La Oscuridad de la Revolución

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Meerof, Boote Bidal y Briski en gestos cadentes Foto . Alejandra Del Castello

En el Centro Cultural Rector Ricardo Rojas se presenta Delfín Negro, hasta fines de este mes, obra de danza creada e interpretada por Catalina Briski, Brenda Boote Bidal y Clotilde Meerof, con dirección de Ramiro Cortez

 

La noción de revolución supone el cambio drÔstico, un corte en un orden establecido que instaura otro distinto al anterior y, en una misma línea de pensamiento, una ruptura en el tiempo que haría futuro de un presente.

La obra, de especial acento polĆ­tico en su plan, se inicia ya en su programa de mano, que merece citarse: ā€œĀæCómo se crea una obra revolucionaria? ĀæCómo denunciar el imperialismo cuando ya no se nombra?Ā La danza es revolucionaria, cuando abraza el dolor y la impotencia ante la desigualdad. Gritamos por nuestros hĆ©roes y los llamamos por sus nombres. A veces, tambiĆ©n callamos y morimos. Demos vuelta las armas, el enemigo estĆ” adentro.ā€

Esas frases parecen ahondar en lo imposible y paradójico. ĀæCómo se ā€œabraza el dolor y la impotencia ante la desigualdadā€?

Durante el transcurso de la pieza, por cierto, signos de padecimiento, de injusticia y de congoja la recorren. Hay algunos abrazos concretos, hay expresiones de angustia y tormento y hay, por sobre todo, encierro. Si bien bailan en un espacio amplio (el trabajo se presenta en la profunda Sala Cancha del Rojas), arranca en brumas, estÔ iluminado con fuertes claroscuros (Paula Fraga), se escucha un paisaje sonoro poblado de ruidos (SebastiÔn Greschuk) o bien, en un tramo, se dice un largo pasaje en francés (obviamente, comprensible para quienes manejen el idioma, nueva cerrazón para quienes no). Y también, aunque coreogrÔficamente hay secuencias y unísonos de sesgo contemporÔneo, con tramos de claridad en las formas, no se ofrece otro hilo conductor que la presencia de los personajes en esa clausura. Los intentos de movimiento, de construcciones y dinÔmicas resultan agotarse en manifestarse sin alcanzar expansiones o despliegues a afirmaciones del cuerpo. Los personajes son tres mujeres agobiadas.

Algo propio de la revolución es decir que es o apunta a lo utópico, o mÔs precisamente a lo ucrónico, ya que no se trata tanto de dónde se da o daría sino de cuÔndo. Como si siempre estuviera desplazÔndose a futuro la realización im-posible de la reconciliación de todxs con todxs (que eso sería la revolución).

Que ā€œel enemigo estĆ” adentroā€ pareciera pedir que nos ataquemos para dar el cambio, para ser potentes frente a la desigualdad y transformarla. Paradójico, pues aparece cercano el suicidio; y, si no paradójico, al menos oscuro.

Cabe destacarse que el texto en francƩs (de Gilles Perrault, escritor y periodista contemporƔneo -a la salida se entrega copia traducida) versa sobre la omnipresencia del capitalismo y su triunfo, que se padece, y la im-posibilidad de romper su hegemonƭa.

Las tres intérpretes, de muy buenas performances, presentaron tanto ahogo en función hasta abrumar, con un toque de potencia que contribuyó a imponer los contrastes casi incongruentes de plantear revolución estimando su ausencia e imposibilidad actuales.

Y bien: el espectĆ”culo se titula DelfĆ­n Negro, y esa oscuridad domina la propuesta, amarga y, por cierto, ā€œdelfĆ­n negroā€ es el nombre con que se conoce, popularmente, a una de las cĆ”rceles mĆ”s estrictas del mundo (en Oremburgo, Federación Rusa). QuizĆ” sea una coincidencia, aunque quizĆ” no existan.