Escisión sin Sutura

0
256
Zogbe y Bringas en un reconocimiento en duplicidad. Foto: Alejandra Del Castello

El espejo refleja lo que se le opone; si se está frente a uno, “eso que está ahí soy yo”, se dice, pero se sabe que no, que es una presencia diversa de sí, duplicidad que, al aparecer, tiene más o menos plenitud según se la tome

 

En el Centro Cultural Rector Ricardo Rojas se ofreció Plaga, una de las obras seleccionadas en el ciclo Danza Sub-30 2018, de Mishquila Bailone Bringas y Paulo Nehuén Zogbe, también intérpretes.

En el programa de mano se señala que el trabajo “es un tratado sobre la cuestión del doble” y que, la duplicación de sí sería una plaga que “se erige autorreplicante”.

En la pieza, ambos bailarines se muestran como dobles. No hay una jerarquía, no se trata de que A tiene un doble B o viceversa, son algo así como dobles recíprocos. La imagen de ellos, destacada por el mismo vestuario en ambos, que incluye máscaras que niegan identidades, subraya las similitudes. La dupla opera, coreográficamente, valiéndose de distintas modalidades de igualdades en secuencias sucesivas o simultáneas. Por momentos se observa un cuerpo en acción y la repetición del acto por el otro cuerpo a modo de eco de una sombra tardía. En otros pasajes es la simultaneidad de la acción la que los iguala. Y hay tramos en los que se separan los actos pero conservan un mismo sentido de manera complementaria en sus ajustes mutuos. También, estos pequeños cambios se acentúan por la aparición de sus rostros y leves modificaciones de vestuario.

La mayor parte de la pieza se trabaja en dúo, salvo dos segmentos con sendos solos. Éstos dan lugar a formas distintas de las realizadas en pareja, las cuales, sin embargo, no dejan de pertenecer al mismo universo kinético, dominado por una estética con elementos contemporáneos y un tratamiento focalizado en la imagen de los cuerpos en escena, llegando a lentos pasajes y quietudes.

En el despliegue del espectáculo la cuestión del doble se va quebrando, los ajustes se van diluyendo, hasta alcanzar un cierre en el que el entramado de duplicidad se rompe: cierra con un cuerpo vestido como al comienzo y otro desnudo, sin actos que busquen la identidad gestual y de acción.

La obra, en escena, mostró a dos intérpretes sólidos, con riqueza tanto técnica como expresiva. El vestuario (Sara Bande), que habilita como concepto la elaboración de la imagen rumbo a lo idéntico, fue tratado con eficacia tornándose parte de la construcción coreográfica.

Plaga resultó un espectáculo que va de una escisión a otra, de aquella, casi esquizofrénica, que significa la actuación con el doble de sí, a otra de liberación de dicha hegemonía duplicada. Para los tiempos que corren, Plaga expresa una metáfora posible sobre la asunción de sí, no de una exigencia de identidad propia y completa, tantas veces plagada por la repetición de lo que se impone (moda, mito, cultura, necesidad), sino de un grado de libertad como punto de salida de lo mismo que nos rodea y disciplina.