El 13 de octubre de 1939, del vapor ‘Neptunia’ descendía en el puerto de Buenos Aires el compositor gaditano Manuel de Falla. El Maestro venía precedido de un riquísimo bagaje musical aplaudido universalmente [1]
Lo esperaban amigos de la vida y de la música y periodistas, a quienes se adelantó para decirles:
“Tenía siempre la ilusión de la Argentina (…) hubo alguien que supo hablarme de ustedes con un fervor extraordinario: Federico García Lorca.” [2]
Llegaba contratado por el Teatro Colón y la Institución Cultural Española en su XXV aniversario, para dirigir cuatro conciertos de música española con el Coro y la Orquesta Estable, y los solistas Concepción Badía, Antonieta Silveyra de Lenhardson, Rafael González, Francisco Amicarelli, Carlos Pessina, Rafael Terragnolo, y con su leal amigo Juan José Castro compartiendo la batuta.
Todos los conciertos (4, 8, 11 y 18 de noviembre) fueron transmitidos por LS1 Radio Municipal -algo normal en esa época, porque se escuchaban todas las óperas, conciertos sinfónicos, recitales de solistas, y hasta la música de los ballets (pegada al deslizar de las zapatillas de punta de las bailarinas o al golpe del salto de los hombres sobre su escenario) para difundir las funciones del Teatro Colón y formar a los oyentes con la cultura musical, pues llegaba a todos los hogares.
Para la Argentina, Falla guardó ‘la primera audición absoluta’ de su Suite Sinfónica Homenajes (al Maestro Fernández Arbós, a Debussy, a Dukas, a su maestro Felipe Pedrell con la Pedrelliana) que terminó de componer entre nosotros. Con cálidas e interminables ovaciones de admiración y respeto al creador, el éxito de esas jornadas quedó grabado como un hito en la historia del Colón.
Manuel de Falla se radicó en las sierras de Córdoba, en Villa Carlos Paz y posteriormente en Alta Gracia, donde restablecía su delicada salud y seguía componiendo Atlántida, sobre el poema de Verdaguer.
A finales de 1940, en Buenos Aires por sus conciertos en LR1 Radio El Mundo, Falla pudo asistir a los primeros ensayos de su ballet El Sombrero de Tres Picos, y dar indicaciones a su excelente equipo formado por la coreógrafa Margarita Wallmann, el pintor Héctor Basaldúa, en vestuario y decorados, y por el director musical Juan José Castro.
El ballet se estrenó el 13 de agosto de 1941 con los primeros bailarines Dora del Grande, Michel Borovsky y Luis Le Bercher, en una magnífica versión que llegó hasta los años ‘50, con el desplazamiento del escenario giratorio que llevaba al viejo molino corpóreo a diferentes planos de sus escenas.
Falla no vio estas representaciones, pero por radio, ‘en onda corta’, habrá escuchado su música y los muchos aplausos recibidos después de su grandiosa Jota final.
Hasta allí se acercó el domingo 10 de noviembre de 1946, su amiga y colaboradora desde 1925 en Barcelona, Conchita Badía, para despedirse del Maestro y de su hermana María del Carmen, por su inminente regreso a España. Ella misma me lo narró en 1963 en Música en Compostela, cuando fui pianista auxiliar de sus clases.
“Falla me dijo:
–¿Por qué te vas?… Estás tan bien aquí.
-Vuelvo por mis hijas, Maestro, a encontrar sus raíces… Debe ser el destino.
-Al destino no hay que provocarlo… yo seguiré viviendo aquí o en cualquier parte de América. Bueno Conchita. Hasta pronto, y si no (señalándome el cielo con el índice de su mano) en lo eterno”.
Falla murió el jueves 14 de noviembre de 1946, nueve días antes de cumplir 70 años[3].
Siete años después, en 1953, el Teatro Colón presentaba la versión original de Le Tricorne, así llamado por Diaghilev para sus Ballets Russes cuando lo estrenó en el Teatro Alhambra de Londres (el 23 de julio de 1919), con música de Manuel de Falla, argumento de María Lejárraga Martínez Sierra, vestuario y decorados de Pablo Picasso, coreografía de Leonide Massine (quien lo bailó con Tamara Karsavina) y bajo la batuta de Ernest Ansermet en reemplazo de Falla, que debió viajar a España por la muerte de su madre, y estuvo ausente en su exitosa première.
Tras un lustro de ausencia, volvía Massine al Colón, eligiendo a María Ruanova para acompañarlo en Los Molineros, a Francisco Gago como El Corregidor, a Eliseo Pinto como Petimetre, y a Enrique Lommi como Molinero para un segundo reparto.
El Cuerpo de Baile lo quería, aunque él era parco, y lo animaba con jaleo y palmadas en la Farruca (sabiendo que bailaba con 56 años) que con toda energía y emoción revivía su antigua creación. A la par, La Molinera de Ruanova fue espléndida por su genuina interpretación, en carácter, gracia y humor. Toda ‘una española de la América del Sur’, como fue llamada en Europa siendo Primera Figura del Ballet de Monte-Carlo de René Blum, en los años 1936 y 37.
[1] La Vida Breve, Noches en los Jardines de España, El Amor Brujo, El Retablo de Maese Pedro, entre otras.
[2] Edmundo Guibourg. Diario ‘Crítica’ del 18 de octubre de 1939
[3] Manso, Carlos. Conchita Badía en la Argentina. Ediciones Tres Tiempos. Buenos Aires, 1989, pg 397