Balletin Dance asistió a las funciones de La Fille Mal Gardée en versión de Gonzalo Galguera, a cargo del Ballet de Magdeburg, a 230 años de su estreno
El innovador coreógrafo Joan Dauberval fue el primero en llevar al escenario La Fille Mal GardĆ©e, en Bordeaux (Francia) el 1Āŗ de Julio 1789, con el apoyo de un potpurri musical compuesto por Peter Ludwig Hertel y basado, como costumbre, en una orquestación de ritmos y melodĆas populares exitosas de la Ć©poca tomadas de composiciones operĆsticas.
La campesina Lise ama y es amada por el sirviente Colas, pero, segĆŗn la voluntad de su madre Simone, ella ha sido prometida al rico y torpe Alain. Pero despuĆ©s de varias vicisitudes cómicas e intrincadas Simone cede y concede el matrimonio de los dos enamorados. Tal argumento en los albores de la revolución francesa representó un cambio de rumbo en la escritura coreogrĆ”fica de la Ć©poca, acostumbrada a temĆ”ticas mĆticas destinadas al entretenimiento y a la celebración del rey de turno. A su manera La Fille Mal GardĆ©e es un ballet revolucionario sin tratar el tema de la revolución. En Magdeburg (Alemania) Balletin Dance presenció la versión de su director, el cubano Gonzalo Galguera.
DespuĆ©s de Dauberval fue el turno de su estudiante Jean-Pierre Aumer (1809-1828, entre Viena y ParĆs) que marcó otro importante paso adelante, al coreografiar este ballet sobre un arreglo musical de Ferdinand HĆ©rold, realzado aƱos despuĆ©s por la fama de Fanny Essler, la cĆ©lebre bailarina austrĆaca que hizo del rol de Lise uno de sus caballos de batalla. Con esa misma partitura musical, aunque readaptada, Frederick Ashton creó su famosa versión para el Royal Ballet de Londres en 1960, que representa la mĆ”s cĆ©lebre en Europa hoy en dĆa.
Pero antes, la mĆŗsica de Hertel fue retomada por Filippo Taglioni en 1864 para su personal visión de La Fille Mal GardĆ©e en BerlĆn, que constituirĆ” la base para el desarrollo de la tradicional puesta rusa y consecuentemente cubana. Marius Petipa comienza con esta obra su colaboración con Lev Ivanov en 1885, seguidos por Gorski en 1905 y 1916, y la de Alicia Alonso en 1960.
Como sucesión de esta breve lĆnea genealógica, se engarza la versión de Gonzalo Galguera, director cubano de la compaƱĆa del Ballet de Magdeburg desde hace 12 aƱos, que se embarcó en la tarea de poner en escena esta coreografĆa, mĆ”s allĆ” de las limitaciones ofrecidas por la reducida planta orgĆ”nica de la compaƱĆa. Aunque no sea pequeƱa (22 bailarines), no es suficiente para completar una producción tan ligada a la tradición.
El mayor mĆ©rito de Galguera es, sin dudas, el deseo de innovación dentro del condicionamiento de la estructura tĆpica del ballet. En la revuelta de los campesinos contra Simone por un pago en dinero, la detención de algunos de ellos, y, sobre el final, la carrera hacia la revolución enarbolando la bandera francesa, fueron intentos que hubieran necesitado un desarrollo dramatĆŗrgico mĆ”s amplio. Una desviación mĆ”s marcada de la estructura original o la renuncia de algunos momentos de bravura, a menudo menos necesarios.
Es de suponer, que con mayor experiencia y rutina los bailarines lograrÔn adquirir la incisividad requerida de las pantomimas, determinantes por el desarrollo del argumento. Eficaces fueron los cuartetos en los que Alain (como un nerd) tiene el rol principal, que desataron hilaridad en el público, que respondió positivamente.
Para concluir, un aplauso para la dramaturga Ulrike Schrƶder por un discurso preliminar bien apasionado y puntual.
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