Oscar Araiz, recibió el doctorado Honoris Causa de la Universidad Nacional de San Martín, el 24 de junio en una encantadora ceremonia en el Teatro Tornavía del Campus Miguelete de la UNSAM

Así, Oscar Araiz, se transforma en la primera figura del mundo de la danza, en recibir un título de tal envergadura en nuestro país. En el acto, frente a docentes, estudiantes y personalidades de la danza y la cultura, Germán Farías interpretó el solo Ahí Viene el Rey de Ana Itelman, disertaron Carlos Ruta y Beatriz Lábatte, para finalizar el laureado expresó su agradecimiento y recibió como ofrenda, una obra pictórica titulada Luces y Sombras de Ricardo Abella.

El rector de la Universidad Nacional de San Martín, Dr. Carlos Ruta, se dirigió mayoritariamente a los estudiantes para explicar el significado de “la más alta distinción que una universidad puede dar”. Desde el Medioevo, cuando nacieron las universidades, se llama doctor al “que tiene la más lograda aptitud para enseñar, que supone talento, pero también trabajo”. Trabajo entendido como esfuerzo, que también es entrega, generosidad y sacrificio. “En Oscar Araiz, honramos el doctor”, que para la UNSAM “no es un punto de llegada, sino un compromiso, una responsabilidad, de cultivar esa más madura aptitud para enseñar. Festejamos y celebramos en Oscar la docencia hecha obra y vida, la maestría hecha obra y vida, la docencia de un doctor en su más genuina autenticidad”, dijo Ruta ante un auditorio que rebosaba de asistentes.

“¿Qué sentido tiene para nosotros, para estos jóvenes que están hoy aquí, hablar de honor, en un mundo signado por el cinismo, por la mentira, por la crueldad, por la traición, por el desparpajo de la incoherencia celebrada como necesaria o como inteligencia?”, se preguntó el rector a continuación. “Entregamos este título Honoris Causa porque aún creemos intensamente en el honor. Es decir, en la dignidad”. Los antiguos decían que el honor es testimonio de excelencia, considerándolo como uno de los bienes fundamentales de la vida social, un premio a la rectitud y a la virtud, asociado a la magnanimidad (la grandeza de algo). Entonces, la magnanimidad estaba asociada con la sabiduría, por lo que un hombre grande de espíritu es un hombre sabio, que puede dedicar su vida a la enseñanza y a la búsqueda de la verdad y la belleza. “Pero la magnanimidad también es una virtud propia de los guerreros, que lleva en sí la inclinación al combate, al coraje. La pregunta que surge aquí para nosotros y los jóvenes, es si se puede buscar la verdad de la belleza, y enseñar esa verdad, sin coraje en este mundo ¿Se puede tener coraje, sin convicciones? ¿Puede un hombre o una mujer, dedicarse al arte, a la danza, sin coraje?”, consultó Ruta a la platea. “El hombre de honor es aquel que se sabe digno en tanto hombre que aspira a grandes cosas y que sabe que parte de esa dignidad es la esperanza. No como una ilusión vaga, sino como un convite a la lucha, desde la entereza en las convicciones del espíritu. Ese testimonio que es la vida de Oscar y que debemos cultivar en nosotros, es lo mejor que le podemos dar a nuestros estudiantes”.

Carlos Ruta, se refirió también al significado de ser maestro, citó a algunos magníficos poetas, para ejemplificarlo y recordó que los jóvenes son nuestra esperanza. “Un maestro rehúsa la facilidad, se atreve al rigor, al rigor de la disciplina, cree en eso. En un mundo que celebra estúpidamente el arte porque es comercio, porque lo ha convertido en comercio, nosotros tenemos que demostrar ante nuestros estudiantes, con este testimonio, el valor del arte por sí mismo”, analizó el doctor. “La esperanza no es la convicción de que las cosas saldrán bien, sino la certidumbre de que algo tiene sentido, sin importar el resultado. Para nosotros es la convicción, la certidumbre, de que lo que hacemos tiene sentido, lo que hacemos en la Universidad, lo que hacemos en el Instituto de Artes enseñando y formando artistas, tiene sentido. Y transmitirle a ellos, en sus corazones, esa convicción: que el arte tiene sentido”.

Beatriz Lábatte, por su parte, sintetizó la trayectoria de Oscar Araiz, “de caminar paso a paso siguiendo la potencia del deseo”, a la vez de sentirse honrada por haber sido invitada para ponderar los méritos del maestro en el marco de esta ceremonia de concesión del doctorado Honoris Causa. “Una figura sobresaliente que resplandece con poderosa luz propia en el campo artístico de la danza de nuestro tiempo”. Fue ella quien señaló que esa ceremonia era “emblemática”, tanto por la figura del maestro “como por el enorme significado que este noble gesto de la Universidad de San Martín adquiere para la danza, en su siempre difícil relación con los campos del saber académico”, pues la propia investigadora no logró encontrar “datos de alguna universidad argentina que tenga a un ser de danza entre sus académicos doctorados por esta noble tradición universitaria”. Lábatte además, anticipó la pronta aparición del libro autobiográfico de Araiz, que acompañó en el proceso de edición. “Hoy aquí, y ante nosotros, la danza se ha doctorado”, sentenció.

Por último, realmente conmovido por el momento, y con la voz entrecortada Araiz agradeció la distinción. “Es muy grato sentirse parte de este cuerpo. Un cuerpo orgánico. Es impresionante esto de ser Doctor en la danza. Se reconoce que va más allá de mi persona, es algo que seguramente represento o significo. Pienso ¿qué hice yo para merecer esto? Creo que lo mejor que pude haber hecho es haber creado mi propia sobrevivencia, a través del juego, a través de la fiesta, que son cruciales para mi. Yo abuso un poco de esas palabras, porque el juego es parte de la creación, que es como una alquimia, y el tiempo de fiesta que es un término antropológico, pero que es ese tiempo que cuando se está bailando no puede ser registrado por el reloj. Es un tiempo aparte, es una densidad aparte, es un sentido de la materia, del cuerpo, de otra forma”. Para el maestro, en su carrera no hubo disciplina ni voluntad, hubo algo más orgánico como el apetito, imparable, “ese apetito me llevó en toda esta carrera tan feliz para mi, tan plena, tan llena de gratificaciones. Gracias a ella pude comunicarme, encontrar gente con códigos similares, pude encontrar mi independencia económica, desde muy joven, cierto sentido de libertad”. Y finalizó: “…en la danza se juntan mundos que tienen que ver con lo más físico hasta lo más poético o sutil, son momentos como epifanías para todos. Ese famoso tiempo de fiesta, es el que vivo cada día, cuando llego aquí y se me pasan las horas volando, ensayando con el grupo o con los alumnos. No hay medida, no hay hora, es una intensidad de un placer infinito, una inmensidad”.