Mientras sus obras cosechan éxitos por compañías de todo el mundo, a sus 31 años, Demis Volpi ha sido nominado por su Salomé, en los prestigiosos Premios Benois de la danza, cuyo resultado se anunció el 30 de mayo en el Teatro Bolshoi de Moscú
La precocidad guía sus pasos en la danza. Con cuatro años, Demis Volpi (Buenos Aires, 1984) tomó su primera clase de ballet con Nancy Bocca, la madre de Julio. Formado por Andrea Candela, Mario Galizzi y Wilhelm Burmann, tras un efímero paso por la escuela del Teatro Colón, terminó sus estudios en las escuelas del Ballet Nacional de Canadá y en la alemana de John Cranko. A los diecinueve años, debutó como aprendiz en el Stuttgart Ballet, pero su camino estaría en la creación y no en la interpretación. Desde su ópera prima estrenada en 2006, su repertorio incluye más de treinta piezas y fue coreógrafo residente del Stuttgart Ballet hasta el mes pasado, mientras crea obras para compañías de todo el mundo. En Sudamérica ha trabajado para el Ballet del Teatro Municipal de Santiago (Chile) y para el Sodre de Montevideo (Uruguay). Obtuvo el premio futuro de Alemania en 2014 y ahora ha sido nominado al prestigioso Benois de la Danse por su ballet Salomé.
A sus 31 años, Demis Volpi disfruta de un gran momento profesional mientras se consolida como “uno de los coreógrafos más interesantes del momento”, en palabras de Marcia Haydée. Días antes de ir a la ceremonia de los Benois en el Teatro Bolshoi de Moscú, recibió con “alegría” el llamado de Balletin Dance, y reconoció haber sido un lector asiduo de la misma “cuando era chico”.
¿En qué momento profesional se encuentra?
Siento que ha habido un avance importante en los últimos años a nivel artístico y profesional. Empecé a coreografiar muy joven. Siempre tuve esa necesidad de contar con mi trabajo bailado a través de otras personas. Ahora estoy parado sobre mis pies, sé lo que está bien dentro de mi trabajo y puedo mirarlo críticamente. Obviamente, cada vez que empiezo una obra hay un miedo importante, cuesta mucha valentía iniciar algo nuevo cada vez, pero tengo confianza en mi experiencia, en mi inspiración y en mi creatividad.
Tan joven y nominado al premio Benois, ¿cambiaría algo ganarlo?
Los premios son una cosa rara. La nominación en sí ya es un honor muy grande. Pero lo que más alegría me da es poder ver el pas de deux de Salomé bailado en el Bolshoi. Después las cosas no se pueden calcular ni planear, porque siempre la vida se va dando de alguna forma inesperada.
¿Se siente bailarín o coreógrafo?
Te voy a decir la verdad: yo me siento teatro. Siempre me he sentido teatro. Tenía diez años y organizaba el show de magia en el jardín de mi casa, para toda la familia y trataba de hacer desaparecer a mi hermana [recuerda mientras ríe]. Para mí, la danza es teatro. Dentro de un teatro me siento en casa. En cada ciudad del mundo a la que voy, llego al teatro y ya está. Todo lo que necesito está ahí dentro. Soy un bicho de teatro y estoy convencido de que fue el primer lenguaje que tuvimos: la empatía.
¿Por qué se ha decantado por la coreografía en lugar de bailar?
Dejé de bailar en 2013, en un momento en el que estaba creando Krabat, mi primer ballet de noche completa. Un día me di cuenta de que no podía más. Fui a hablar con el director del Stuttgart Ballet, Reid Anderson: “¿qué tienes que cambiar?”. Y le respondí: “no puedo bailar más”. Cuando se me escapó, me sorprendí a mí mismo, pero sentí un alivio muy fuerte y muy, muy grande. Tuve la suerte de tener talento, de tener buenos maestros y llegué hasta ser bailarín del Stuttgart Ballet. Tuve una carrera muy bonita bailando. Me di cuenta de que si no me concentraba en coreografiar, los ballets que yo quería hacer, no los iba a hacer nunca, porque no los iba a hacer otra persona.
¿Cómo define su estilo coreográfico?
Mi escuela es la danza clásica y parto de esa base para desarrollar mi lenguaje. A su vez, creo que cada uno tiene que tener una identidad propia que va más allá de mi identidad como artista. Sería muy fácil decir que porque la gente hace tal paso, o se mueve de tal forma, o tiene el traje de tal color, es la obra de Demis Volpi, como hacen muchos coreógrafos. Pero para mí, lo realmente importante es que cada pieza tenga sus propios estilo, lenguaje e identidad. Mis obras son muy distintas unas de otras, por esa razón siempre busco qué es lo importante, dónde está el núcleo, la esencia de esa pieza, y trato de dejarme llevar por la obra, más que por mi propio interés.
Metas a futuro
Quiero poder seguir viviendo y teniendo la oportunidad de crear. Crear es lo más hermoso que existe. Algún día, sí, me gustaría tener mi propia compañía. Sería interesante poder dirigir un grupo de bailarines. Como coreógrafo, como artista, no tengo un objetivo final. Me encantaría poder crear un día una obra en la luna. Yo tengo sueños así. Que cada día sea una aventura y la chance de descubrir algo nuevo.
¿Es conocido en su tierra?
No lo sé. No me han invitado a trabajar allí y todavía no se ha dado la oportunidad de presentar mi trabajo. Ahora está Paloma Herrera como directora del Ballet del Teatro Colón, que conoce mi trabajo de cuando creé para el American Ballet Theatre, a lo mejor se le ocurre invitarme. Con la experiencia que he tenido, sería lindo poder volver y compartirlo con los bailarines en Argentina, pero no depende de mí.
Si tuviera que elegir un momento de su carrera, ¿cuál sería?
Ese momento para mí es el que estoy viviendo ahora, que estoy empezando una nueva obra. Si alguien me pregunta cuál es tu obra favorita, es la que estoy haciendo ahora. Estoy preparando un proyecto para una compañía juvenil en Dortmund (Alemania), que va a ser una cooperación con otros coreógrafos. Estamos viendo cómo colaborar y estamos empezando a buscar una forma de poder crear una noche juntos, en la que cada uno tenga su espacio para desarrollar sus propias ideas y tener su propia libertad.