Eduardo Guerrero es un bailaor vanguardista vestido a lo antiguo, así se define él. Su propuesta coreográfica va en dirección a la evolución de la danza flamenca pero a la vez manteniendo cierta tensión con el pasado; indaga y se compromete con la esencia de un género que se diluye en la modernidad, aunque paralelamente realiza performances, videos para youtube, redes sociales y flashmob en festivales
Ha bailado con Aída Gómez, Eva Yerbabuena y Rocío Molina, yendo de la danza española más conservadora a la irrupción de la vanguardia. Sus zapateos son veloces y claros, sus giros de una coordinación clásica pero a la vez remata la última vuelta con un sentido de lo más flamenco. Su cuerpo es ágil como un contemporáneo y sus brazos son alas que le permiten volar.
Compartimos varios días en el Festival Flamenco de Montevideo, luego él pasó por Buenos Aires y por Santiago de Chile con su Callejón de los Pecados, que este mes vuelve a presentar temporada en Madrid. Si alguien se pregunta cómo será el flamenco que viene, puede verlo bailar a Eduardo Guerrero, creativo y con mucho sentido, comprometido con lo social y preocupado por la dirección de la cultura. Previo a sus ensayos, en un desayuno de una mañana cálida montevideana, dialogó con Balletin Dance sobre este Callejón gaditano que arribaba al Río de la Plata y que tiene pensado volver el próximo año.
El Callejón de los Pecados, nació de “un pequeño guiño que yo quería hacerle a la ciudad de Cádiz” explicó el artista. En una recorrida por sus calles, redescubrió sus callejones y uno de ellos le llamó poderosamente la atención: el Callejón del Duende, en el barrio del Pópulo, “es un callejón muy estrecho que ahora está cerrado”. El hombre de la antigua tienda en su entrada, le contó alguna de las variadas leyendas que posee. “Que cuando los franceses sitiaron la ciudad de Cádiz, los gaditanos solo podían acceder a la ciudad a través de ese callejón, controlando ellos la puerta de entrada y el puerto de la ciudad. Los gaditanos obtenían todo lo que necesitaban a través del callejón, convirtiéndolo en un lugar importante de circulación y quizás también del pecado, porque por allí pasaba el contrabando de alimentos y mercancías, mientras las piconeras enamoraban a los franceses. Incluso algunos morían allí. Para mí se transformó en el callejón de los pecados… parte de la historia mágica o prohibida de Cádiz sucedía en ese callejón”. La obra no pretende hacer una transcripción literal de todo aquello, “la historia sería el disparador para contar algo del Cádiz antiguo y a través de los palos del flamenco, ir narrando las distintas situaciones. Siempre pensando en mi forma particular de baile”.
Haber sido el bailaor de las referentes más importantes del flamenco actual, como Eva Yerbabuena y Rocío Molina, podría haber marcado su camino en la danza. Sin embargo el bailaor asegura que comenzó a estudiar en el conservatorio de danzas siendo muy pequeño, “y allí se estudian danzas boleras, folklore, contemporáneo y clásico, a mí me gustaba bailar y lo bailaba todo”. Ya como bailarín, la primera compañía en la que trabajó fue la de Aída Gómez, “había que saber hacerlo todo y tocar los palillos. Ella trabajaba sobre la idea que habían dejado Antonio el Bailarín, Antonio Gades y Mariemma que habían sido sus maestros”. Tenía 17 años al llegar a Madrid y no estaba acostumbrado a la disciplina con la que se trabajaba. “Llegar a las 8 de la mañana para hacer clases de clásico y luego bolero, bailes de repertorio, tocar palillos y ensayar”, allí comenzó a descubrir nuevas cosas, y luego, “a través de Eva Yerbabuena, conocí otras que no tenían nada que ver con lo anterior, ni con lo contemporáneo. Ella quiere abrir la mente en el flamenco, no estudió contemporáneo ni clásico pero amaba a Pina Bausch y eso lo aprendí con ella. Yo sé de dónde vengo y cuáles son mis principios, y si la moda avanza, la música avanza, el teatro avanza por qué no lo va a hacer la danza. Sé de dónde viene el flamenco, pero yo quiero hablar de mi flamenco”.
Hay una particularidad en el uso de los brazos en su danza, como si fuera un ave, contrario a la danza española de formas redondas tan cerradas hacia adelante. “Bueno con Aída Gómez, que para mí es la diosa de la danza, trabajaba toda la escuela española, estaba acostumbrado a esa perfección y quería romper con eso. Quién puede decir qué es lo correcto y qué no lo es”.
¿Usted dijo que su baile es sofisticado y austero a qué se refiere?
“Yo bebo de la fuente de los antiguos, ya todo está hecho. Por ejemplo, cuando empecé a hacer la caña, que tomé la escobilla de Carmen Amaya: ella en un momento se queda detenida y luego salta a una gran velocidad. Yo veía el video y pensaba ‘esto está cortado o acelerado’, después descubrí que ella lograba esa diferencia de velocidades que ahora no se usa. Lo mismo sucede con el vestuario, a mí me gusta vestirme de bailaor antiguo, con pantalón alto y chaquetilla (no con chaqueta y pantalón)”.
Han circulado en las redes sociales unos trabajos suyos filmados con Félix Vázquez, en una estación de tren abandonada, más experimental; y en un teatro abandonado, que operaba como discurso político ¿cuál es el objetivo?
“Estos videos muestran que en cualquier sitio se puede ver arte, no sólo en el teatro. Bailar en una estación de tren, hacer una performance y ver cómo reacciona el cuerpo en esa situación, ver el sentido y el sonido que sucede allí, como el eco de un tren abandonado. Por otro lado, el del teatro era porque el Villamarta de Jerez se iba a cerrar y quería hacer ver a la gente lo que pasaría y si eso era lo queríamos para nuestro teatro. Siento que no estamos apoyados en lo cultural, que todo se está llevando a un extremo donde el arte no tiene valor. Los teatros se están privatizando y el artista tiene que pagarlo todo (la taquilla, el técnico, las luces, la ambulancia de la puerta), entonces qué me estás ofreciendo. Buscan cerrar los teatros y montar una tienda como ocurrió con el Teatro Albéniz de Madrid. Está pasando eso, por eso bailo en un teatro abandonado”.