Frente al agravio las repuestas van de un comportamiento sutilmente ofendido, aparentemente indiferente, a violentas manifestaciones de ira, pero a la ofensa o humillación difícilmente se la deja pasar sin más. Los domingos, en el Espacio Urbano se presenta El Show de la Bronca, espectáculo de teatro-danza con coreografía y dirección de Alejandro Ibarra
La pieza se centra en las actitudes, gestos y acciones provocadas por la molestia de no ser… quien pone la pauta definitiva.
Arranca con el simple acto de ingerir una vianda, pero llevado al paroxismo: un personaje aparece, solicita la anuencia del público, su aliento. ¿Para qué? Para ser el protagonista de la proeza, en el caso comer, pero mostrando la exclusividad de su gesto: tragará de un bocado algo intragable de un bocado. Reclama apoyo de las tribunas: lo consigue. Y, cuando está a punto de realizar su acto súper extraordinario, irrumpen los otros. Esto impide su concentración, su actuación descollante, su protagonismo absoluto. Él ya no es el centro del universo. Hay otros. Y la gran macana es que todos, todos los otros, a su modo cada uno, también se ofrece al mundo como el gran protagonista que ha de marcar los rumbos y ha de ser notablemente admirado. En síntesis: estamos en presencia de una competitividad muy acusada, casi al punto de todo o nada.
Para arreglo de este asunto, Ibarra elige una estructura de juegos reglados, casi deportivos, donde la competencia es lo corriente. Competencia que se despliega como individualismo exacerbado.
Aunque de a tramos hay seis personajes que se dividen en dos equipos, incluso en esos momentos, los integrantes de un mismo grupo no terminan de ser solidarios. Si bien aparentemente se apoyan mutuamente, sin embargo, lo que prevalece es que cada uno quiere, necesita, desea y hasta exige prevalecer.
Hay uno, ajeno a los grupos, que ejerce de árbitro y que es quien al comienzo y luego también, en solitario, quiere demostrar su superioridad con aquella ingesta que resulta siempre frustrada. Y hay una gran paradoja doble: el objeto de deseo de los equipos, y, en rigor, de todos y cada uno de los individuos, aquella vianda, ¿a quién pertenece? Paradoja primera: el “árbitro” la presenta, pero no le pertenece en tanto se lo debe suponer árbitro ajeno a los bandos que disputan; será el trofeo de otros. Paradoja segunda: tras los torneos violentos de competencia, entre los otros, resulta un posible conquistador del trofeo, pero se interpone un logro sucedáneo: entre todos esos machos beligerantes aparece una mujer. Conquistada por uno, que también sería el devengador del trofeo vianda, la ira generalizada y dominante provoca que se dispare al aire (literalmente) el posible logro y, absurdo para justificar paradojas, es la mujer la que domina todo.
Va y viene la lucha por conseguir el objeto deseado, desde individuos no solidarios, agresivos, violentos, supuestamente regulados por normas de juego. ¿Metáfora, no tan metafórica, de aspectos de sociedades contemporáneas? ¿Es casual o antojadizo que los trofeos remitan a goces básicos: comida, sexo? No. La obra presenta ejercicios de poder, desarrollados en vehemente violencia, sosegada por pautas que se entienden compartidas, aunque mentirosas: se hace trampa y se permite la trampa. Se muestran conductas machistas, duras, enojosas, de dominio, con la suficiente hipocresía como para creer que son pautas de conductas sociales establecidas en acuerdo común. Quizá lo sean.
En función, los intérpretes (Jon Agostinelli, Marcelo Amante, Franco Galdame, Antonio Guerrero, Iñaki Iparraguirre, Verónica Pacenza, Matías Prieto Peccia, Alan Sinopoli, Felipe Tarigo, Pedro Vega), ofrecieron un trabajo de conjunto muy ajustado, potente y expresivo, transitando diversos lenguajes de movimiento con predominio jazzístico. La construcción ideada por Ibarra, a modo de suite, apuntó aciertos con notas de humor físico, paródico y absurdo, maneras de poner en marcha estos mecanismos de enojos e iras.
El Show de la Bronca da cuenta de matices, desde los más marcados a otros sutiles, de formas de relación entre individuos con bronca, puntualmente la que viene dada por la emergencia cotidiana de poner la cuota de dominio sobre otros y evitar ser dominados, típica del capitalismo-competencia moderno.