Septiembre en Sevilla sigue teniendo 32 grados de día, con algunas noches en que comienza a refrescar. El otoño tarda en llegar y los bares están llenos de gente tomando su caña de cerveza, hasta altas horas. El sol se oculta sobre las 21:30, los días son largos, pero el tiempo no alcanza para hacerlo todo
Es tiempo de la Bienal de Flamenco, un mundo de extranjeros por las calles, por los cursos de baile y por la oferta especializada de lo más vario pinta con actividades superpuestas. Además de la programación oficial del evento, existe la Bienal Off con espectáculos de artistas de renombre que no han sido programados en el festival; y también un ciclo especial programado por la Universidad de Sevilla desde el CICUS (Centro de Incentivos Cultural de la Universidad de Sevilla) con muestras y conferencias, como el caso de El Flamenco en la Época Franquista, donde se debatió sobre los artistas rebeldes en la dictadura; o el espectáculo experimental Sombra Efímera de Eduardo Guerrero que vinculaba a la danza con la arquitectura efímera de Marco Canevacci, donde el bailaor gaditano baila dentro de una burbuja.
Redoblando la apuesta, los tablaos que funcionan todo el año multiplican los shows y la difusión, y de manera independiente muchos artistas producen sus propios espectáculos de pequeño formato en bares que no suelen tener actuaciones. Las peñas de toda la vida, que son sostenidas por sus socios aficionados al flamenco, incorporan este mes una cartelera especial.
El flamenco desborda las actividades, con una cartelera que siempre apunta a las visitas extranjeras, hay cursos de baile con maestros locales (muchos radicados en Madrid se trasladan a Sevilla), las academias ofrecen cantidad de propuestas diferentes y el público se multiplica.
Sevilla en septiembre y en Bienal, es una experiencia que hay que conocer. Dentro de lo que sucede con la programación oficial se instala el debate, tanto a través de los medios de comunicación como en los bares, sobre si corresponde la propuesta con una amplia mirada sobre el flamenco. El aficionado quiere seguir viendo lo mismo: una soleá bien bailada, un cante por seguiriya bien cantado y nada de vanguardias raras. Como el caso de Rocío Molina que presentó su Grito Pelao una obra poética y bella que habla de la maternidad, de su deseo de ser madre, una obra donde la artista se desnuda en escena para compartir sus miedos y sus deseos más profundos, que a la vez es relatado por su madre, también en escena, una catalana que lo canta con una voz exquisita. Ahora el flamenco aparece en la obra de Molina como concepto de lenguaje, ella baila, pero no como la gente quiere, ella utiliza el lenguaje sonoro y expresivo para hablar de otra cosa. Este es uno de los espectáculos que ha generado polémica en las redes sociales ya que la reconocida artista siempre está sorprendiendo con sus producciones.
En contra partida, Joaquín el Grilo o Pastora Galván bailan en sus espectáculos a la manera que la gente espera, y no generan más que buenos aplausos, aquí el flamenco se representa a sí mismo y mantiene una línea que podría llamarse más ortodoxa, dónde las alegrías son alegrías, sin más.
Hay conciertos de cante y de guitarra, hay oferta de todo. Hay grupos de flamencos bailando por las calles a cambio de unas monedas, hay turistas y más turistas. Antes de cada actuación se anuncia al público que desconecten sus teléfonos móviles en tres idiomas: español, inglés y japonés. La organización de la bienal tiene muy claro el mercado internacional por más que en su programación no haya extranjeros bailando.
Sevilla en septiembre y en Bienal es un tiempo para hartarse de mirar, escuchar y bailar con una buena ración de jamón ibérico, olivas verdes y queso manchego y a jalear que de flamenco hay mucho por disfrutar.