A la cartelera porteña nunca le ha faltado el tango. Curiosamente, la mayoría de los tangueros no suelen ir a ver estos espectáculos y el público no experto, los observa a la distancia temiendo que se trate de producciones for export. Con una perspectiva completamente alterna, en un horario y locación que resultan ajenos al universo tangueril, Laura Falcoff ha sabido construir una propuesta sumamente interesante para curiosos y profesionales: Así se Baila el Tango

 

Si la creadora (directora e intérprete en este caso), es además docente, coreógrafa y gestora de sus propios espectáculos, no dejará de llamar la atención, que Laura Falcoff sea reconocida por su labor periodística en el diario más leído de nuestro país y posiblemente, una de las personas en esta ciudad que más danza haya visto.

Todo comenzó con una invitación de Gustavo Mozzi para el Festival Internacional de Tango en 2011. “Yo ya venía pensando en esta idea, tener una pareja de bailarines y a partir de ellos ilustrar algunos aspectos del tango -recuerda Falcoff- Finalmente la desarrollamos en algo que denominamos Conferencia Bailada, junto a Camila Villamil y Julio Bassan”.

Tuvo que pasar mucha agua bajo el puente de aquel primer trabajo que llamaron Mitos y Verdades del Baile del Tango, para que en ese discurrir que incluye festivales, giras por Europa, y la incorporación al equipo de Daniel Sansotta, sus creadores se dieran cuenta que estaban desaprovechando un muy buen material o, por lo menos, para que comenzaran a entusiasmarse con la idea de convertirlo en un espectáculo escénico -lo que para mi verdaderamente era un reto, porque no soy actriz -aclara su directora.

Finalmente, fue en 2015 que Así se Baila el Tango, vio la luz tal y como podemos apreciarlo cada sábado a las 18 horas en El portón de Sánchez. Y en efecto, se trata de un espectáculo singular que destaca por lo original de su formato, posiblemente gracias a que en ningún momento se percibe una búsqueda deliberada por esta originalidad, sino más bien una intención y un amor por lo lúdico, por el buen gusto y por supuesto por el tango.

Con pocos pero suficientes elementos, jugando en los bordes entre teatro y realidad, la obra permite que el espectador se traslade rápidamente a este mundo. Apenas tres mesas con sus sillas y copas son suficientes para comenzar a transitar e imaginar de la mano de una correctísima anfitriona (no por ello falta de picardía), cómo es y cómo se vive el mundo de las milongas.

Y ese viaje lo emprende por un camino sutil y divertido, que no dejará de arrancar carcajadas tanto de un público principiante, como de aquellos tangueros aficionados y experimentados -hombres y mujeres en el rol que toque- que seguramente más de una vez habrán padecido las distintas situaciones que los artistas en escena plantean con humor y dramática angustia.

El público visitante se llevará no sólo el placer de ver una pareja bailando con gracia y excelencia, sino un muestreo de los diferentes estilos y un breve recorrido por la historia y evolución del tango y las orquestas, acompañado por una exquisita selección musical.

De algún modo, la propuesta se las ingenia para proponer además conmovedoras y actuales reflexiones a partir de este arte popular. No parecen ser muchos los géneros que comprenden entre sus bases, que bailar correctamente supone una profunda conexión entre los implicados; esto es, un verdadero trabajo en equipo sintetizado en el encuentro de un honesto y sensible abrazo. En cuanto a las frecuentes acusaciones respecto del machismo en el tango, los creadores del espectáculo sostienen una postura determinante. Daniel Sansotta es un varón bajito al lado de una espigada Camila Villamil. Por alguna razón este tipo de duplas nos causan gracia, pero al mismo tiempo se prestan a la construcción de un símbolo interesante en relación a los prejuicios acerca de lo femenino y lo masculino. Sobre todo si se lo pone a cuenta de un factor que la pieza señala con claridad: para ser un buen conductor, parece imprescindible haber pasado antes por la experiencia de ser conducido. Será preciso considerar entonces, cuántas veces en la vida se le enseña a los hombres que para estar (bailar) con una mujer, es preciso primero ponerse en su lugar, “subirse a sus tacos”.

Por lo demás, la obra plantea cuestiones que de tan básicas resultan profundamente conmovedoras: el tango puede evolucionar, convertirse en un hecho escénico, en un cliché del amor apasionado o aggiornarse a la modernidad, pero en su esencia es siempre lo mismo: un baile de a dos, hay uno que lleva, y es improvisado. Que lo que importa no es encontrar una pareja de nuestra estatura, sino el equilibrio adecuado para sostenerse en un abrazo recíproco. Que compartir es un regalo, y que como en la vida, no dará lo mismo estar bailando con uno u otro cuando La Cumparsita nos anuncie que la milonga está llegando al final.

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Gustavo Friedenberg es técnico en Medios de comunicación, Licenciado en Composición Coreográfica y Magister en Crítica y difusión de las artes, además de actor bailarín y director. Formado en Argentina y el extranjero, ha recorrido varios países trabajando para diferentes compañías y brindando asesorías, a la par que desarrollando sus propios proyectos (Japón, EEUU, Europa, Sudamérica y el Caribe). Como bailarín se ha dedicado profesionalmente al flamenco, desempeñándose también como docente de técnica y composición.