La primavera ronda los 25 grados a las once de la mañana en Sevilla. Es tiempo de la Feria de Abril y todos los temas pasan por allí. En un bar de la Alameda de Hércules quien escribe se reunió con la renombrada periodista y escritora Marta Benítez Carrasco, en un encuentro de flamenco y letras
Ella llegó a paso lento con su último libro en la mano, sobre Salvador Távora. Intercambiamos ejemplares y luego, Marta Benitez Carrasco compartió detalles de la Feria de Abril con Balletin Dance. Durante una semana esta fiesta paraliza la ciudad, o mejor dicho la moviliza hacia otro punto, un predio destinado a convertirse en el lugar transitado por miles de personas. Allí, hay más de cien casetas que representan a familias de la aristocracia, clubes, asociaciones y algunas pocas del Ayuntamiento.
¿Pero, de qué se trata la feria? La periodista cuenta que su familia tiene una caseta hace 70 años, “imagínate si la feria es antigua. Antiguamente se instalaban en el Prado de San Sebastián, un grupo de casetas de señores ricos que iban a vender sus caballos, y mientras esperaban a los compradores, tenían un lugar dónde comer y pasar el rato. Allí, las empleadas, en su mayoría gitanas, servían vestidas de flamenca (o como se decía en la época: vestidas de gitanas) a los señoritos”.
Esta costumbre (las casetas y los trajes típicos) fue lo que dio origen al encuentro. Cada espacio está decorado con elementos de la casa y al fondo una barra que funciona todo el día donde se provee alimentos y bebida, y al que solamente puede ingresarse con invitación. El refresco típico es el Rebujito -Manzanilla con gaseosa de lima-. Pero, además de compartir las garitas con amigos y tener shows en vivo, para los sevillanos también es un momento en el que salen a mostrase: ataviados de mantones de manila, las mujeres con vestimenta de flamenca y flores, mientras que los hombres lucen traje de chaqueta.
La inauguración sucede un sábado a las doce de la noche cuando se enciende la Portada (el alumbrado) y todos entran a las casetas a beber, comer y bailar sevillanas… Miles de sevillanas suenan en las calles, mientras que dentro de los refugios cada uno sabe su propia versión. Aquí no hay escuela y en las casillas públicas es común ver extranjeros tirando patadas y tratando de seguir el ritmo, de la mano de alguna flamenquita que baila.
Mientras conversamos de flamenco, libros y artistas junto a un café, Benítez Carrasco explicó que el día martes de Feria, la Asociación de la Prensa Sevillana entrega una distinción a la figura destacada de la cultura (Premio de los Claveles de la Prensa) que este año recayó sobre la gran maestra y bailaora Matilde Coral. Dos horas después ataviado de Feria, entraba a la caseta para encontrarme con ella: Matilde Coral.
Matilde Coral nació en Sevilla hace 83 años. Criada en Triana, vivió el flamenco de primera mano, se casó con el bailaor gitano Rafael el Negro y recorrió el mundo. Creó para todos, la escuela sevillana de baile flamenco, legado de Pastora Imperio y perfeccionada por ella. Se puso la bata de cola cuando aún nadie la había usado y de eso también dejó su herencia. Transitó los escenarios dejando una huella imborrable. Ahora, estaba allí frente a mí para recibir su distinción, su homenaje. Al subir al escenario, emocionada, sus palabras arrancaron en mí, más de una lágrima. “He tenido que dejar la danza por la fuerza, porque mis piernas están partidas y eso duele tanto como deshacerte de un hijo. Para mí la danza era mi vida… vuelvo locos a los psicólogos, porque la loca soy yo, pero ellos no pueden entender lo que he perdido. Ya que no puedo bailar y eso no es vida para mí, ya rezo mucho, mucho, para que España siga adelante, somos un país muy grande…” su voz se entre corta, la gente la aplaude y gritan “viva Triana”…
“Empecé a trabajar en esta feria cuando tuve a mi primer hijo, que tiene ahora 59 años. Mi padre me lo traía para que le diera el pecho, no había cómo respirar del hambre. Con el estómago pegado a la espalda, del hambre que pasábamos…”, mientras seguía abocada a sus recuerdos, un periodista le preguntó: “Matilde qué hay que tener para bailar bien flamenco”, a lo que ella respondió: “Ser honesto. Tener honestidad”.
Afuera, en las calles de la Feria, pasean los carruajes de caballos, las mujeres caminan con sus vestidos de lunares y aquí adentro de una caseta yo me seco las lágrimas que me ha dejado esta flamenca. Me pregunto cuánto habrá de honestidad a la hora de bailar, mientras guardo mi cámara que no para de fotografiar a esta Sevilla de color especial.