Tal vez lo propio de la danza, en términos de materia, sea su ser efímero. Sin embargo Ana Armas, licenciada en psicología, bailarina y creadora, parece haberse propuesto dar cuenta de lo contrario. Si se puede afirmar la fugacidad de la danza, no puede negarse que lo intangible es capaz de dejar huella y eso constituye la magia de las artes escénicas. Balletin Dance estuvo en el estreno de Rastros

 

No era fácil pensar estas cuestiones mientras la obra acontecía, y por suerte, no hubo necesidad de ello. El material escénico fue tan contundente y los ritmos tan acertados que no cabía a cuenta preguntarse por qué volaban, saltaban, corrían, se apiñaban y se separaba por aire y tierra los bailarines en escena. En Rastros no hubo ostentación ni alarde de nada. No hubo efectismos ni acrobacias que quitasen el aliento, incluso cuando los intérpretes permanecían delicadamente colgados y balanceando a varios metros de altura; no fue esa clase de vértigos lo que lo conviertió en un espectáculo de calidad. Por el contrario, prevaleció precisamente la belleza de lo simple.

Los bailarines se movieron en este particular espacio utilizando todos sus niveles. Es innegable que muchos de los espectadores seguramente hayan transitado alguna vez la sala Cancha del Centro Cultural Rojas, a través de los talleres que allí se dictan. Resulta entonces todo un mérito reeditar los signos propios del lugar, logrando que el público se distancie de lo que lleva impregnado como conocido.

Armas consiguió construir su propio universo a través de un gran equipo: bellamente iluminada, Agnese Lozupone ha sabido acompañar los diferentes climas en cada escena, permitiendo recortar los cuerpos de modos sutilmente diferentes, personales y únicos, creando imágenes casi pictóricas. Por su parte, a través de la selección musical igual que del vestuario, se pudo acompañar correctamente la escena sin competir con el desempeño de los intérpretes.

Seguramente haya sido un acierto mostrar algo del detrás de escena, dejando expuesto el trabajo de los bailarines al elevar y suspender a sus compañeros mediante cuerdas, como una marca o un recordatorio del trabajo que normalmente se oculta para crear ilusión. Pero estar en un escenario, colgado y bailando en contra de las leyes de gravedad, requiere de una cantidad de operaciones que en Rastros se revelaron y manifestaron de forma estética y contundente, como una parte constitutiva de la puesta en escena.

Tal vez lo más interesante de la pieza haya sido ese convivio tan natural entre todos los componentes. Si existen transiciones entre la danza contemporánea y la danza aérea, es preciso decir que en la obra fueron ejecutadas como un devenir que no permitió distinguir los pasajes entre una y otra. En ese sentido, se agradece a la creadora por ocultar y a la vez revelar algunos de sus rastros.

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Gustavo Friedenberg es técnico en Medios de comunicación, Licenciado en Composición Coreográfica y Magister en Crítica y difusión de las artes, además de actor bailarín y director. Formado en Argentina y el extranjero, ha recorrido varios países trabajando para diferentes compañías y brindando asesorías, a la par que desarrollando sus propios proyectos (Japón, EEUU, Europa, Sudamérica y el Caribe). Como bailarín se ha dedicado profesionalmente al flamenco, desempeñándose también como docente de técnica y composición.