El Ballet Estable del Teatro Colón, dirigido por Paloma Herrera, presentó en agosto La Sylphide de Pierre Lacotte y en octubre, La Cenicienta de Ben Stevenson, con variados repartos
Estas últimas entregas confirman que el cuerpo de baile está plagado de talento, y que el resultado en escena depende en gran parte, de los maestros repositores que llegan para trabajar con nuestros bailarines.
La Sylphide, ícono del romanticismo en ballet, en la genial concepción coreográfica de Lacotte, es en sí misma una obra maestra. Aquí, los microdetalles del estilo son fundamentales para componer cada personaje y si bien no se llegó a lograr, los roles protagónicos tuvieron cada uno su destaque, a cargo de Nadia Muzyca, Macarena Giménez y Emilia Peredo Aguirre (la Sylphide); Juan Pablo Ledo, Maximiliano Iglesias, Facundo Luqui y Herman Cornejo como invitado (James); Camila Bocca y Georgina Giovannoni (Effie); y Edgardo Trabalón, Matías De Santis (Gurn). La invitada, Misty Copeland, finalmente no bailó.
En cada uno de los repartos, hubo escenas grupales mejor preparadas que otras, es decir, dependiendo el día de la función fue diferente la calidad que desde la escena se ofreció al público.
Completamente diferente, La Cenicienta de Stevenson (de 1970), es una puesta simple (con variaciones y pas de deux complicados), que se mostró con una pobre producción (escenografía y vestuario) sin indicar en el programa de mano de dónde provino (es lamentable considerando el alto nivel de las fabricadas dentro del propio coliseo).
Aquí también hubo amplias diferencias en cada día de presentación, dependiendo del casting de turno. Pero los roles protagónicos, pudieron lucirse con soltura, la coreografía fuera de los rígidos cánones clásicos, permitía a cada bailarín ciertas licencias que mejoraron sus entregas.
Así, Macarena Giménez realizó una excepcional concepción, que la catapulta a nivel de las mejores bailarinas internacionales del presente. También fue deslumbrante Jiva Velázquez como bufón, un papel que pudo exprimir al máximo, con sorprendentes saltos y giros, en formas coreográficas que remitían a otros ballets. Camila Bocca, la más joven primera bailarina del elenco, logró momentos de suma fluidez.
Claro que el público (muchos niños) disfrutó y mucho, las escenas pantomímicas (demasiadas para el mundo actual) y sobre todo el humor, a cargo de las dos hermanastras (Paulo Marcilio, Leandro Tolosa y Antonio Luppi; Julián Galván, Tomás Carrillo y Emanuel Abruzzo).
También hubo invitados procedentes del exterior: Dorothée Gilbert (Ópera de París) y Marcelo Gomes. Él fue muy solvente, con gran experiencia, prolijidad extrema y physique du rol. Ella regaló las características de la escuela francesa, con un cuidado trabajo de pies y elegantes port de bras.
En suma, sobre la escena se refleja la rigurosidad del trabajo de la sala de ensayo, y en esta Cenicienta se apreció una diferencia considerable, en la calidad de ciertas escenas grupales de acuerdo al grupo que lo conformaba.
La orquesta por su parte, dirigida por el mexicano Jesús Medina, logró algunos momentos de suma emoción, con desaciertos de vientos.