En el Centro Cultural Rector Ricardo Rojas se presenta DelfĆn Negro, hasta fines de este mes, obra de danza creada e interpretada por Catalina Briski, Brenda Boote Bidal y Clotilde Meerof, con dirección de Ramiro Cortez
La noción de revolución supone el cambio drĆ”stico, un corte en un orden establecido que instaura otro distinto al anterior y, en una misma lĆnea de pensamiento, una ruptura en el tiempo que harĆa futuro de un presente.
La obra, de especial acento polĆtico en su plan, se inicia ya en su programa de mano, que merece citarse: āĀæCómo se crea una obra revolucionaria? ĀæCómo denunciar el imperialismo cuando ya no se nombra?Ā La danza es revolucionaria, cuando abraza el dolor y la impotencia ante la desigualdad. Gritamos por nuestros hĆ©roes y los llamamos por sus nombres. A veces, tambiĆ©n callamos y morimos. Demos vuelta las armas, el enemigo estĆ” adentro.ā
Esas frases parecen ahondar en lo imposible y paradójico. ĀæCómo se āabraza el dolor y la impotencia ante la desigualdadā?
Durante el transcurso de la pieza, por cierto, signos de padecimiento, de injusticia y de congoja la recorren. Hay algunos abrazos concretos, hay expresiones de angustia y tormento y hay, por sobre todo, encierro. Si bien bailan en un espacio amplio (el trabajo se presenta en la profunda Sala Cancha del Rojas), arranca en brumas, estĆ” iluminado con fuertes claroscuros (Paula Fraga), se escucha un paisaje sonoro poblado de ruidos (SebastiĆ”n Greschuk) o bien, en un tramo, se dice un largo pasaje en francĆ©s (obviamente, comprensible para quienes manejen el idioma, nueva cerrazón para quienes no). Y tambiĆ©n, aunque coreogrĆ”ficamente hay secuencias y unĆsonos de sesgo contemporĆ”neo, con tramos de claridad en las formas, no se ofrece otro hilo conductor que la presencia de los personajes en esa clausura. Los intentos de movimiento, de construcciones y dinĆ”micas resultan agotarse en manifestarse sin alcanzar expansiones o despliegues a afirmaciones del cuerpo. Los personajes son tres mujeres agobiadas.
Algo propio de la revolución es decir que es o apunta a lo utópico, o mĆ”s precisamente a lo ucrónico, ya que no se trata tanto de dónde se da o darĆa sino de cuĆ”ndo. Como si siempre estuviera desplazĆ”ndose a futuro la realización im-posible de la reconciliación de todxs con todxs (que eso serĆa la revolución).
Que āel enemigo estĆ” adentroā pareciera pedir que nos ataquemos para dar el cambio, para ser potentes frente a la desigualdad y transformarla. Paradójico, pues aparece cercano el suicidio; y, si no paradójico, al menos oscuro.
Cabe destacarse que el texto en francĆ©s (de Gilles Perrault, escritor y periodista contemporĆ”neo -a la salida se entrega copia traducida) versa sobre la omnipresencia del capitalismo y su triunfo, que se padece, y la im-posibilidad de romper su hegemonĆa.
Las tres intérpretes, de muy buenas performances, presentaron tanto ahogo en función hasta abrumar, con un toque de potencia que contribuyó a imponer los contrastes casi incongruentes de plantear revolución estimando su ausencia e imposibilidad actuales.
Y bien: el espectĆ”culo se titula DelfĆn Negro, y esa oscuridad domina la propuesta, amarga y, por cierto, ādelfĆn negroā es el nombre con que se conoce, popularmente, a una de las cĆ”rceles mĆ”s estrictas del mundo (en Oremburgo, Federación Rusa). QuizĆ” sea una coincidencia, aunque quizĆ” no existan.