El misterio tiene atractivo porque implica un algo por comprender, algo que aparece escondido o negado por lo gratuito o sin ilación de lo que se presenta. En el Centro Cultural Recoleta se presentó Casa Kynodontas, espectáculo con interpretación y dirección de Franco Bertolucci, Brenda Boote Bidal, Daniel Antonio Corres, Emmanuel Palavecino y Abril Lis Varela

De inicio, por el corredor exterior del Recoleta que conduce a la sala Capilla, llegó un personaje masculino, ataviado ligeramente (el vestuario de todos era para clima cálido), con una extraña caminata: dos o tres pasos por vez, grandes, lentos, en equilibrio, y detenciones para marcar el suelo con tiza y reanudar. Por una vidriera alta de la sala, que da al exterior, otro personaje (una especie de controlador de los demás), vigilaba. El público, afuera, esperando la apertura de la sala, observaba y era observado. El caminante llegó a la puerta de la Capilla, esta fue abierta, ingresó y tras él hicimos lo propio los espectadores.

Una escena que suponía el interior de alguna casa, a un lado una mesa, inclinada, con viandas y vajilla, al otro, un rincón con espejos, veladores, mesita y sillas. Dos mujeres, una frente a los espejos, iluminándose, observándose, otra echada en el piso rodeada de naranjas de plástico.

La descripción de toda la pieza sólo sería larga y poco agregaría para dar un cauce de sentido unitario.

En escena, un cuarteto constituido por el caminante, otro personaje masculino y las dos mujeres, desplegaron diversas situaciones, acciones, bailes y secuencias que mostraron juegos que rozaron lo erótico, lo antojadizo, lo infantil. Cada tanto, el personaje controlador aparecía provocando desde desazón a pánico por sus intervenciones, relativamente violentas, con amonestaciones y castigos. Todo funcionó en armar un desarmado de la escena: mesa, viandas, vajilla, naranjas plásticas, etc., fueron trastocadas, lanzadas y desubicadas. Los personajes del cuarteto, cuando el controlador no estaba, se mostraron con mayores grados de libertad pero atolondrados, simplemente dispuestos a los juegos de intereses inmediatos, básicamente, satisfacción de apetitos.

Hacia el final, una de las mujeres apareció ataviada con cierta majestuosidad y el resto la siguió hacia el fondo y las sombras como en procesión.

Nada más.

Kynodontas es el título de un film griego que ya es considerado de culto (aquí se lo presentó como Dogtooth -colmillo-, 2009, dirigida por Giorgos Lanthimos). Podría asociarse el espectáculo del Recoleta con el sesgo de la película ya que, ésta, trata sobre el encierro y la vigilancia respecto de lo exterior, la construcción de reglas particulares y la anulación de la familia. Aunque sería un tanto forzada la analogía.

Casa Kynodontas, sumándose a algo característico de la posmodernidad del anything goes dantoniano, y pensando que kynodontas (kυνόδοντας), en griego, puede traducirse como premolar, habilita, acompañando la arbitrariedad de la propuesta, a pensar en imágenes que se pintan como ornatos que pasan, mordentes (en música, modo de llamar a los adornos melódicos, y también mordente es el nombre para citar a sustancias que se utilizan para fijar colores), aderezando algo misterioso que tal vez no importa por su sinrazón. Después de todo, tal vez, parte de la condición humana.