El término humor, en su acepción más corriente, alude a la jovialidad, la alegría, con cierta agudeza crítica de observación y, cuando se lo propone un poco más allá de efectos fáciles o gags, suele presentarse como una inteligente seriedad
En el Centro Cultural Rector Ricardo Rojas se presentó Redirigida, con dirección de Iván Haidar y Soledad Pérez Tranmar e interpretación de esta última.
El dispositivo del espectáculo es muy simple: la bailarina desarrolla la coreografía mientras es grabada desde un celular ubicado a un lado y un operador (Haidar) aporta el sonido desde una computadora. La estética remite a juegos danzados pop, remedando lo que se hace haciendo playback sobre una canción, tanto en gestualidades como en cadencias de movimientos. Frontal, direccionado al público, desenfadado. Luego, lo grabado es proyectado en una pantalla al fondo y la intérprete, asumiendo un rol de dirección, micrófono en mano, habla a la que aparece en pantalla, que es ella misma en lo que realizó inmediatamente antes. Lo interesante es que su discurso es un rescate de eso realizado como construcción en marcha de obra. Este rescate, además, juega una enunciación que resalta los detalles hechos y afirma, desde una mirada de dirección, el rumbo de la pieza. Sin embargo, ese rumbo, esa direccionalidad, es incierta para quienes observan: no termina de darse un sentido claro. De todos modos, en su rol de directora, enfatiza los supuestos aciertos y logros.
Después, vuelta a grabar pero, esta vez, con el audio de las palabras que ha dicho como directora. Ahora, la bailarina no alcanza a comprender cómo y por qué lo que hace, diferente de su primera intervención, es alentado como buen material. Luego se proyecta la grabación que acaba de realizarse, tras lo cual reincide la intérprete en dirigir, con palabras dichas a micrófono, que vuelven a ser grabadas, y se reinicia el ciclo una tercera vez. Esto hasta llegar a un saludo final extendido, siempre jugando a ser una estrella pop en escena que agradece a enfervorizados fans.
Un juego. Aparentemente liviano. Repeticiones de instancias que muestran desajustes entre lo que se hace y lo que se dice pero todo siempre favoreciendo un camino de auto afirmación hiperbólica como aceptación de sí como protagonista absoluta. Y son esos desajustes los que producen risa, hilaridad, desde un absurdo que podría calificarse de sutil. Nada de lo que ocurre se aleja de los modos en que solemos regodearnos, en intimidad, exaltando la propensión a jugar con lo que amamos estéticamente y nos gustaría protagonizar. Y lo más crítico de este juego, y hasta un tanto ácido como crítica, es la agudeza que termina destilándose: apunta a reflexionar hasta qué punto lo gratuito de muchas expresiones artísticas no son más que muestras de un narcisismo más pobre que rico.
Pérez Tranmar, con sólidos recursos expresivos, sin caer en facilismos o lugares comunes para mostrarse, pasó en función, por entradas breves a diversos lenguajes de movimiento como también acciones dramáticas con acotados acentos.
Redirigida, con una mezcla de exuberancia, casi ególatra y ridícula, y un rigor de síntesis en lo que va en los procesos de creación, interpretación, dirección y crítica, puso en escena maneras de hacer desde lo lúdico que denuncian lo gratuito y vacío de mucho de lo que se ofrece como arte.