Juan Tata Cedrón no sabe de quedarse quieto en bronces ni vitrinas. No encaja. Tiene 70 años y parece un pibe. ¿Cuántas vidas tiene?

 

Cada obra de Cedrón es una inmersión en galaxias poéticas que están fuera de tiempo y espacio. Uno podría intentar, equivocadamente, ubicarlo en la historia, mirando hacia atrás, a los años sesenta en los que nació el Cuarteto Cedrón. O también pensarlo como exponente de los setenta, de su exilio largo en Francia.

Pero el Tata nunca es contemporáneo. Vive en universos que son recortes de sus afectos. Sus afectos familiares, sus recuerdos melancólicos de estancias en Mar del Plata, de sus hermanos artistas, de su infancia, y una versión edulcorada de aquel proletariado.

La geopolítica cedroniana se teje también en la actualización permanente de sus afectos sociales, sus amigos de entonces (ese entonces romántico del paraíso perdido) que tampoco fueron necesariamente contemporáneos: Tuñón, Homero Manzi, Paco Urondo, Juan Gelman y hasta Julio Cortázar.

Sus afectos alegóricos: los ladrones que andan de antifaz, que se parecen a apaches franceses, a Fantomás, a Rocambole; a los enanos de feria de los años 30; a los poetas malditos, los nuestros Arlt, Marechal, Scalabrini, Cadícamo…

Y sus afectos políticos: Perón, Evita y el peronismo.

Los más recientes espectáculos del Tata contienen estrategias de toda su astronomía, de todos esos imaginarios transtemporales.

Desde su retorno (nótese que es la palabra que corresponde, no “regreso” sino “retorno”. Porque su vuelta al país hace una década, después de 30 años de expatriación forzada, involucra una épica de vueltas, de reapariciones y de renacimientos que podríamos apelar la “operación retorno”) no ha perdido un minuto.

En la Argentina halló que esa escuela musical que se llama Cuarteto Cedrón, generó discípulos silvestres en los lugares más inverosímiles.

Arrabal Salvaje es eso: una obra original, basada en la música y los mundos arrabaleros del Tata, interpretada por su Cuarteto (que son cinco) y con puesta en escena y coreografía de Andrea Castelli. (Teatro El Popular, Chile 2080. Sábados de octubre y noviembre 20 hs).

Castelli, uno de esos gajos jóvenes del árbol de Cedrón, reunió a un elenco de bailarines muy profesionales para interpretar una serie de cuadros de inspiración tanguera, pero con lenguaje contemporáneo a la vez popular y académico.

“Los temas configuran un guión: instantáneas de lo cotidiano y profundo del arrabal indomable, muertes, amores, secretos; una especie de mitología renovada por la maravillosa música que el Tata regala a cada cuadro”, sintetizó Castelli a la agencia Télam.

La pieza tiene la carga densa de visión cedroniana del mundo, pero pintada sobre el telón de fondo de alegría y de vida bien vivida que trae encima el Tata.

Es decir, es la profundidad trágica del mito y el humor alegre de una celebración. Es un chispazo intenso en un fondo sombrío. Es decir… es el Tata.

Las coreografías son entretenidas, técnicas, orgánicas. Eso lo debe Castelli a su inventiva y al talento de sus bailarines. Y también al diálogo de la danza con el intérprete musical, alojado al borde del escenario. (Nota destacada hay que dedicar a la presencia de Miguel Praino en la obra. El violista acompaña al Tata desde 1964. Juntos crearon el Cuarteto, juntos se fueron al exilio. Praino, que sigue viviendo en Francia, viaja a Buenos Aires cada tanto para prenderse en las aventuras terrestres de su camarada. Es imperativo aprovechar estas ocasiones supernaturales de tenerlos juntos en vivo).

La joven guardia que completa el Cuarteto son tres músicos jóvenes y virtuosos, atraídos por la energía magnética del Tata: Miguel López (bandoneón), Daniel Frascoli (guitarrón) y Josefina García (cello).

El vestuario y la ambientación completan el sentido de una obra cuidada.

Una visión amplia es necesaria para terminar de centrar en el tiempo-espacio cedroniano a Arrabal Salvaje. Este espectáculo dialoga con otras experiencias muy diferentes que venía conduciendo casi en simultáneo el Tata Cedrón: El Puchero Misterioso (junto a la compañía de autómatas La Musaranga) y la reedición de la canata combatiente Del Gallo Cantor. Ambas impecables viajes al centro del planeta Cedrón, de la mano del susodicho.

Y por si esta crónica resultara a alguno exagerada, invitados están a experimentar Cedrón en la verdulería (sí, verdulería) de la calle Maza 177, Almagro, donde el Tata canta a viva voz, gratis, los días de feriados patrióticos.

Allí se reúnen los fieles del culto cedroniano, entre compañeros de todas las edades y brumas de inciensos choripaneros, que dan marco también a un templo de todos los tiempos, de todos los arrabales, de todas las épicas, de sus melancolías y de sus alegrías.

Arrabal Salvaje, es un arrabal romántico, pulido, a la vez alegre y cruel, de crueldad artificial. Crueldad de sentido trágico de una vida recreada en un escenario, para alegría de muchos.