Carolina Pizarro se formó como actriz en la Universidad de su Chile natal, donde se investigan los distintos recorridos que puedan servir al actor, concebido a la vez como bailarín. Desde un primer momento comprendió el teatro ligado al movimiento. Es la actriz más nueva del Odin Teatret (Dinamarca) y el próximo 19 de septiembre estrena en Holstebro la última producción dirigida por Eugenio Barba: The Tree

 

“El primer texto de teatro que tuve en mis manos hablaba del actor-bailarín. Esto me llevó al Odín en el año 2010 y ahí comenzó un proceso guiado por Julia Varley para encontrar un entrenamiento personal y específico para mí. Indagando recordé que en la universidad había hecho Kalari y decidí ir a India a profundizar en este arte marcial.

Antes de partir recibí entrenamiento con Augusto Omolú, bailarín brasilero que fue actor del Odín. Con él trabajamos danzas del Candomblé brasilero y distintos conceptos de la energía. Así empecé a entender de otra manera el teatro, viendo cómo llevar a la acción un entrenamiento de danza, ponerlo en juego al momento de crear material escénico.

¿Le pesa la distinción entre danza y teatro?

Creo que ha sido un error separar las artes, nos encasilla. Siempre admiré muchísimo el trabajo del bailarín en el sentido que es mucho más riguroso y concreto que el trabajo del actor como se entiende en general, que crea los personajes desde un lugar emocional, que se inspira o no se inspira, mientras que el bailarín tiene que aprender algo muy preciso. Yo nunca tuve el coraje de ser bailarina, para mi eso era algo que sólo se podía hacer si uno empezaba desde niño. Hoy siento que soy una actriz que danza y siento que a través de la antropología teatral encontré en el actor la precisión que tiene el bailarín. Esto tiene que ver con Oriente y la preparación de la gente de India en las danzas; allí no se diferencia si es danza o es teatro.

¿Qué esperaba encontrar en India?

Fui para profundizar porque sentía que ahí había algo que descubrir. Yo nunca había tenido un maestro como se dice en Oriente, que es súper diferente a tener un profesor. Entrás en un lugar que se considera un templo y empezás a entender todo un universo distinto. Entrenás desde las seis de la mañana, con hombres que van a hacer la secuencia por una hora y luego se van a trabajar porque está dentro de su cotidiano. A las ocho entrenás con niños de cinco años que se ríen de ti, pero ahí te das cuenta de cómo enseña el maestro. Luego las mujeres que desarrollan otra calidad, la energía más suave. Y en la noche están los que hacen performance y la práctica se piensa para el escenario. Yo tomo las bases del Kalaripayattu desde el ritmo, el tiempo, el espacio: la composición y el diálogo con los otros. La danza.

¿Qué le interesa de la danza?

Me gusta que me movilicen. Hace tiempo vi una obra de Dave St-Pierre, un coreógrafo canadiense que trabajó con gordas mórbidas que bailaban desnudas, buscando una provocación constante y a mí me gusta que el cuerpo sirva como un acto político.

Formar parte del Odín

El año pasado Eugenio Barba me invitó a entrar al Odín Teatret en reemplazo de Sofía Monsalve, quien decidió regresar a Colombia. Fueron cuatro estrenos en dos meses; tuve que aprender a tocar Ukelele y danzar al mismo tiempo para La Vida Crónica, cantar en danés para Dentro del Esqueleto de la Ballena, danzar sobre zancos detrás de una máscara para Oda al Progreso y realizar una danza en Grandes Ciudades Bajo la Luna. Y luego me uní al nuevo espectáculo que se estrena este mes.

¿Qué puede contarnos de The Tree?

Tengo intervenciones etéreas, mi personaje no habla; danza y quiere volar, viene a ser Iben (Nagel Rasmussen) cuando joven, y danza con el árbol para que regresen las aves. El árbol de la historia en la obra tiene muchos significados. Dos monjes plantan un árbol de peras en medio del desierto en Siria para que los pájaros regresen. El árbol crece, grande, robusto, pero muerto. En Nigeria, es el árbol del olvido; una madre que tiene la cabeza de su hija dentro de una calabaza gira alrededor para olvidar, como lo hacían los esclavos de otros tiempos. A su vez es el árbol que ha sido plantado por el padre de Iben cuando era niña, creciendo juntos hasta considerarlo como su hermano inseparable.

¿Qué es el árbol para Carolina Pizarro?

El árbol contiene las historias, el conocimiento, nos conecta con nuestras raíces y además limpia y purifica a través de sus hojas. Es una presencia con la que me re-encuentro en el teatro, ya estaba en Tierra de Fuego (2011). Allí ocultaba un secreto para contener la memoria. Mi madre, durante la dictadura, hizo un hoyo profundo en la tierra y puso dentro todo lo que la vinculara con política de izquierda (libros, fotografías, su falda roja y camisa negra, entre otras cosas) y sobre sus recuerdos plantó un árbol. Cuando los militares entraron a casa en 1981 no encontraron nada, el árbol, aunque era pequeño aún, nos protegió. No fue el único árbol en Chile, después de una función una mujer se acercó a contarme su historia, quizás también se plantaron árboles en otros países de Latinoamérica donde las dictaduras nos golpearon tan severamente. Me pregunto si a mi mamá le hubiese gustado ver florecida la historia escondida y silenciada a través de esas hojas.

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Gustavo Friedenberg es técnico en Medios de comunicación, Licenciado en Composición Coreográfica y Magister en Crítica y difusión de las artes, además de actor bailarín y director. Formado en Argentina y el extranjero, ha recorrido varios países trabajando para diferentes compañías y brindando asesorías, a la par que desarrollando sus propios proyectos (Japón, EEUU, Europa, Sudamérica y el Caribe). Como bailarín se ha dedicado profesionalmente al flamenco, desempeñándose también como docente de técnica y composición.