La Argentina que Cautivó a Sasha Waltz

Tras completar su formación como bailarina en la mítica compañía de Sasha Waltz, la argentina María Marta Colusi se reencontró con el público local en la germana puesta de Dido y Eneas de Henry Purcell el mes pasado en el Teatro Colón. Balletin Dance dialogó acerca de esta vuelta al país y de cómo en Europa se puede comenzar una carrera pasados los 30 años

 

Le pido que se imagine un momento de su formación en Argentina

Se me viene a la cabeza la pasión por el trabajo, creer en lo que uno hace. Mis maestros fueron Roxana Grinstein, quien me subió al escenario, y Ana María Stekelman. Ellos fueron modelos que han creído en su danza como expresión, en su propio lenguaje del movimiento.

 

¿Ese fue el puntapié para buscar nuevos horizontes con la beca Antorchas en 2012 para ir a Francia, luego Holanda y finalmente recalar en Alemania?

Sí, siempre fui muy inquieta y curiosa. Estando en Argentina participé de la escena independiente y en el medio entré al San Martín. Ya no tenía a dónde ir, había llegado a un techo. Tenía 33 años. En nuestro país sos grande para bailar en un elenco. No es como en Alemania. Yo con esa edad empecé mi carrera en Europa en una compañía internacional. Mi opción era ser una creadora, y si bien siempre hice mis pequeños proyectos, no era mi momento todavía. Quería saber cómo se expresaba el cuerpo en otros lugares, no sólo como una destreza física sino como concepto que va más allá de una cuestión técnica. En Francia no descubrí cosas muy nuevas. Descubrí que toda la información que tenemos en Argentina se parecía a lo que recibía en París. Pero la gran diferencia es en cuanto a la educación de la danza. En Argentina hay mucha información, todo da vueltas, todo el mundo sabe, pero hay pocas personas que saben de verdad, salvo en investigación Susana Tambutti o Marina Giancaspro, entre otros, desde un punto de vista técnico y docente. Esto es algo que me ocupa. Un colega de la compañía de Sasha Waltz, Juan Kruz Diaz de Garaio Esnaola, que fue a Argentina, me dijo: “Parece que allí saben mucho, pero en realidad no”.

 

¿Se refiere a poder ir más allá de las formas coreográficas? ¿La necesidad de conocimiento de otros planos de la cultura y el pensamiento?

Exacto. Aquí en las formaciones de danza hay que transitar por ese lugar, hay que ir a otros lugares del pensamiento desde el punto de vista técnico. Entonces cuando lo bailás, cuando lo enseñás, tiene otra profundidad. Por otro lado, me parece que en nuestro país no hay dinero ni tiempo necesario para abrirse y relajarse en una situación de poder aprender. Hace diez años, en la compañía teníamos tres meses de “research”. Cuando hay tiempo, hay espacio para poder reflexionar.

 

En la actualidad en la compañía de Sasha Waltz es convocada por proyecto y gran parte de los bailarines no son alemanes.

Ella busca intérpretes de todas las nacionalidades porque es un concepto de compañía internacional: bailarines con diferentes cuerpos, diferentes comidas, formas de pensar, diferentes paisajes. Tiene toda la paleta de colores para hacer lo que ella quiera. Por eso los bailarines formamos parte de la investigación y coreografía. En Dido y Eneas en el Colón, excepto dos bailarines que tenían obligaciones previas, fuimos los originales. Nosotros trabajamos en nuestra propia coreografía. Por eso vamos siempre que se monta la obra, no nos la queremos perder. La obra se estrenó luego de que la compañía se despegara de la órbita estatal, del teatro de la Schaubühne Am Lehniner Platz, para ser independiente: Sasha Waltz and Guests. Cada bailarín trabajó en sus propios materiales y luego Sasha los montó, hizo la régie. Desde su estreno Jochen Sandig -el marido de Sasha- siempre quiso llevar la obra a la Argentina. Es una obra muy placentera.

 

¿Qué sucede con el trabajo técnico que pide la compañía?

En la danza contemporánea, y en Europa, la homogeneidad del cuerpo de baile es lo que menos cuenta. No importa la línea, sino que tengas una propuesta interesante, que tengas buena fisicalidad. No se resume en un bonito cuerpo. La compañía ofrece la posibilidad de que vayas creciendo con las obras y que te vayas transformando. Bailar es mucho más que verse bien, no está ligado a una destreza física. Es un arte, una pasión, una expresión. Lo que tiene Sasha es que busca intérpretes que puedan sostener sus elementos técnicos, lo que vos ponés cuando bailás. Con Sasha todo parte de uno. Cada material que hacés está dentro de tus capacidades físicas, de tu forma de expresión, de tus cualidades de movimiento. No es algo artificial sino orgánico. Si bien podés cambiar tu manera de bailar, hay algo base que siempre va a estar que es tu forma de movimiento. Por eso la gente puede permanecer en las piezas.

 

¿Qué otros proyectos tiene en carpeta?

En diciembre vuelvo con Topo, un dúo que estrené en 2015 en el Dock Elf con un subsidio del Senado de Berlín, con Ayaka Azeki, y el pintor Kazuki Nakajara más la música y la instalación sonora de Edgardo Rudnitzky, mi pareja. Luego tenemos un proyecto con él, Sueños, vinculado a un fotomontaje. Estamos trabajando con objetos sonoros para una performance, porque con Edgardo trabajamos muy bien y confío plenamente, la cuestión del sonido, el cuerpo y los objetos que hacen sonido en la escena en forma viva. Luego la docencia, mis workshops de improvisación y repertorio de Sasha Waltz que empecé en 2010 cuando salí de la compañía como estable para empezar a trabajar por convocatoria de proyectos. Me gustaría darlos nuevamente en Argentina, dicté workshops en dos oportunidades en la Universidad Nacional de las Artes (UNA), en este último viaje también. Veo a una gente joven con un empuje impresionante en nuestro país y con una fisicalidad increíble. Creo que es algo que más y más me gustaría profundizar. Mi idea es devolver -como fueron para mí las funciones en el Colón- todo lo que aprendí en estos años, poder compartir con la gente joven de mi país. Y voy  a bailar durante muchos años más.

 

¿Qué le produjo su vuelta con la puesta de Dido y Eneas en el Colón?

Me abrió varias posibilidades para volver a la Argentina en 2017. Fue muy emocionante. Me reencontré con toda la gente, mis colegas, maestros. Me sentí muy bien recibida. Fue una manera de devolverle a mi país mi evolución como artista. Para mí ir al Colón fue cerrar un círculo, fue muy fuerte. Empezar y volver al mismo lugar: planté un árbol, escribí un libro, volví al Colón. Fue muy hermoso.