¿Cómo baila tu mamá? Las mamás de los drusos se juntan y lo hacen embaladas por los instrumentos y voces de sus primos e hijos. Las niñas hablan el mismo lenguaje, los pibes saltan y se dan las manos como sus papás. Si la danza del futuro es, como decía Isadora Duncan, la danza del pasado: habrá que aprender de esta gente que sigue a sus mayores.
La pequeña comunidad drusa (aproximadamente 300 en el territorio nacional), cuyos ancestros llegaron en 1864 y luego en 1890, esperaron a 1910 para tener un cónsul Otomano de origen druso que impulsara la formación de la Asociación de Beneficencia Drusa (ABD) en 1926: Emir Amín Arslán. Lugar de encuentro, oscilaron entre la protección de sus costumbres que finalmente los marginó y la necesidad de supervivencia que los asimiló. Los paisanos iban a cantar y bailar, comer y compartir memorias de la patria. Eran solo ellos y hablaban árabe; después llegaron amigos y se hablaba español. A los mayores les preocupaba que los jóvenes se casaran con “extranjeros” (gente de afuera de la comunidad) y de esa forma se perdiera su identidad, como sucedió con los cambios de nombres en las oficinas migratorias. Sí, tu nombre es tu identidad. Se crearon los viernes para mantener el idioma y las danzas. Pero acá, siempre “te cae un amigo”.
Luego de 90 años, cinco generaciones de argentinos drusos, y de una profunda y sincera reflexión, se permitió un cambio. Integración es la palabra de orden actual. La Asociación propone dirigirse a la sociedad, entregarle a Argentina algo de lo que el país les dio. Se entienden argentinos con un bagaje cultural y de valores que aporta un color necesario para esta rica paleta que somos. No les interesa ser exóticos, su cuestión es crear un lugar para refugiar lo genuino, lo más cercano a la verdad.
En la ABD, cocinan los chicos que aprenden de los abuelos, reciben las madres, sirven sus primos y tíos las mesas largas donde se conocen casi todos; y como en casa, todos comen lo mismo. Mesas que son corridas para, con el corazón contento, salir a bailar y cantar. La forma de mantenerlo auténtico es hacerlo humano. Las mismas mesas se usan para clases de idioma, caballito de batalla de “la drusa”, porque la lengua madre es el eje de la identidad. Y como bailar es igual a hablar, ellos conversan en dabke y en raksa – como sus papás. Le piden un tema al cantante, sale la prima a bailar y el hijo a tocar el úd. Esas charlas se perciben en cómo mueven las manos, en las miradas intercambiadas, cuando un hombre y una mujer frente a frente bailan deslizándose por la sala. En un gesto de la cabeza, que anuncia que él la rodea y ella sigue el giro, en la ronda de manos tomadas que imita la geografía de la costa libanesa y los saltos que recuerdan las montañas nevadas, danza que dura mucho más de lo que nuestro timming occidental puede soportar. Es una charla entre familia, uno no se mete.
El eje del Centro Cultural Beit el Emir, es la gente. Todo es para las personas, por eso no hay show y público pasivo. Aunque los músicos ya no son ellos mismos y hay profesionales, éstos tienen libertad de repertorio y mucha conversación con los comensales. Emulando los viejos restaurantes, tampoco hay una “odalisca” representación distorsionada como tantas otras, de su tradición. En la danza femenina se valoran sutileza y elegancia; en el dabke, lo sutil y vigoroso al mismo tiempo -características que no se llevan bien con lo acrobático y espectacular tan en boga en estos días. Al ser un lugar no comercial, es innecesario atenerse al estereotipo. Más bien luchan contra él para preservar su patrimonio cultural genuino.
Hay que tener un amigo druso, che…
ABD, Centro Cultural Beit el Emir: J. A. Cabrera 4625 Clases de idioma árabe, música árabe y dabke, folklore argentino y tango. Viernes: cena en familia.