambre, pide delivery con la pantalla del teléfono. Jamás pedí delivery, si quiero algo me visto y voy a comprar. Al igual que voy a una librería o a una tienda de discos y no busco en iTunes.
¿Y qué pasa en el trabajo diario con las nuevas generaciones en el salón de danza?
En mis ensayos pido que no usen el teléfono y se lo comunico a la gente.
¿Internet modificó los procesos?
Hay una influencia en mi pensamiento que me hace reflexionarlo como algo muy malo si una persona no tiene un carácter fuerte. Si hablamos en términos de manipulación, no me refiero a un Big Brother que te quiere dominar. En continentes como África, la India y Asia las tradiciones ancestrales están muy vigentes y se mezclan con internet, pero allí la filosofía de vida es bella.
Soles comentar que estás anclado en el pasado y lo conjugás con el presente…
Es que no me gusta el presente, porque me seduce mucho la nobleza en el alma y en el corazón; lo imperial que el ser humano tiene dentro como base y se pierde a cada minuto.
Todo es cíclico, el imperio romano, el egipcio, la mesopotamia y Babilonia. “Todo lo que sube, tiene que bajar”, el occidente debiera tener cuidado que la caída no sea demasiado bruta. Trabajo mucho en varios países y creo que son tiempos de cambio.
Vamos a ver la versión Buenos Aires de Windgames ¿En qué se diferencia?
Radica en que, como coreógrafo, cuando voy a un sitio, intento sacar lo máximo: el alma, el corazón, la belleza del lugar donde estoy. A mí no me vale reponer un ballet tal cual. Cada sitio tiene su vibración, su propio perfume. En África hay un aroma que no hay en algún otro lado. Además, así me entretengo (entre risas).
Estoy feliz y me gusta porque al final mis ballet son como mis hijos y yo los quiero ver crecer, no momificados, les debo la vitalidad. ¿Quién soy yo para ponerlos en un cajón? Mis obras quieren crecer y respirar porque, para mí, son algo vivo. Maurice Béjart me enseñó sobre flotar en el universo, así como mi energía personal fluye, quiero que mis ballet lo hagan. En el momento en que se fija algo, queda estático deja de fluir, por tanto no respira y muere.
Transmitís las enseñanzas de tu maestro
Maurice (Béjart) decía que hacer una coreografía es como bailar tango, se hace de a dos. Él pedía a sus bailarines que sean coreográfica, artística y mentalmente dispuestos a participar. Retomo este concepto porque, de lo contrario, son clones míos. No quiero copias, sino individuos que respiren y vivan por ellos mismos.
¿Hay algún patrón o lineamiento temático que sigas a la hora de crear?
Sí, dejar fluir y ver lo que pasa. Me preparo hasta cierto punto, si no me impide volar, no puedo ser creativo y yo amo la libertad. Si me encierran un día -espero que no-, mi cabeza estaría volando e imaginaría otros momentos gloriosos.
Me gusta mucho el silencio, pero el silencio… (hace una pausa por cinco segundos) ahí hay mínimo cuatro sonidos diferentes, nunca hay silencio. Por ejemplo, en los perros todo el lenguaje es a través de las miradas. Lo que me molesta es que en el ser humano las palabras se las lleva el viento, hoy ya no tienen el mismo peso y valor.
Si hablamos de tus maestros ¿Cuál fue el legado más grande que te regalaron?
No hay nada más bello que el amor
¿Quién te lo dijo?
Mi madre, que en realidad no me lo decía, me lo hizo sentir. Era una guerrera, adelantada a su tiempo. Ella me educó para entender que para recibir hay que dar, y esa es la relación que tengo con el público.
¿Qué tiene que tener un buen coreógrafo?
En mi consideración, la capacidad de crear y estar en la sala con lo mejor y lo peor. Me refiero a que hay gente con mucho talento y quienes quizás, físicamente no están adecuados en el fondo. No me gusta ir a lo fácil porque me aburro muy rápido. Le pido tanto a Svetlana Zakarova, como lo hago con el último del cuerpo de baile, sin hacer diferencias.
Aprendiste los cuatro idiomas de oído
Mi lengua materna es la alemana, empecé con el inglés cuando estaba en la escuela, incorporé francés en Camerún y, al igual que el español, de oído. En el fondo, no soy inteligente, soy muy listo. En la escuela, cuando los profesores me hablaban de cuestiones estructuradas, en mi mente se volvían palabras raras. No me gustan las situaciones donde no hay opciones porque mi mamá siempre me ha dado alternativas.
¿Cómo es ese proceso en que llevás tu historia y conocimientos a escena?
Todos contamos nuestra historia. No hay que olvidar de dónde viene cada uno, ni negar el pasado. Tenemos la opción de rellenar la maleta cada vez más o vivir con la realidad.
Como me decía mi madre, “nadie va a arreglar tus problemas, el único que puede con eso eres tú”.
¿Qué te gusta de Buenos Aires?
La vibración, la generosidad del argentino ¡divino! Me encanta el gran contraste que hay aquí: en algunos aspectos es un desastre y eso, justamente, me gusta porque dentro está la posibilidad de resurgir de las cenizas como el Ave Fénix. Amo a Buenos Aires. Hay algo aquí que me hace sentir bien.
¿Una canción de Mercedes Sosa?
Gracias a la vida.