Careborg, obra multiespacial coproducida por el Goethe-Institut e interpretada por la Compañía de Danza de la Universidad Nacional de las Artes, que dirige Roxana Grinstein y la Compañía Martín Nachbar de Alemania, se realizó de manera simultánea en el Centro Cultual 25 de Mayo de la ciudad de Buenos Aires y en TanzFabrik de Berlín, los días 23, 24 y 25 de junio a través de un sistema de cámaras web en red

 

La performance combinó diferentes estéticas y lenguajes coreográficos orientados a indagar la pregunta por el cuidado del cuerpo y la producción de subjetividades en el marco del atravesamiento tecnológico de nuestra era. En un primer momento, los bailarines de la Universidad Nacional de las Artes (UNA) ocuparon espacios no convencionales (el pasillo, el hall de entrada) simulando ser androides. Luego, ingresaron a la sala redonda del primer piso del teatro, donde se proyectaba un video de Neil Harrison, un cyborg real cuya fundación investiga la relación entre los implantes tecnológicos en seres humanos y los sentidos.

En lo sucesivo, se inició una conversación corporal por Skype entre los artistas argentinos y alemanes, junto a Sunniva Vikør. Primero, Martín Nachbar relató una historia de cómo los contenidos mentales fueron subiéndose a una nube hasta que llegó el punto en que se confundía el pasado y el presente.  Finalizada la narración, el diálogo comenzó a acercar cuerpos y espacios a través de cambios de tamaño de los interlocutores en función del lugar que ocupaban respecto de las cámaras y sus proyecciones en la pantalla, así como del contacto virtual entre artistas en este juego de presencia-ausencia de la dimensión material de lo corporal.

La obra develó también los tiempos a los que nos somete la tecnología: la espera cuando se cuelga el software, las pausas impuestas por la velocidad de internet, las fragmentaciones de una imagen sujeta a problemas de conexión. Lo fragmentado, además, se plasmó en la imposibilidad de aprehender la totalidad de la escena: dos audiencias distintas de un lado y del otro de la pantalla, dos perspectivas constructoras de realidades.

Balletin Dance, dialogó con Liliana Tasso, encargada de la producción, dirección y coreografía (Argentina) junto con Nachbar (Alemania), de Careborg.

 

¿Cómo surgió la idea?

“Vengo trabajando en este tipo de investigación, en conectar más de un ámbito escénico a través del mundo, a partir del concepto de ‘espacio fluido’, que permite pensar la obra no sólo en un recinto físico concreto sino que está más allá. En el año 2012 surgió una primera experiencia en Barcelona, que se llamó IEES (Intersubjetividad en Escena Simultánea) sobre relaciones intersubjetivas a través de estos dispositivos. El año pasado me presenté a una convocatoria para un fondo de coproducción entre artistas locales y extranjeros que abrió la Goethe de Alemania y gané. Entonces, me puse en contacto con Martín Nachbar, a quien le encantó el proyecto. Luego, nos dimos cuenta de que teníamos muchísimas cosas en común.

 

¿De dónde viene el nombre de la obra?

“Martín me planteó una inquietud sobre la implementación de la tecnología en el cuerpo y de cómo nos cuidamos al respecto. En Europa es una preocupación muy seria porque ya está pasando y parece que va a ser cada vez más masivo. Por eso Careborg, el cuidado del borg. Además, un cuerpo objeto y no sujeto es susceptible de todo tipo de daño, y creemos que el camino del cuidado es subjetivar el cuerpo, habitarlo”.

 

¿Cuál fue el criterio para la estética?

“En Alemania trabajaban en una sala cuadrada y blanca de TanzFabrik, que es un espacio performático. La idea original era hacer lo mismo acá, pero recorriendo Buenos Aires no pude conseguir un lugar similar. Entonces se nos ocurrió contraponer estéticas, y elegimos este hermoso espacio más colonial. Por otro lado, acá el público de la danza gusta de espectáculos más coreográficos, así que nuestra parte fue más coreográfica que la de ellos, puramente performática”.

 

¿A partir de qué técnicas trabajaron?

“Buscamos que el movimiento surja desde la estimulación del tejido conectivo, una red que conecta todo lo muscular y óseo con lo nervioso, lo neurológico; genera una matriz en el cuerpo que enlaza lo más material con lo más inmaterial. No tenemos un registro sensorio de este tejido pero lo estimulamos desde el pensamiento. Da una sensación de completitud en el cuerpo, aunque quizá sea algo que el espectador no puede ver”.

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Natascha Ikonicoff nació en París y es residente permanente en Argentina. Estudió Filosofía en la Universidad de Buenos Aires y actualmente cursa un máster en Filosofía, Educación e Infancia. En paralelo, transitó por distintos estilos del campo de la danza, siendo su predilección el jazz y la salsa cubana. Hoy se dedica a incursionar el mundo de la acrobacia, particularmente en tela. Se desempeña como redactora freelance de la revista Balletin Dance y también realiza trabajos de edición y corrección de textos para distintas editoriales. Es tallerista en el Dispositivo Ambulatorio de Niñas, Niños y Adolescentes del Ce.Na.Re.So., donde realiza encuentros de filosofía orientados a la promoción de la salud con grupos de chicos de entre 10 y 16 años.