La música es música cuando suena, eso se comprende, igual que se comprende al arte de escena, que es tal cuando se manifiestan gestos y acentos expresivos. La Compañía Urraka! estrenó su trabajo Urraka! Historias musicalizadas con objetos reciclados, con coreografía de Luciano Rosso y Cristian De Castro y dirección de Rosso y Hermes Gaido, en El Galpón de Guevara
Se trata de uno de esos espectáculos para espectadores de 4 a 99 años, esto es: simple y directamente se comprende. En Urraka! la música, omnipresente, se realiza fundamentalmente con instrumentos creados por la compañía a partir del reciclaje de vidrio, metal, madera, plástico: tubos de PVC, caños metálicos, tapas corona de gaseosas, botellas, baldes, listones, tablas de lavar, barras de metal, etc, con los que se construyeron aerófonos y percutófonos. En estas construcciones se reconocen trombones, marimba y batería hechos de reciclados, y extraños “¿órganos? con muchos tubos”, accionados por medio de extrañas “paletas de ¿pingpong?” o pequeños fuelles manuales de “¿juguete?” de plástico. También participan sonoridades de los cuerpos de los intérpretes, voces, respiraciones, golpes, como asimismo algún celular y algún rington y, por cierto, algunos platillos musicales de venta comercial.
Todo se presenta con visos formales: disposición de instrumentos raros en escena como pequeña orquesta, instrumentistas con vestuarios engamados y relativamente elegantes y casuales. Un juego. No hablan. Gestos, acciones, muecas. Guiños cómplices. Actos mudos, con violencia, de esa violencia divertida tomada de las películas cómicas mudas, violencia que puede verse como inocente. Previsible, pero no por ello menos efectiva esa violencia como humor.
Payasos. Eso son estos personajes. En el juego escénico se suceden pequeñas y hasta pequeñísimas historias, apenas anecdóticas: competencias, comparaciones, tratar de establecer acuerdos, torpezas, sorpresas, miedos, burlas.
Y los intérpretes (Emmanuel Calderón, Cristian De Castro, Roberto González, Juan Gudiño, Mariana Mariñelarena, Lucas Rivarola y Pedro Rodríguez) hacen música, pasando por variadísimos géneros y estilos populares, y hacen show de clown, chistes y gags frontales, directos, y hacen bailes, desde un malambo a formas más libres o atravesadas por rítmicas otra vez populares. Se sostiene una teatralidad danzada ya que, como puede apreciarse siempre, un grupo orquestal, al ajustarse en la elaboración de la masa sonora, muestra a músicos que se mueven acordes a las pautas y acentos de la obra: es algo coreográfico ver a músicos en conjunto. Y en función, en Urraka! este valor de lo bailado se acentuó, a veces por la pura rítmica de lo musical pero las más en un despliegue corporal riguroso que mostraba cuerpos, gestos y acciones al servicio de la imagen bailante. Por ejemplo, fue notable el momento en que, con sendas barras de metal de distintos tamaños (para distintas notas), sostenidas en una mano y golpeadas por baquetas al ser soltadas, daban las notas sucesivas de una melodía (parodiando un rington). La coordinación de esto suponía soltar la barra, golpearla en el aire, tomarla antes de que llegue a piso. Y a esto se agregaban muecas, disposiciones frontales pretendidamente serias mientras lo que se jugaba era “peligroso” de acuerdo a la micro historia que ocupaba ese momento. Visualmente, una coreografía que se desplegaba creando su propia sonoridad.
Urraka!, con recursos viejos, sin hablar, sin palabras, con personajes mudos, aporta novedad de acción y humor directo y efectivo.